martes, 19 de junio de 2018

La creciente aversión masculina al matrimonio

Juan M. Blanco analiza la creciente aversión masculina al matrimonio y sus causas. 
Artículo de Disidentia:
Que el número de matrimonios y el porcentaje de personas casadas disminuye en Occidente es algo que recogen casi todas las estadísticas (nos referimos al matrimonio convencional o heterosexual). Lo que resulta más controvertido es determinar las causas.
Sin embargo, la evolución del número de matrimonios no permite averiguar si son las mujeres, los hombres, o ambos, quienes se han vuelto más reacios a pasar por el juzgado, o la iglesia, pues casarse requiere la aceptación de dos. Averiguar la respuesta requiere indagar en el ámbito de las intenciones, de las actitudes.
Según una encuesta del Pew Research Center de 2012, la fe en el matrimonio se ha ido deteriorando entre los varones; pero no entre las féminas.  El porcentaje de mujeres entre 18 y 34 años que consideraba un matrimonio satisfactorio como uno de los objetivos más importantes de su vida, creció del 28% en 1997 al 37% en 2012. Por el contrario, el porcentaje de hombres con una opinión tan elevada sobre el matrimonio descendió en el mismo periodo del 35% al 29%. Una evolución tan contrapuesta requiere alguna explicación.

Los hombres… en huelga

En Men on Strike: Why Men Are Boycotting Marriage, Fatherhood, and the American Dream (2014) Helen Smith, señala que los incentivos para casarse han cambiado radicalmente para los hombres porque, para ellos, el matrimonio implica ahora un riesgo mucho mayor y unas ventajas muy inferiores. La Corrección Política y en especial su núcleo duro, el feminismo posmoderno, ha impuesto en la sociedad una visión del mundo en la que los hombres constituyen un grupo malo, que debe ser castigado.
Así, se proyecta una visión negativa de los varones como maridos y padres, se promulgan leyes que discriminan flagrantemente a los hombres, vulnerando incluso principios fundamentales que estaban firmemente asentados en Occidente, y se induce a los tribunales a una notable parcialidad a la hora de solventar los conflictos de pareja.
En tales circunstancias, gran parte de los hombres ha guardado silencio, aceptado con autocensura, convencimiento o sentido de culpa, esta discriminación. Pero muchos se habrían declarado en huelga, practicarían un boicot a una institución, como el matrimonio, que ya no es neutral sino claramente sesgada a favor de las mujeres. Para Smith, que siendo mujer y casada observa los hechos con cierta perspectiva, la actitud de los hombres responde a una decisión racional: muchos han decidido que los posibles beneficios no compensan los costes y, sobre todo, los enormes riesgos.
La imagen del hombre, como padre y marido, que proyecta la nueva ideología dominante no es precisamente muy edificante. Hace décadas, la figura del padre de familia era respetada; hoy es más objeto de mofa y escarnio que de respeto. En la actualidad, los medios, las series de televisión o ciertas películas tienden a representarlo como torpe, payaso, un desastre que sirve para muy poco, siempre superado en conocimiento y habilidad por su mujer y sus hijos. Según Smith, se representa al marido como alguien relegado dentro de su propia casa aunque sea el principal proveedor de ingresos. Un papel que no atrae precisamente a los candidatos.

