Alberto Olmos pregunta a Sánchez (PSOE) e Iglesias (Unidas Podemos) para qué se han metido en política...
Artículo de El Confidencial:
Pablo Iglesias, en un fotograma de 'Política: manual de instrucciones'
Me ha impresionado mucho ver estos días a Pablo Iglesias en
'Política: manual de instrucciones', el documental sobre Podemos que Fernando León de Aranoa filmó en el año 2015.
Justo ese año, según están informando los medios con precisión y despliegue un
tanto inverosímil para el caso, se inició el asunto de la tarjeta
SIM más manoseada (y quemada) de España. En aquel noviembre le
fue robada, junto con su móvil, a Dina Boussenlham a
las puertas del Ikea de Alcorcón. Se iniciaba entonces una trama como de
película quinqui donde todo el mundo tenía la tarjeta, devolvía la tarjeta,
sabía lo que había en la tarjeta o amenazaba con revelar su contenido. La
policía patriótica entraba y salía del caso. El abogado de Podemos se convertía
en la némesis de su propio partido. Líos amorosos cruzaban muros de
confidencialidad judicial. Y todo por el móvil de una asesora sin mucho peso en
la organización y las fotos (íntimas y de tarjetas de crédito) y los chats (“la azotaría hasta que sangrara”) que se guardaban en
él. La historia ha crecido de manera diríamos que subterránea desde que Pablo
Iglesias entrara en el Congreso de los Diputados hasta ahora mismo, que es
vicepresidente.
Por ello, al ver tan tarde el trabajo de León de
Aranoa, me ha poseído un mirar distinto, un vértigo detectivesco,
pues no es tan improbable que el director de 'Barrio' filmara en esos momentos
cosas sin importancia que, vistas ahora, nos parezcan aclaratorias. En este
sentido, resulta extraordinaria la evolución de Irene
Montero en el documental, pues su presencia se vuelve más
evidente según avanza 2015, al tiempo que la de Tania
Sánchez se va diluyendo. Cuando Dina Boussenlham aparece en
plano, uno da un respingo, detiene la imagen, analiza su aburrimiento en ese
“cuartel de verano” (sic) donde se reunieron decenas de miembros del partido
para diseñar estrategias y comer carne asada. Salen, por supuesto, una decena
larga de políticos o asesores ya defenestrados, como Jorge Lago, Luis Alegre, Clara Serra o Carolina Bescansa.
Y, sobre todo, sale un Pablo Iglesias puro, entregado, natural, divertido y
cutre. Es decir, irreconocible.
¿Por qué te metiste en política?
¿Por qué te metiste en política? Es la pregunta que
lanzo estos días, imaginariamente, a Pablo Iglesias o Pedro Sánchez. Me he dado cuenta de que ambos llevan
meses dedicados a trajines de lo más molesto, en modo alguno
edificantes, que apenas deberían permitirles mirarse en el espejo, no digamos
en el espejo del tiempo. Iglesias, y limitándonos solo al caso Dina, ha tenido
que levantarse cada día para ir
detrás de una tarjeta SIM, pensar si devolverla o no, quemarla
(o no), devolverla quemada, proponer el relato de que Villarejo y el Ministerio de Interior de Rajoy intrigaban en su contra, despedir al abogado
de su propio partido, denunciarle por acoso sexual (que el abogado niega),
atender a las revelaciones y filtraciones y suposiciones que sobre todo ello ha
ido haciendo la prensa, amén de acudir a las vistas del juicio y reunirse
decenas de veces con abogados, técnicos, consejeros y periodistas para ir
gestionando el escándalo. ¿Qué vida es esa? ¿Qué vida de
político es esa?
Pedro Sánchez, por su parte, después de mentir a sus votantes afirmando que no pactaría con Podemos, pactó con Podemos, se inventó ministerios innecesarios para compensar el apoyo a la coalición gubernamental, colocó a su ministra de Justicia en la Fiscalía General del Estado, a un militante de su partido en el CIS, a un amigo íntimo en una dirección general creada exclusivamente para que este amigo tuviera una nómina a cuenta del Estado, ordenó a Marlaska que averiguara qué decía el informe confidencial de la policía sobre el 8-M en relación con la propagación del covid-19... Por citar apenas un puñado de sus ocupaciones. Realmente, no puedo asumir qué clase de vida es esa, una dedicada enteramente al trile de altura, al adulterado de las instituciones y de los procesos que garantizan la vida en común, a la trampa, la puñalada, la traición y la supervivencia. Como es obvio, pongo a Iglesias y Sánchez en el centro de este pasmo mío como podría poner a Cristina Cifuentes y sus llamadas histéricas —suponemos— a la universidad para ver cómo justificaba un máster inexistente, o a Francisco Camps o a Rita Barberá o, ya entrando en el lodazal, a los políticos abiertamente corruptos, y condenados por ello, trajinando día a día para robar, repartir lo robado y no ser descubiertos, y la coca y las putas y los sobornos y las conversaciones miserables en mesas apartadas de cafeterías de carretera. Llámenme inocente, pero debemos recordar que la política también es una vocación, como la de poeta, actor o periodista, y que no hay vocaciones turbias: toda vocación es romántica, bienintencionada y, por supuesto, megalómana.
Así, a la pregunta de por qué se metió uno en política, solo puede responderse de una manera: porque yo sí puedo mejorar la vida de la gente. Dejando al margen no pocos pícaros que ven en concejalías o escaños una simple forma de ganarse la vida sin dar un palo al agua, un político de raza vive la alucinación de la gestión mágica cuyos secretos la providencia ha querido depositar en él. Entonces se lanza a convencer al mundo (los votantes) de que sus ideas y su entrega son más firmes que las de los otros (y esto es exactamente hacer política: seducir por el discurso), consiguiendo los resultados que sean.
Eso es lo que vemos en 'Política: manual de
instrucciones', a una gente muy simpáticamente desaseada, sin 'glamour' alguno,
entregados a la seducción de un país con la pura fuerza de
las ideas y los relatos. Diríamos entonces que la política dura lo
que dura la incomparecencia del poder, y que cuando el poder se obtiene, ya no
hay política, sino inevitable abyección. Es casi obsceno comparar al atildado
vicepresidente Iglesias y sus indecentes ocupaciones actuales (crear un
alucinado periódico para que lo dirija quien podría hundirle en un juicio, por
ejemplo) con el Iglesias de tiradillo que no tenía otra cosa en la cabeza que
nobles propósitos, del color ideológico que fueran.
En la película 'L.A. Confidential', el ambiguo policía
interpretado por Kevin Spacey charla después de
toda una vida de trapacerías y corruptelas en el cuerpo con el novato Ed Exley,
encarnado por Guy Pierce, un joven lleno de
valores morales e integridad. Exley le pregunta: “¿Por qué te hiciste
policía?”. Spacey guarda silencio y por sus ojos vemos pasar toda la amargura
de una vida de superviviente sin escrúpulos: “No lo recuerdo”, contesta al fin.
Es decir, no quiere, no puede, no se atreve a recordarlo.
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