viernes, 15 de junio de 2018

La jauría fiscal: tres reflexiones sobre Màxim Huerta

Juan Rallo analiza el caso de Màxim Huerta mostrando tres reflexiones sobre el caso. 

Artículo de El Confidencial:
Foto: El exministro de Cultura Máxim Huerta anuncia su dimisión. (EFE)
El exministro de Cultura Máxim Huerta anuncia su dimisión. (EFE)
Màxim Huerta ha sido la primera pieza en caer del rutilante Ejecutivo de Pedro Sánchez. Lo ha hecho, además, sin el menor apoyo por parte de los suyos: un juguete roto al que se ha dejado caer sin ningún tipo de compasión. A la postre, que el Ejecutivo de la regeneración, de la transparencia y de la conciencia social estuviera mancillado por una sanción tributaria era algo propagandísticamente insostenible… Y la propaganda dirigida a perpetuarse en el poder pesa más que cualesquiera lazos de camaradería.
Huelga señalar que esta dimisión podría ser —y, de hecho, ya ha sido— objeto de análisis muy diversos, pero personalmente creo que es necesario resaltar y reflexionar sobre tres puntos que han rodeado el caso:
1. No es lo mismo robar que evitar que te roben: son muchos los que han intentado equiparar la irregularidad fiscal de Màxim Huerta con otros casos de corrupción y latrocinio político. No sorprende demasiado, habida cuenta de que en los últimos años hemos asistido a la bochornosa identificación del fraude fiscal con el mismísimo terrorismo. Pero, pese a la degeneración populista que hemos experimentado, no es lo mismo robar a tu vecino que evitar que tu vecino te robe: en el primer caso te quedas con lo que no es tuyo, y en el segundo retienes lo que sí es tuyo. Por supuesto, uno puede afirmar que los ciudadanos cargamos con el deber de cumplir nuestras obligaciones fiscales, de tal manera que no cumplirlas implicaría quedarnos con aquello que no es nuestro sino del Estado.
No pretendo entrar siquiera a debatir la cuestión de fondo acerca de la (falta de) legitimidad de la autoridad política para imponer unilateralmente obligaciones tributarias a aquellos ciudadanos que no han otorgado consentimiento explícito para ello. Me basta con remitirme a un asunto mucho más sencillo e inmediato: aun cuando el Estado tuviera derecho a imponer tales obligaciones tributarias a sus ciudadanos, las mismas serían obligaciones tributarias indeterminadas; esto es, obligaciones tributarias cuyo contenido solo puede ser determinado a través de la interpretación (en muchos casos, sujeta a amplísimos grados de discrecionalidad) de las leyes fiscales.
Y dado que las leyes fiscales le asignan al propio contribuyente la carga de determinar (de declarar) cuál es su obligación tributaria según la interpretación que él mismo haga de esas leyes fiscales, debería resultar del todo lícito que cualquier contribuyente intente interpretarlas de aquel modo más conveniente para minimizar su factura tributaria. Aun cuando una cierta interpretación de las leyes fiscales pudiera parecernos temeraria o infundada, el contribuyente tiene perfecto derecho a tratar de defenderla ante el Estado sin que ello le descalifique en absoluto como buen ciudadano: se trata de una controversia meramente administrativa entre interpretaciones divergentes de la ley tributaria donde una parte (el contribuyente) trata de minimizar su obligación fiscal (el dinero que le es sustraído) y la otra (el Estado) trata de maximizar sus derechos fiscales (el dinero que sustrae).​
2. La calidad de un ciudadano no se mide por los impuestos que paga, sino por el resto de sus contribuciones a la sociedad: por supuesto, podría contraargumentarse que, al tratar de minimizar su factura tributaria, Màxim Huerta ha señalizado una falta de compromiso con el resto de la sociedad, esto es, que la calidad de un ciudadano sí se ha de medir por los impuestos que este se muestre dispuesto a pagar. Se trata, empero, de un argumento peligroso, dado que termina equiparando 'buen ciudadano' con 'buen siervo del Estado'. Más bien, la buena ciudadanía debería definirse, en primer lugar, por cómo una persona respeta a sus conciudadanos; en segundo lugar, por cómo coopera lealmente con ellos (por ejemplo, produciendo bienes o servicios valiosos para sus conciudadanos), y, en tercer lugar —y de manera subsidiaria a las anteriores—, por sus aportaciones extraordinarias al bienestar de la sociedad.
Es en esta última rúbrica donde acaso cupiera incluir la maximización del pago de impuestos (aunque también podría contraargumentarse que cebar recaudatoriamente la burocracia estatal constituye un comportamiento contrario al bienestar de la sociedad). Pero que una persona no haya realizado aportaciones extraordinarias a la sociedad no lo convierte automáticamente en mal ciudadano si, en paralelo, sí ha respetado al resto de individuos y ha cooperado lealmente con ellos. La guinda del pastel no es el pastel entero. Y, hasta donde conozco, Huerta sí ha respetado las libertades de sus conciudadanos y ha colaborado, como periodista y escritor, a mejorar la calidad de vida de otros españoles.​
3. La jauría del populismo fiscal la ha alimentado su Gobierno: ahora bien, que el comportamiento tributario de Màxim Huerta no debiera resultar moralmente criticable no significa que su cese no haya estado justificado. En este país, especialmente con la crisis presupuestaria del Estado, se ha instalado una histeria fiscal exacerbada que criminaliza a todo aquel que trate de minimizar, incluso dentro de una interpretación razonable de la legalidad, el monto de los impuestos que ha de pagar. Esa histeria, que es en última instancia la que ha devorado a Huerta al proclamar que su actuación resulta completamente intolerable, ha sido una histeria alentada y alimentada por la práctica totalidad de las formaciones políticas de nuestro país y por numerosos 'intelectuales'.
Entre esas organizaciones políticas que han colocado en la palestra a todos los contribuyentes se ha encontrado, cómo no, el PSOE, de cuyo Gobierno ha formado parte efímeramente Màxim Huerta, y también el propio Màxim Huerta (quien en el pasado no dudó, por ejemplo, en criticar a aquellos futbolistas que practicaban la elusión fiscal). Si crías, multiplicas, mimas y engordas a una jauría de salvajes perros fiscalistas, no debería sorprenderte que algún día esos perros puedan volverse contra ti.
Existe, de hecho, una cierta justicia poética en que la revolución devore a sus hijos y, desde luego, ninguna lágrima debería derramarse por aquel que no habría dudado ni un minuto en jalear idéntica cacería contra cualquier otro cargo público que hubiese obrado exactamente igual que él. Personalmente, no creo que la actuación fiscal del exministro Màxim Huerta fuera merecedora de la más mínima reprobación social: sí creo, en cambio, que resulta merecedor de tal reprobación el haber envenenado a la sociedad española contra todo contribuyente que trate de proteger su hacienda del insaciable fisco. Quien a hierro mata, a hierro muere.

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