Enrique Clari analiza las pesimistas perspectivas en defensa de la libertad que tienen las próximas elecciones españolas, sea el resultado que sea.
Artículo del Instituto Mises:
El 26 de junio, los votantes en España iremos a las urnas por segunda vez en medio año. Los resultados de las elecciones previas fueron considerados por los expertos como un punto de inflexión en la reciente historia española, ya que el sistema bipartidista hegemónico que había dominado el parlamento durante casi 40 años había acabado por fin: los conservadores (Partido Popular o PP) ganaron de nuevo por un margen muy pequeño, pero sin embargo la distancia entre los socialdemócratas (Partido Socialista Obrero Español o PSOE) y los nuevos izquierdistas (Podemos) fue todavía menor. Los “recién llegados” (el partido Ciudadanos) quedó considerablemente detrás.
Desde las últimas elecciones (en diciembre de 2015) nuestras élites políticas han sido incapaces de aunar un ejecutivo que funcione (el equivalente a una “administración” americana), llevándonos así a unos nuevos comicios.
Temas electorales de 2016: Más de lo mismo
Sin embargo, la imagen profundamente enraizada de la sociedad española como un caleidoscopio ideológico contrasta con la aburrida oferta electoral de los cuatro principales partidos: ninguna de las candidaturas apoya ninguna reducción del gasto público en un país en el que el déficit presupuestario ha estado completamente fuera de control durante demasiados años y, al mismo tiempo, se han convertido en lamentablemente comunes las propuestas más variadas de aumento en la intervención del estado. Aunque los libertarios no necesitemos ninguna excusa para desafiar la prodigalidad pública, el estado actual de cosas nos obliga a afrontar las votaciones sin nada que no sea decepción.
Se podría esperar que las duras consecuencias de una expansión artificial del crédito y continuas malas inversiones (que acabaron obligando a la Unión Europea a llevar a cabo un rescate del sector bancario español) despertaran alguna conciencia entre una ciudadanía empobrecida. Sin embargo, ni España ni la Unión Europea han aprendido la lección. En el Viejo Continente, las falacias keynesianas reclamando un aumento necesario y casi sin restricciones de los programas de estímulo han conquistado todas las esferas de la sociedad.
Oposición continua a la austeridad
El rechazo de valores nucleares del liberalismo de laissez-faire, como un mercado no intervenido o libertad y estabilidad monetaria, es bastante notable en la nueva jerga en la política cotidiana: el eje ricos-pobres ha sido sustituido por la concepción más inclusiva de “arriba-abajo”; el crecimiento económico ya no es una condición suficiente, sino que se requiere una “recuperación justa”; el asfixiante, aunque inexistente (ver Bagus), “austericidio” debe reemplazarse por nuevas políticas económicas “en beneficio de la mayoría social” y así sucesivamente.
Estas innovaciones lingüísticas también se encuentran evidentemente en forma de las respectivas propuestas lanzadas por los partidos durante la campaña en marcha: la actual presión fiscal, o se aumentará, o se mantendrá; la ligera liberalización del mercado laboral iniciada en 2011 se invertirá para restaurar los “derechos perdidos” de los trabajadores; podrían aprobarse programas sociales más generosos, como diversas formas de renta mínima; de salario mínimo podría aumentarse a su máximo histórico en un momento de desempleo históricamente alto y la legalización de otras expresiones de libertad, como el derecho a portar armas, el comercio de drogas o la prostitución por desgracia siguen sin estar encima de la mesa.
El amable lector se preguntará inmediatamente cuánto margen tendría realmente un nuevo gobierno español en este intento de expandir el estado de bienestar de esa manera. Y la respuesta es directa: ninguno. Aunque España evitó recientemente sanciones de Bruselas por incumplir las normas de la UE sobre déficits presupuestarios, sigue existiendo la obligación legal de alcanzar un presupuesto equilibrado en los próximos años (suponiendo que la UE aplique sus límites establecidos sobre los déficits). En otras palabras, todas esas promesas de campaña se tornarán fútiles una vez se articule un nuevo gobierno, como nos ha demostrado el ejemplo griego.
¿Cuáles son las perspectivas para la libertad y los mercados libres?
¿Hay entonces alguna esperanza para los libertarios en España? Por desgracia, no a corto plazo. La composición resultante del parlamento después de estas nuevas elecciones será sin duda socialdemócrata en su totalidad. La peligrosa animosidad que plantean hoy en día las ideas de libre mercado en mi país no es una característica propia en la cultura española, sino más bien una “mentalidad” extendida (citando a Mises) en la UE (y especialmente en el sur). Por tanto lo mejor que podemos hacer es seguir luchando contra las ideas de los populistas dominantes. El resultado de las elecciones podría ser una decepción (muy) amarga, pero debemos continuar sosteniendo las enseñanzas de la Escuela Austriaca si realmente tenemos algo de conciencia social.
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