Guadalupe Sánchez analiza la nueva estrategia del gobierno, que no es otra que mutualizar la responsabilidad y atacar a quien se niegue a ello.
Artículo de Voz Pópuli:
Fernando Grande-Marlaska. EFE
Por desgracia para los españoles, las intervenciones televisivas del presidente durante esta crisis coronavírica son escasamente informativas y altamente propagandísticas. Tanto es así que, por momentos, parece que tengan como principal objetivo colocar un eslogan publicitario. Empezó con “nos enfrentamos a un virus dinámico que no entiende de territorios” para terminar en “debemos empezar la desescalada de la tensión política”, pasando por “todos formamos parte de un mismo cuerpo”.
Ninguno de estos eslóganes es vacuo, cada uno tiene su aquel. Y no lo digo por la parte evidente del mensaje, sino por su cara B. Por ejemplo, aunque el formar parte integrante de un mismo ser pueda parecer, a priori, un llamamiento a la unidad o a la actuación conjunta, en el fondo oculta una imposición de lo colectivo, una disolución del individuo en la masa. Pues lo mismo sucede con la tan cacareada desescalada política, que lo que de verdad esconde es una pretensión por mutualizar la responsabilidad ante la imposibilidad manifiesta de negar los errores en la gestión.
Lo que pasa es que esto de la desescalada no cuela: tras coronar el Everest, lo que no puede Pedro es pretender reservar el derecho de admisión. Esta semana pasada convirtieron la tribuna de oradores del Congreso de los Diputados en un púlpito desde el que predicaron mentiras sobre su propia gestión y sobre la de la oposición, con Lastra reconvertida en un dóberman que ríete tú del de Guerra con el PP. A eso se le llama morir matando.
Pero ya que Marlaska ha anunciado la monitorización de las redes sociales para luchar contra los bulos y las fake news, yo le invito a que empiece por el Gobierno y a que se dé un garbeo por las cuentas institucionales y las ruedas de prensa del ejecutivo. De verdad que son una mina, señor ministro. Porque lo que no puede uno es ver las maledicencias en el ojo ajeno y negarlas en el propio. Quien hace de la mentira institucional su bandera carece de legitimidad para criminalizar los memes o los mensajes de WhatsApp. C’est la vie.
Pero por si acaso este intento de imponer el relato oficial mediante la caricaturización de las críticas como bulos no les funciona, pretenden a la par crear el caldo de cultivo para que sus responsabilidades se diluyan cual azucarillo en un enorme tazón de café.
Fascista crispador
La desescalada política es una enorme coartada para la colectivización de las culpas gubernamentales. La han bautizado como “los nuevos Pactos de la Moncloa”. Y es que ellos son así: después de menospreciar a la oposición en la toma de decisiones y de convertir el manejo de la crisis en un show esperpéntico, pretenden que ésta se sume al espectáculo. Algo así como invitarla a remar cuando el barco ya ha naufragado, para que todos se ahoguen mientras el Ejecutivo se aferra al flotador de la gobernabilidad. El que rechace embarcar, será un fascista crispador, un oportunista político y un enemigo de la patria. El que embarque, se hundirá indefectiblemente con ellos.
Es una gran partida de ajedrez en la que el Gobierno acaba de mover ficha.
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