martes, 13 de diciembre de 2016

Obama ha enloquecido

Javier Benegas analiza la irresponsable reacción de Barack Obama y el partido demócrata tras su derrota electoral, junto a la maquinaria del establishment, y el enorme coste y brecha social que está produciendo y seguirá dividiendo al país. 

Artículo de Voz Pópuli: 
El presidente Barack Obama.El presidente Barack Obama. EFE


Este pasado sábado, el diario Washington Post se hacía eco de una filtración según la cual una evaluación secreta (no demasiado secreta cuando es filtrada impunemente) de la CIA había concluido que Rusia, mediante sus servicios de inteligencia, habría ayudado a Donal Trump a ganar las elecciones. Después, el diario New York Times, cada vez más falto de reflejos, seguía la estela del Washington Post y publicaba su propio contenido que, básicamente, venía a decir lo mismo. Antes de nada, hay que puntualizar que en la filtración no se facilitaba el nombre del “alto funcionario” que presentó las conclusiones del informe a Barack Obama. Tampoco su jerarquía en la agencia, ni siquiera a qué departamento o división pertenecía, por lo que su solvencia es un misterio. Sin embargo, este vacío de información no impidió dar por cierto que el informe gozara del consenso de la Agencia.
Quizá el Washington Post o el New York Times tengan más información al respecto, pero desde luego no la han publicado. Lo que sí han hecho es generar dos titulares tremendos que no se compadecen demasiado con párrafos bastante significativos del propio texto de sus noticias, párrafos enterrados entre montones de apreciaciones subjetivas que revelan que el informe no sería especialmente concluyente en el sentido que se titula. Y dicen que, si bien Rusia habría intentado interferir en la campaña norteamericana, lo que se habría pretendido es socavar la legitimidad de la victoria Demócrata, porque los rusos descontaban que Hillary ganaría. Dicho de otra forma, no habrían trabajado para que Trump ganara sino para que la victoria de la candidata demócrata se llenara de sombras. Querrían, pues, deslegitimar el proceso electoral y, con él, a la propia democracia norteamericana, el eterno enemigo. Algo que sorprendentemente, motu proprio, están haciendo Obama y el Partido Demócrata, valiéndose de cualquier medio, incluso filtrando un informe secreto ad hoc -encargado por el presidente saliente- que, además, alude a pruebas circunstanciales (lo que traducido al lenguaje de los espías debe leerse como “conjunto de conjeturas”) y cuyas conclusiones principales son, cuando menos, cuestionables.

Echarse al monte 

El caso es que Barack Obama, el Partido Demócrata y el establishment, que constituyen las élites de Washington, la propia CIA (que con la administración saliente ha ganado un poder extraordinario), los medios de información, numerosos lobbies, grupos de presión y activismos varios, no aceptan la victoria de Trump. Cada por sus propias razones, pero sospecho que ninguna sea demasiado altruista. Aun suponiendo que su actitud tuviera que ver con su inmenso amor a la patria y con salvar a la democracia americana, lo que es mucho suponer, la forma en que están reaccionando los Demócratas es de una irresponsabilidad mayúscula. Han cometido todos los errores, han pisado todos los charcos y, por lo que parece, están determinados a seguir haciéndolo.
Han descalificado a 68 millones de electores, los han tachado primero de gente moralmente deplorable, después de palurdos ignorantes, de gentucilla del campo, asilvestrada, y, finalmente, de completos idiotas que se dejan embaucar por mentiras que circulan en las redes. Ahora, presentando a Trump como un topo de Putin, poco más o menos los tachan de traidores. En frente, quienes votan al partido Demócrata, son la beautiful people, gente ilustrada, sensible, moralmente intachable y, por supuesto, mucho más inteligente. Un relato de buenos y malos que movería a risa si no fuera por los costes que ya está suponiendo en términos de convivencia y confianza entre americanos.

