Carlos Rodríguez Braun trae al recuerdo las ideas del liberal William Grahan Sumner y su defensa del anti-imperialismo y su oposición a la guerra y las consecuencias que de ello se derivaban, y de uno de sus notables textos, "El hombre olvidado", con su denuncia y refutación de la redistribución de la renta y la intromisión del Estado, y la esencia de su lógica que se iba a imponer décadas después.
Artículo de su blog personal:
William Graham Sumner (1840–1910), el primer catedrático de Sociología de Yale, fue un destacado liberal norteamericano. Pocos lo recuerdan en nuestros días, como tampoco a otros liberales que, como él, eran anti-imperialistas y se opusieron a la guerra en general, y a la Guerra contra España en particular. En 1899 escribió “Cómo España conquistó Estados Unidos”, porque las ideas imperialistas se habían impuesto. Predijo que el imperialismo iba a promover el interés de plutócratas que dependerían del dinero público, y que su desenlace sería lúgubre: “Guerra, deuda pública, impuestos, un voluminoso sistema estatal, despilfarro en el gasto público y corrupción en la política”.
Lo traigo a colación hoy por otro notable texto: The forgotten man, de 1883 (aquí el original en inglés:http://goo.gl/jknq2n; y aquí una traducción al español en la revista argentina Libertas:http://goo.gl/lE1TIy).
En esta temprana denuncia de la redistribución política de la renta, Sumner se centra en la persona corriente, que sufre la intromisión del Estado. Es una persona como las demás, que procura la “verdadera libertad”, que desea que la dejen en paz para poder relacionarse con el prójimo como mejor le parezca, pero que no lo logra: “Es el hombre en el que nadie piensa. Es la víctima del reformador, el pensador y el filántropo social”.
En un párrafo resume la esencia de la lógica redistributiva mediante la coacción política y legislativa, es decir, la lógica que se iba a imponer en las décadas siguientes, y hasta hoy. “La mayoría de los proyectos filantrópicos o humanitarios se ajustan al siguiente esquema: A y B se reúnen para decidir lo que C debe hacer por el bien de D. Todos los esquemas de este tipo están viciados radicalmente, desde el punto de vista sociológico, por el hecho de que a C no se le permite opinar acerca del asunto, y de que su posición, su carácter y sus intereses, así como los efectos que se producirán sobre la sociedad por su conducta, se pasan totalmente por alto. C es lo que yo llamo el Hombre Olvidado”.
Refuta las simplificaciones del intervencionismo, empezando por los Estados benévolos, porque la política no tiene sentimientos, que son algo privado. Y no es bondadoso crujir a impuestos a la gente que trabaja y emprende, y cargar el peso del gasto sobre “el trabajador sencillo y honrado, dispuesto a ganarse la vida con su trabajo. Nadie le hace caso porque es independiente, autosuficiente, y no pide favores, no apela a las emociones ni excita los sentimientos”.
Esta preciosa idea de William Graham Sumner fue sepultada bajo la demagogia antiliberal. Franklin Roosevelt se apropió de la frase “el hombre olvidado” en uno de sus populistas mensajes radiofónicos en 1932, dándole la vuelta como un guante. Lo presentó como el que necesitaba la “ayuda” del Estado. Del trabajador contribuyente víctima de la opresión política nunca más se supo. Se convirtió, efectivamente, en The forgotten man.
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