Leyes y tribunales poco imparciales

Pero los problemas no se limitan a la mera imagen. Si el matrimonio fracasa, si sobreviene el divorcio, las leyes y los tribunales no suelen ser precisamente benévolos con los hombres. Es demasiado típico el esposo que debe abandonar el domicilio conyugal, aunque la casa sea de su exclusiva propiedad, perdiendo los hijos y el  dinero. En la mayoría de los países, los tribunales han tendido a otorgar la custodia de los hijos de manera sistemática a la madre, fijando costosas obligaciones económicas para el padre que, en ocasiones, despojado de su patrimonio, queda en una situación financiera muy precaria.
Hay quienes conectan las elevadas tasas de suicidio masculinas a los reveses relacionados con el divorcio. Pero es difícil corroborar este extremo porque hoy día el suicidio es objeto de gran secretismo y censura.
Otro elemento bastante singular es que, en caso de impago de una pensión establecida tras el divorcio, el hombre puede ser encarcelado, tal como ha ocurrido a muchos. Sostiene Smith que, en los Estados Unidos, los tribunales encarcelan a los varones que no pagan acusándolos de desacato o desobediencia al Tribunal. Y este asunto tiene mucha enjundia pues refleja una regresión a tiempos muy remotos.
La posibilidad de encarcelamiento por deudas privadas fue abolida a principios del siglo XIX. Si alguien incumple una obligación de pago puede ser embargado pero nunca enviado a prisión, salvo que concurra fraude o estafa, ya que se trata de un litigio civil. Lo insólito de la situación es que, en el fondo, se ha recuperado la prisión por deudas privadas, una figura que surgió en la antigua Roma pero desapareció con los cambios políticos de las revoluciones modernas.
Y, en algunos países, la obligación financiera del cónyuge que no ostenta la custodia, casi siempre el padre, no se extingue cuando los hijos alcanzan la mayoría de edad: se prolonga hasta que sean económicamente independientes. Es como si la mayoría de edad implicase derechos… pero no deberes.
En ocasiones, la prensa anglosajona se escandaliza con casos como los de Giuseppe Andreoli un padre divorciado que, en 2002, fue obligado por un tribunal italiano a proveer una pensión mensual de 775 euros a su hijo Marco, de treinta años, graduado en derecho y propietario de una casa en el barrio más elegante de Nápoles y de una considerable participación en un fondo de inversiones. Quizá estos medios desconocen que, en países como España, estos casos no son tan insólitos.

Adiós a la igualdad ante la ley

Más grave todavía ha sido la exagerada persecución de la denominada “violencia machista“, que desembocó en una auténtica caza de brujas. Para la Corrección Política el hombre es un ser perverso y violento y, en consecuencia, se promulgó en España la denominada Ley Integral de Violencia de Género, una disposición legal que vulnera la igualdad ante la ley y la presunción de inocencia. La igualdad ante la ley porque contempla ciertas conductas que son delito si las comete un hombre pero no si las lleva a cabo una mujer.
Quebranta también la presunción de inocencia porque basta con que la mujer declare haber sido agredida, insultada o vejada para que, sin mediar pruebas, el hombre sea detenido y juzgado, facilitando así denuncias falsas por venganza o intereses económicos. De hecho, la denuncia por violencia fortalece todavía más la posición de la esposa en un divorcio.
Estas disposiciones legales hacen que la posición de los hombres en el matrimonio se vuelva especialmente vulnerable. No es necesario ser denunciado falsamente; a veces basta con la simple amenaza para vivir constantemente bajo la espada de Damocles, en una posición de sumisión y servidumbre. Por supuesto, la mayor parte de las mujeres son sensatas y honradas, con sentido de la justicia y la equidad. Pero el riesgo de dar con una que sea insensata o desaprensiva, que pueda arruinar sus vidas es tan grave, que muchos hombres preferirán no tentar a la suerte: mejor solos que en una posición de profunda indefensión.

¿Salida o voz?

En Exit, Voice, and Loyality (1970), el economista Albert Hirschman planteó una ingeniosa tesis: que los miembros de una organización, cuando perciben que esta se deteriora en calidad o se reducen notablemente las ventajas que ofrece, tienen dos posibles respuestas: la salida, es decir, abandonar la entidad, o la voz, intentar resolver el problema mediante la queja, la protesta o la propuesta de cambio. Así, en lo que se refiere al matrimonio, muchos hombres habrían elegido la  salida: evitar casarse.
Pero también existe la opción de la voz, oponerse a la Corrección Política, tanto hombres como mujeres, pregonando que la igualdad solo tiene un camino: el trato justo e igualitario para todos, con independencia del sexo o de cualquier otra condición. Convencer a la opinión pública de lo obvio: que no existen grupos buenos y malos, que la bondad y la maldad, lo mismo que la inteligencia y la estupidez, se encuentran repartidos muy equitativamente entre hombres y mujeres.

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