sábado, 2 de diciembre de 2017

Estamos viviendo en la era del consumo de capital

Ronald-Peter Stöferle muestra el consumo de capital que se está produciendo hoy, cuál es el motivo y la gravedad del hecho. 
Artículo del Instituto Mises: 
Cuando se menciona el capital en el debate político actual, el término normalmente se somete a una interpretación bastante unidimensional: ya se discuta sobre capital ahorrado por ciudadanos, la cuestión de las reservas de capital en posesión de los fondos de pensiones, el capital aportado por los jóvenes emprendedores o los impuestos a las ganancias de capital en las inversiones, en todos estos casos capital equivale a “dinero”. Sin embargo, el capital es distinto del dinero, es una estructura definida y en buena parte irreversible compuesta por elementos heterogéneos que puede describirse (vagamente) como bienes, conocimiento, contexto, seres humanos, talento y experiencia. Dinero es “solo” la ayuda simplificadora que nos permite registrar de una manera uniforme la increíblemente compleja y heterogénea estructura de capital. Sirve como base para evaluar el valor de estas diversas formas de capital.
Los libros de texto de economía moderna normalmente se refieren al capital con la letra “C”. Esta aproximación conceptual difumina el hecho importante de que el capital no es simplemente una sola magnitud, una variable económica que representa una masa homogénea que se autorreproduce mágicamente, sino una estructura heterogénea. De entre las diversas escuelas de pensamiento económico la primera y más importante es la Escuela Austriaca de economía, que destaca la heterogeneidad del capital. Además, los austriacos han reconocido correctamente que el capital no crece o se perpetúa automáticamente. El capital debe crearse y mantenerse activamente, a través de la producción, el ahorro y la inversión sensata.
Además, los austriacos destacan que hay que diferenciar entre dos tipos de bienes en el proceso de producción: bienes de consumo y bienes de capital. Los bienes de consumo se usan en el consumo inmediato, como la comida. Los bienes de consumo son un medio para alcanzar un fin directamente. Así, la comida ayuda a alcanzar directamente el fin de satisfacer la necesidad básica de la nutrición. Los bienes de capital difieren de los bienes de consumo en que son estaciones hacia la producción de estos últimos, que pueden usarse para alcanzar fines últimos. Por tanto, los bienes de capital son medios para alcanzar fines indirectamente. Un horno comercial (usado para fines comerciales) es un bien de capital, que permite al panadero producir pan para los consumidores
A través de la formación de capital, se crean los medios potenciales para impulsar la productividad. La condición previa lógica para esto es que la producción de bienes de consumo debe disminuir o incluso detenerse temporalmente, mientras los recursos escasos se redespliegan hacia la producción de bienes de capital. Si los procesos actuales de producción generan menos o ningún bien de consumo, de esto se deduce que el consumo tendrá que reducirse en la cantidad de bienes de consumo que ya no se produzcan. Cada profundización de la estructura de producción implica por tanto tomar desvíos.
La formación de capital es por tanto siempre un intento de generar mayores retornos a largo plazo adoptando métodos de producción más indirectos. Esos mayores retornos no están sin embargo garantizados en modo alguno, ya que los métodos indirectos elegidos pueden resultar ir mal dirigidos. En el mejor de los casos, solo aquellos métodos indirectos continuarán en último término, lo que generaría una mayor productividad. Es por tanto justo suponer que una estructura de producción más intensiva en capital generará más producción que otra de menos intensidad. Cuanto más próspera es una región económica, más intensiva en capital es su estructura de producción. El hecho de que las generaciones que viven actualmente en nuestra sociedad sean capaces de disfrutar de un estándar tan alto de vida es el resultado de décadas o incluso siglos de acumulación de capital tanto cultural como económico por nuestros antepasados.
Una vez se han acumulado unas existencias de capital, no están destinadas a ser eternas. El capital es completamente transitorio, se desgasta, se amortiza en el proceso de producción o se convierte en completamente obsoleto. El capital existente requiere una inversión recurrente y regular, que normalmente se financia directamente de los retornos que genera el capital. Si se olvida la reinversión porque se consume toda la producción o más, el resultado es el consumo de capital.
No es solo la menguante comprensión de la naturaleza del capital lo que nos lleva a consumirlo sin ser conscientes de ello. Es también el marco de la economía real que nos impulsa inadvertidamente hacerlo. En 1971, finalmente el dinero se desligó totalmente del oro y entramos en la “era del papel moneda”. Visto en retrospectiva, hay que decir que romper el último enlace con el oro fue un error fatal. Entre otras cosas, ha disparado una inestabilidad sin precedentes en los tipos de interés. Mientras que los tipos de interés mostraron una volatilidad relativamente pequeña mientras el dinero seguía ligado al oro, esta aumentó drásticamente después de 1971, llegando a un máximo de aproximadamente el 16% en 1981 (rendimiento de los bonos del tesoro a diez años), antes de empezar un despeñamiento que continúa hasta hoy. Esta bajada masiva de los tipos de interés a lo largo de los últimos 35 años ha erosionado gradualmente las existencias de capital.
Un efecto inmediatamente evidente es la disminución del llamado “poder adquisitivo del rendimiento”. El concepto describe qué se puede comprar en términos de bienes con la renta procedente de los ahorros, o más precisamente del retorno de interés sobre los ahorros. La oportunidad de generar rentas de interés de los ahorros por supuesto ha disminuido muy drásticamente. Una vez se llega al territorio de los tipos de interés cero o incluso negativos, el retorno sobre el capital ahorrado evidentemente ya no es lo suficientemente grande como para permitir que alguien viva de él, no digamos para financiar un nivel razonable de vida. Consecuentemente, el capital ahorrado tiene que consumirse para asegurar la supervivencia propia. El consumo de capital es clamorosamente evidente en este caso.
No cabe duda de que hoy en día está teniendo lugar un consumo masivo de capital, aunque no todos se ven afectados en el mismo grado. Por un lado, la política de reducir artificialmente el interés, tal y como ha sido orquestada por los bancos centrales, sí influye negativamente en las tareas de los empresarios. Las inversiones, especialmente las inversiones intensivas en capital parecen ser más rentables comparadas con un nivel realista, es decir, no intervencionista, así que los beneficios son mayores y las reservas menores. Estos y otros errores inducidos por la inflación promueven el consumo de capital.
Por otro lado, contrarrestando el consumo de capital están el progreso tecnológico y la rápida expansión de nuestras áreas de actividad económica en Europa Oriental y Asia en décadas recientes, debido al colapso del comunismo y el hecho de que muchos países quedaron atrás cuando se produjo la revolución monetaria e industrial. Sin este proceso de retraso ya habría sido necesario hace mucho tiempo restringir el consumo en los países occidentales.
Al mismo tiempo, el omnipresente estado redistributivo del bienestar, que, o bien directamente a través de impuestos, o bien indirectamente a través del sistema monetario, cambia y reasigna continuamente grandes cantidades de capital, consigue ocultar hasta cierto punto los efectos del consumo de capital. Queda por ver por cuánto tiempo puede continuar esto. Una vez se acaben las existencias de capital, el despertar será duro. Estamos seguros de que el oro es una parte esencial de cualquier cartera de esta etapa del ciclo económico.

El artículo original se encuentra aquí.

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