Juan R. Rallo analiza el hundimiento del PIB, y la consecuente destrucción productiva, las tres vías por las que se llega a dicha destrucción productiva, qué vías están tratando de solucionar las medidas político-económicas efectuadas y los dos graves problemas de dichas medidas y el verdadero reto que tenemos enfrente.
Artículo de El Confidencial:
Rueda de prensa ofrecida por la vicepresidenta de Asuntos Económicos, Nadia Calviño, y la ministra de Hacienda, María Jesús Montero. (EFE)
El Producto Interior Bruto (PIB) es
el valor de todos los bienes y servicios finales producidos dentro de un
territorio durante un período de tiempo. Ese valor, cuando es realizado, se
distribuye en forma de rentas (del trabajo y del capital) entre los factores
que integran la estructura productiva que contribuyó a fabricarlo. Y parte de
esas rentas se dirigen o a satisfacer nuestras necesidades finales (consumo) o
a mantener y expandir la estructura productiva capaz
de seguir fabricando bienes y servicios (inversión).
Que el PIB de un país se desplome enormemente no significa que su estructura productiva —su capacidad de generar bienes y servicios— se haya destruido. Que un trabajador se vaya un mes de vacaciones o que una empresa suspenda temporalmente sus operaciones no significa ni que ese trabajador pierda sus habilidades ni que la empresa desaparezca. De ahí que la histórica caída del PIB de España —un 18,5% durante el segundo trimestre de 2020— no equivalga a que no hemos empobrecido estructuralmente un 18,5% —que hayamos perdido permanentemente ese PIB hasta que seamos capaces de reconstruir nuestra estructura de producción—, sino solo a que, durante estos últimos tres meses, hemos dejado de producir tantos bienes finales por culpa del distanciamiento social impuesto para contrarrestar la pandemia.
Por eso, si la estructura productiva se
mantuviera intacta, debería ser suficiente con volver a ponerla en marcha para
a corto-medio plazo recuperar el nivel de PIB precedente. Si
no hemos perdido la capacidad para producir, tan pronto como hagamos plenamente
uso de la misma, regresaremos a nuestros niveles de producción previos. Ésa es, de hecho, la esperanza que
tiene ahora mismo el Gobierno: que la reactivación comience en este tercer
trimestre y permita un rebote compensatorio en el PIB.
Ahora bien, que el desplome del PIB no equivalga a destrucción de la estructura productiva tampoco significa que sea del todo irrelevante para la misma. Existen tres vías por las que una caída del PIB puede reflejar graves daños para la estructura de producción de un país.
·
Primero, la estructura de producción
necesita reponerse periódicamente frente a su depreciación.
Tal reposición se logra reinvirtiendo parte del PIB en
reemplazar los bienes de capital que se deterioran (incluyendo el capital
humano). Si el PIB colapsa porque, entre otras variables, la inversión ha
colapsado, entonces el mantenimiento de la estructura productiva se deteriora.
Por ejemplo, Jonathan Portes
menciona varios canales susceptibles de generar heridas
permanentes en nuestra estructura productiva: deterioro de capital humano por
el aumento del desempleo, deterioro del capital humano por la paralización del
sistema educativo (esto es, suspensión de la producción de
servicios educativos) y deterioro del capital físico y tecnológico por hundimiento de la inversión
empresarial.
·
Segundo, la estructura de producción es, al
mismo tiempo, una estructura de financiación. Para que las combinaciones de
capital y trabajo que denominamos empresas puedan mantenerse en funcionamiento,
es necesario que las empresas sean capaces de hacer frente a los vencimientos de sus obligaciones financieras. En caso contrario, esos
problemas de liquidez pueden degenerar en liquidación de estructuras
empresariales eficientes y, por tanto, en pérdidas persistentes de
productividad. Paralizar la producción implica paralizar la generación de renta
y, en muchos casos, suspender la capacidad de hacer frente a las
obligaciones financieras, provocando una
liquidación de las mismas. Por ejemplo, Schivardi y
Romano estiman que, sin otros apoyos financieros, 180.000
empresas italianas ya habrían experimentado problema de liquidez durante el mes
de abril.
·
Y tercero, si la pandemia provoca que una parte del PIB
anterior deje de tener valor (por cuanto no se ajusta a satisfacer las nuevas
necesidades de los individuos), entonces las estructuras de producción
específicamente constituidas para fabricar ese PIB
desvalorizado también se depreciarán y, por tanto, se perderá
su capacidad de producción. O expresado de otro modo, si necesitamos muchos
menos servicios de transporte de pasajeros transatlántico porque el turismo internacional
ha colapsado persistentemente, entonces los aviones y aeropuertos que generaban
tales servicios también habrán perdido persistentemente su utilidad.
Las medidas que han adoptado los gobiernos occidentales (incluido el español) han buscado paliar —a un elevado coste presupuestario— los daños que podrían derivarse del primero y del segundo de estos efectos: mantener a flote el tejido productivo mediante líneas de crédito o socializaciones de gastos (como los ERTE). Sin embargo, esta estrategia tiene dos problemas. Primero, los gobiernos no están tomando ninguna medida que facilite la reestructuración del tejido productivo inviable: al contrario, en la medida en que ahora mismo siguen rescatando a tejido productivo inviable, están bloqueando su reestructuración. Segundo, si experimentamos una segunda ola, todos los enormes esfuerzos presupuestarios orientados a proteger al tejido productivo sano se verán dilapidados por la inoperancia de las autoridades a la hora de permitir un retorno a la normalidad con garantías.
En estos momentos, ésos, y no la brutal
caída del PIB en el segundo trimestre, son los dos grandes obstáculos que dificultan una recuperación intensa y sostenida del PIB español:
el riesgo de una segunda ola que fuerce nuevos confinamientos y las rigideces
de nuestra estructura productiva para readaptarse a la nueva normalidad.
Nuestro futuro nos lo jugamos al hacer frente a estos dos retos: el segundo
trimestre ya forma parte de la (muy triste) historia.
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