martes, 22 de marzo de 2016

La racionalidad contra el sectarismo

Javier Benegas analiza la transcendencia de su reciente artículo sobre el tabú de la "violencia de género" y el éxito de derribar un tabú, abrir el debate y dejar en evidencia a los intransigentes y sectarios, añadiendo razones para ser optimistas y otras para estar preocupados en el fin de tener una sociedad que debate racionalmente con espíritu crítico ante la ausencia de una cultura auténticamente democrática. 

Artículo de Voz Pópuli: 


Este pasado sábado, Juan M. Blanco y quien escribe publicamos un artículo titulado “La 'violencia de género': una moderna caza de brujas”. Sabíamos que su contenido iba a generar no pocas turbulencias y algún que otro problemilla a los autores –nosotros–. De hecho, sospechábamos que más de uno exigiría que fuéramos quemados en la hoguera por herejes. Pero, precisamente, además de derribar un tabú y abrir el debate, esa era una de nuestras intenciones: que los intransigentes y los sectarios se pusieran en evidencia. Y como no podía ser de otra manera, así lo hicieron.


En una sociedad medianamente estructurada, cabría esperar que el texto en cuestión generara debate, encendido, desde luego, pero debate al fin y al cabo; es decir, que quienes tomaran partido a favor o en contra de lo escrito expusieran sus argumentos. Pero no sucedió tal cosa, al menos no en los discrepantes. Muy al contrario, en sus mensajes no hubo un solo argumento, únicamente consignas, descalificaciones, insultos e incluso veladas amenazas, como la proveniente de un perfil de Twitter que venía a decir que si bien las mujeres podían ser violadas, (nosotros) podíamos ser apuñalados.
Un curioso “experimento”
Como suele suceder en estos casos, pronto hicieron acto de presencia –también en Twitter– los inquisidores: cuentas con numerosos seguidores cuyos propietarios lejos de rebatir actuaron como señalizadores de blancos, azuzando a sus acólitos para que llevaran a cabo el acostumbrado linchamiento virtual. No voy a citar a ninguno de estos perfiles por dos razones. La primera, porque hacerlo implicaría descender a su nivel o, a la inversa, elevarles a la altura de una racionalidad que les queda muy lejos. Y la segunda, porque más allá de consignas y descalificaciones no aportaron un solo argumento. Para estos personajes, la búsqueda de la verdad no es que sea lo de menos, es que es contraproducente. La mera posibilidad de que la forma en la que defienden una causa pueda verse cuestionada les genera un pánico irracional, como si para subsistir necesitaran ser ellos quienes agiten a su manera esa bandera. No les interesa debatir, sino cortocircuitar el debate e impedir que algún hereje rompa el tabú que les otorga el báculo y la corona.
De las diferentes reacciones se pueden extraer interesantes revelaciones. Una es que, mientras en Twitter, una red social más inmediata, con limitación de caracteres y, por tanto, más proclive a la propagación, la movilización y el activismo, fue la preferida por quienes no aportaron argumentos sino descalificaciones. Otros espacios de Internet, donde la posibilidad de expresarse es mayor y, en consecuencia, cabe el debate, fueron los preferidos para los argumentativos que, curiosamente, se mostraron favorables al artículo. Lo cual revela a su vez dos hechos interesantes. El primero, que cuando la argumentación es obligada las posiciones sectarias no hacen pie. Y el segundo, que hay una parte importante de la opinión pública que por alguna extraña razón se ha vuelto invisible en los mass media.
Razones para el optimismo y razones para estar preocupados
Sea como fuere, hay motivo para el optimismo. Y es que, a pesar del ruido que hacen los sectarios, son menos numerosos de lo que parece y, además, bastante metepatas. De hecho, su única estrategia para no verse desbordados es, precisamente, actuar de manera gregaria, en grupo, y cortocircuitar el debate, abortándolo antes de que se produzca. Y en caso de que no puedan evitarlo, degradándolo a un conjunto de pataletas infantiles. Para ello recurren a la falacia ad hominem, que consiste en abatir al mensajero para que el mensaje no llegue a su destino. Esa es una de sus dos balas de plata. La otra, inocular el miedo. Pues la estigmatización y el linchamiento mediático del “adversario”, del discrepante, tienen un efecto ejemplarizante y disuasorio para el resto. De ahí que en las redes sociales lleven a cabo lo que podríamos calificar como “bullying preventivo”.
Pese a todo, hay motivos para el optimismo, porque más allá de la tesis del artículo, éste sirvió para demostrar que existe una parte importante de la sociedad que es capaz de debatir racionalmente, gente que pese a la manipulación, las consignas, la prevención y el miedo imperantes, conserva su espíritu crítico y no se asusta. En definitiva, hay vida inteligente más allá de esos calvinistas puritanos prestos a quemar en la hoguera a los herejes. El único ingrediente que necesita esta opinión pública para ejercer de beneficioso contrapeso es una visibilidad que ahora mismo se le niega. Y he ahí el reto: romper los interesados tabúes para abrir el terreno de juego.
Pero no todo es color rosa, ni mucho menos. También existen motivos para estar muy preocupados. Hay otra parte de la sociedad a la que no le duelen prendas a la hora de anteponer sus “sensibilidades”, puntos de vista y creencias a principios fundamentales como son, por ejemplo, que el fin no justifica los medios o que todas las personas son iguales ante la ley o, al menos, deberían serlo. Y es que los Derechos fundamentales no pueden estar sujetos a interpretaciones o supeditados a la defensa de determinadas causas, por bienintencionadas que éstas sean. Falta, pues, una cultura auténticamente democrática, donde la máxima expresada precisamente por una mujer, Evelyn Beatrice Hall, “no comparto lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tú derecho a decirlo”, sea asimilada por todos y cada uno de nosotros.
Para terminar, queremos mostrar nuestro agradecimiento a la comunidad de Vozpópuli no sólo por su altura de miras y su capacidad para debatir racionalmente, desde la educación y el respeto, sino también por su compromiso con la libertad y, lo que es tanto o más importante, con la búsqueda de la verdad. Al fin y al cabo, como dijo Revel, la democracia no puede vivir sin una cierta dosis de verdad. No puede sobrevivir si esa verdad queda por debajo de un umbral mínimo.

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