domingo, 24 de marzo de 2019

Ecologismo: la perversión del progreso

Manuel Fernández Ordóñez analiza una de las claves del progreso humano, la eficiencia energética, y sus positivas consecuencias, y las trabas que plantean al mismo diversos grupos, autodenominados curiosamente progresistas...

Artículo de su blog personal: 
Tierra desde el espacio
Durante miles de años, el paso fugaz de un ser humano por la faz de la Tierra apenas alcanzaba los 40 años, siendo pasto de plagas, epidemias y enfermedades propias de una vida insalubre y unas condiciones que hoy consideramos infrahumanas. Sin embargo, a mediados del siglo XVIII, en un rincón de Europa se dieron las condiciones necesarias para que la semilla del progreso germinara y acabara resultando en una explosión de desarrollo inimaginable hasta entonces.
La causa real y última de la Revolución Industrial es bien simple, el ser humano aprendió a dominar una nueva fuente de energía mucho más poderosa que la que se había utilizado desde el descubrimiento del fuego. Esta Revolución fue consecuencia de la transición de la quema de madera a la quema de carbón. El dominio de una nueva fuente de energía más eficiente trae siempre consigo una avalancha de progreso como posteriormente se repitió con el petróleo, el gas o la energía nuclear.
La energía, cualquiera de ellas, permite al hombre tener capacidades sobrehumanas. Le permite conseguir cosas que serían inimaginables si se viera forzado a utilizar únicamente la fuerza de sus músculos. La historia de la humanidad está repleta de saltos cuantitativos en la calidad de vida cada vez que el ser humano era capaz de “externalizar” el esfuerzo de sus débiles músculos. Utilizar caballos para transportarse en lugar de caminar, usar bueyes para arar en lugar de hacerlo a mano o adiestrar animales para que cacen por nosotros en lugar de correr detrás de las bestias con una lanza fueron buenos ejemplos en la antigüedad.
Todas esas externalizaciones de energía implican, en realidad, un aumento de la productividad del trabajo. Con dos bueyes soy capaz de arar en un día la misma cantidad de tierra que antes me llevaba cuatro días y con un caballo soy capaz de recorrer distancias más largas en mucho menos tiempo. A su vez, un aumento en la productividad del trabajo implica que el ser humano tiene que trabajar menos horas para conseguir lo mismo, es decir, sus condiciones de vida mejoran porque su fatiga disminuye y tiene más tiempo libre. La calidad de vida está directamente relacionada, por tanto, con la cantidad de energía “externa” que el ser humano es capaz de gestionar y, por eso, el consumo de energía per cápita es un indicador claro del nivel de vida de un país. Un país no consume energía porque es rico, sino que es rico porque consume energía.
Nosotros, hoy, disfrutamos de un nivel de vida inimaginable siquiera por los reyes europeos de hace apenas 100 años. Tenemos en casa agua caliente, calefacción, aire acondicionado, microondas, frigorífico, smart TV, móviles, internet, coche, un avanzado sistema de salud, una universidad en cada ciudad, un supermercado con todos los productos imaginables en cada esquina… ¡Y disfrutamos todo esto trabajando apenas 35 ó 40 horas semanales!
¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Lo hemos conseguido mediante máquinas y procesos que utilizan energías que sustituyen la nimia energía que es capaz de producir un ser humano con sus músculos. Lo hemos conseguido aumentando de manera asombrosa la productividad de las actividades humanas mediante el consumo de energías que nos permiten volar más rápido que la más rápida de las aves, navegar más rápido que el más rápido de los peces y transportarnos a más velocidad que el más rápido de los animales terrestres. La piedra angular de todo este proceso es la energía y hemos llegado hasta aquí porque somos capaces de generar cantidades ingentes de energía que luego somos capaces de transportar hasta los lugares donde se necesita.
Esto, damas y caballeros, es la eficiencia y el progreso. La eficiencia es utilizar fuentes de energía que hagan el trabajo por nosotros mientras estamos descansando en nuestras casas tras una jornada de trabajo de ocho horas. La eficiencia es tener energía eléctrica que haga funcionar el lavaplatos y la lavadora mientras yo escribo este artículo disfrutando de un casa calentita y segura. Porque la alternativa sería ir caminando hasta el río a lavar los platos y la ropa y no tener tiempo, ni ganas, ni medios para escribir artículo alguno. Lo que implicaría, en definitiva, sería la realidad de la humanidad hasta hace no mucho: trabajar 115 horas a la semana para no tener apenas comida, no tener casa, calefacción, sofá, lavadora, lavaplatos…y acabar muriendo a los 35 años decrépito y consumido por alguna enfermedad hoy erradicada.
El progreso es, en definitiva, vivir cada vez mejor trabajando cada vez menos.
Y el progreso pasa por el consumo de enormes cantidades de energía.
El progreso es tener unas fuentes de energía seguras, estables y competitivas. El progreso consiste en aumentar la calidad de vida mientras disminuye la cantidad de trabajo que el ser humano tiene que realizar. El progreso es, en definitiva, vivir cada vez mejor trabajando cada vez menos. El camino al progreso pasa por el consumo de energía y es inadmisible prescindir de las fuentes que nos otorgan energía estable y barata para cambiarlas por otras mucho más ineficientes. Actuar de este modo es recorrer el camino hacia atrás e implica que todos tendríamos que trabajar más para conseguir lo mismo. Esto es, simplemente, el antiprogreso y, sin embargo, en una perversión del lenguaje digna del mejor Orwell, los que pretenden esto se llaman a sí mismos progresistas.
El ejemplo paradigmático de este “progresismo” es el ecologismo pero, ¿no será acaso, que estos grupos tan progresistas lo que combaten, en realidad, es el progreso? El ser humano es un virus, una plaga que está acabando con la naturaleza y destruyendo el planeta. La población mundial continúa creciendo, somos ya 7.700 millones y las condiciones de vida siguen mejorando a nivel mundial. Para el ecologismo esto ha sido siempre inaceptable y pondrán en el camino todas las piedras necesarias para impedirlo. Lastrar el progreso es uno de los modos más eficientes de conseguirlo y, a su vez, potenciar las energías ineficientes es una de las mejores formas de lastrar el progreso.
No tengan la más mínima duda, el ecologismo no lucha contra las centrales nucleares porque sean peligrosas (saben de sobra que no lo son), luchan contra la energía nuclear porque es la más eficiente, competitiva y segura de las formas de producir electricidad. Si de verdad el problema fuera el cambio climático, el ecologismo defendería cualquier fuente que no emitiera CO2, el ecologismo sería pronuclear. Pero no es así porque aquí el fondo es otra cosa, se trata de frenar el progreso y la energía nuclear es, precisamente, una de las mayores fuentes de progreso de nuestra sociedad y esto, simplemente, no se puede tolerar. La historia del ecologismo es la lucha contra el progreso de la humanidad… y contra el ser humano en sí mismo.

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