No es el topo Trump quien lo dice

Sin embargo, lo que no se dice es que, más allá del topo Trump, en Washington hay una fuerte corriente de opinión que abomina de la política exterior de Obama y considera un grave error, primero, haber permitido que Putin desarrollara su agresiva política exterior sin apenas resistencia y, después, que la Casa Blanca reaccionara tarde y mal para, finalmente, volar todos los puentes con Rusia. Una jugada que sólo podría haber salido peor entrenando mucho.
Si las prioridades de la política exterior de la era Obama estaban en el Pacífico, en las guerras declaradas en Irak y Afganistán y en las encubiertas en Pakistán, Libia, Yemen, Sudan y Somalia, permitir, por acción u omisión, que se abriera un nuevo frente en Europa era el error más estúpido imaginable. De hecho, muchos generales norteamericanos piensan, y no les falta razón, que no es posible mantener bajo control tantos frentes prioritarios y, además, tener que vigilar ese patio trasero que para ellos es Europa.
Lamentablemente, frente a la influyente CIA, la opinión del Pentágono ha contado muy poco para una administración Obama que, desde el nombramiento de Leon Panetta como director de la CIA, se propuso convertir la Agencia en instrumento de guerras encubiertas y asesinatos dirigidos, una organización que, con el pretexto de Guantánamo, ya no haría prisioneros. Mejor muertos que reclusos. Nunca antes los chicos de Langley han disfrutado de tanto poder, presupuesto y oscuridad como con Obama, ni siquiera durante la Guerra de Vietnam. Lo peor, con todo, no es que Obama y Panetta hicieran con la CIA lo que han hecho, el mundo es feroz y no da tregua, sino que durante años señalaran con el dedo a otros por bastante menos. Cuando Obama nombró a Panetta, los medios apenas mencionaron que era católico; menos aún, se hicieron eco que, a cuenta de la campaña de asesinatos dirigidos, Panetta bromeaba diciendo que “había rezado tantas avemarías en los dos últimos años como en toda su vida”. Sospecho que si Trump hubiera nombrado a Panetta director de la Agencia, más de un diario habría titulado “Trump pone a un ultracatólico al frente de la CIA”. Y pasados dos años habrían añadido “…ultracatólico y loco asesino”.

Estados Unidos cada vez más desunido

La pasada campaña presidencial ha partido en dos a EEUU. Pero los demócratas, en vez de proponerse reparar el destrozo, parecen determinados a institucionalizarlo, convirtiendo la fractura en algo permanente. ¿A qué se debe esta actitud tan increíblemente irresponsable? Quizá la explicación sea sencilla. Tal vez asistimos a una encarnizada lucha por el poder que va mucho más allá de dos nombres propios, Hillary Clinton y Donald Trump, o de la tradicional rotación partidista entre Republicanos y Demócratas. Está en juego la política exterior, el modelo de Estado y, lo de verdad importante, la supervivencia de una élite de burócratas que durante décadas han escalado posiciones y acaparado todos los puestos de la administración norteamericana, todos los resortes del poder. Un conspicuo gremio de tecnócratas que lleva tiempo expulsando de la política a cualquier agente externo, tachando de peligroso, ignorante o simplemente inapropiado a quien no proviene del mismo lugar que ellos, a quien no asume sus mandamientos.
Que para desacreditar a Rex Tillerson  hayan esgrimido una foto protocolaria en la que aparece junto a Vladímir Putin, dice mucho, pero no en el sentido que ellos esperan. Lo que revelan con esta simple asociación de ideas, Tillerson al servicio de Putín, es que no están dispuestos a que “la cosa pública” deje de ser territorio vedado para quienes provengan del sector privado. Para que se hagan una idea, es como si en España ganara las elecciones alguien dispuesto a desalojar de la política al ejército de abogados del Estado, leguleyos y altos funcionarios que la colonizan... Sería el acabose, el fin del mundo, la guerra.
De cara a las próximas presidenciales, está garantizada más polarización, más crispación que agrandará la herida y consolidará la división de EEUU en dos américas enfrentadas. Aunque quizá puede ser peor, tal vez el establishment, ante la perspectiva de pérdida masiva de privilegios, no esté dispuesto a esperar a la siguiente convocatoria y caiga en la tentación de descabalgar a Trump de forma prematura mediante un impeachment. Aunque todo podría quedar en un simple ataque de nervios, un ataque de locura transitoria. Quién nos iba a decir a los que no éramos trumpistas que, al final, el antisistema no era Trump sino Obama.

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