domingo, 26 de abril de 2020

Estado de alarma, Estado de miedo

Excelente análisis de Daoiz Velarde sobre el estado de alarma actual, y la necesidad de ir dando pasos de desconfinamiento y bajo qué condiciones y medidas. 

Artículo de Disidentia:
La pesadilla que hemos vivido (y aún estamos viviendo) fue el resultado de dejar a un nuevo virus muy contagioso campar a sus anchas durante meses, sin ningún tipo de precaución y con una población totalmente vulnerable por falta de memoria inmunológica. La función exponencial empezó a hacer de las suyas, y la tardanza en tomar medidas de distanciamiento social provocó que en los últimos 8-10 días previos a la Declaración de Estado de Alarma se produjera el 60-70% de los contagios habidos en España, y la subsiguiente sobrecarga de nuestra capacidad hospitalaria.
El duro confinamiento al que hemos estado sometidos, el más estricto de toda Europa y, quizá exceptuando el de algunas provincias de China, del mundo, fue totalmente necesario, y con toda probabilidad ha salvado decenas o hasta cientos de miles de vidas. Una semana más sin tomar medidas, y estaríamos hablando de bastante más de 100.000 muertos, por obra y gracia de la función exponencial, poco comprendida por la mayoría de la gente, políticos incluidos.
Sin embargo, y como ya expliqué en su momento, tardar más tiempo del estrictamente necesario en reactivar la vida económica y social puede provocar daños catastróficos:
  • En la economía: todas las empresas pueden soportar una semana sin ingresos o con ingresos muy menguados. Cuatro semanas, la mayoría. Seis, muy pocas. Ocho, casi ninguna. Pese a que los ERTE puedan haber aliviado algo la carga de costes, la mayoría de las empresas tiene otros gastos y compromisos de pago: facturas pendientes, alquileres, luz, teléfono, servicios informáticos, etc. Llega un momento en que la empresa no puede hacer frente a sus acreedores, y echa el cierre suspendiendo pagos. Muchos de sus acreedores, a su vez, pueden estar en una situación parecida, provocando el impago de la empresa primera el cierre de las suyas, y así sucesivamente, en forma de reacción en cadena (la maldita función exponencial de nuevo). Por ello, aunque un político pueda pensar que “por un par de semanas más no va a pasar nada, y así estamos más seguros”, y aunque muchos ciudadanos crean que es mejor ser prudentes y esperar a que las circunstancias de salida sean ideales, la realidad es que ese par de semanas harán muchísimo más daño al tejido productivo (y por tanto a la inmensa mayoría de los ciudadanos) que las dos semanas anteriores, y muchísimo más que las dos primeras semanas de confinamiento. Hay que comenzar la reactivación de la vida social y económica en el momento que el sistema hospitalario lo permita, NI UN DÍA MÁS TARDE.
  • En la Salud: el confinamiento ha PROVOCADO, y ESTÁ PROVOCANDO, daños sanitarios colaterales:
  • Hay un importante número de tratamientos e intervenciones quirúrgicas retrasadas, que están causando serios perjuicios a los pacientes.
  • Por temor a acudir a los hospitales, muchos enfermos graves han dejado de acudir a Urgencias, lo que ha agravado sus dolencias o, en algunos casos, probablemente les ha provocado la muerte.
  • Se han retrasado los diagnósticos de determinadas enfermedades, con el probable consiguiente agravamiento del estado de salud de los pacientes.
  • El tratamiento de ciertas enfermedades crónicas se ha reducido y/o retrasado.
  • El propio confinamiento está dañando seriamente la movilidad física, particularmente la de nuestros mayores, y la salud mental de muchísimos miles de personas.
Es incluso previsible que, tras el primer “tsunami” del COVID, y antes que cualquier posible marejada posterior del virus, lo primero que vengan sean “oleadas” de estos pacientes afectados por retrasos, provocando de nuevo un importante nivel de tensión en el sistema sanitario. Es por ello muy conveniente que el personal que ha sido contratado de urgencia para los últimos meses continúe en la plantilla de las sanidades autonómicas correspondientes. En un escenario en el que el Estado va a tener que incurrir en cientos de miles de millones de euros de gasto para mitigar el impacto de la ‘coronacrisis’, el coste unos miles/decenas de miles de sanitarios será irrelevante, y su beneficio gigantesco.
Pero ¿cómo saber cuál es el momento exacto para comenzar a reducir el confinamiento y reactivar el dinamismo social y económico?
La respuesta debe estar, obviamente, en el nivel de carga del sistema hospitalario. Sin embargo, el Ministerio de Sanidad, tras dos meses largos de interminables ruedas de prensa, y hasta de dos peticiones a las Comunidades Autónomas para que informen de sus datos en un determinado formato, ha sido incapaz de diseñar y mostrar un panel de control que muestre esos indicadores diariamente con claridad a los ciudadanos. En principio, parece evidente que los parámetros de carga hospitalaria decisivos deberían ser:
  • % de camas hospitalarias ocupadas
  • % de UCI ocupadas
Cuando estos valores se sitúen por debajo de los valores medios para esta época del año, parece evidente que nuestros hospitales habrán dejado de estar sobrecargados. Y digo por debajo porque es probable que en las próximas semanas bastantes camas se ocupen con pacientes aquejados de otras enfermedades cuyo tratamiento se ha retrasado.
Es tarea complicada, si no imposible, encontrar esos datos en la web del Ministerio de Sanidad. Sin embargo, varias comunidades autónomas sí informan diariamente de la evolución de los pacientes de COVID en sus hospitales. Así, en los hospitales de la Comunidad de Madrid quedan hoy unos 6.200 pacientes de COVID, 900 de los cuales están en UCI. El máximo se alcanzó hace aproximadamente tres semanas, con más de 15.000 hospitalizados, y más de 1500 de ellos en UCI. En los de Castilla La Mancha quedan hospitalizados menos de 1200, frente a los 3200 largos el 1 de abril. En Castilla y León apenas 1.000, frente a los más de 2350 del 3 de abril, estando de ellos 220 en UCI frente a un máximo de casi 350 hace 3 semanas.
Podemos ver pues que la carga de pacientes hospitalizados por el coronavirus parece haber descendido alrededor de un 60-65% desde los valores máximos, habiendo bajado el nivel de pacientes UCI aproximadamente un 35-40% desde el pico hospitalario de la epidemia. Teniendo en cuenta además que seguimos con un nivel de confinamiento casi idéntico al del periodo del 15 al 30 de marzo, y que ya demostró su eficacia en las siguientes semanas, es previsible que estos datos continúen mejorando durante los próximos días/semanas.
Si tenemos en cuenta además que el número de pacientes hospitalizados por otras causas es muy probablemente bastante inferior al habitual en estas fechas del año, parece probable que, si no estamos ya sensiblemente por debajo de la ocupación hospitalaria media habitual, nos hallemos muy cerca. Deberíamos estar, por tanto, a punto de poder comenzar el desconfinamiento, al menos en la mayoría de las Comunidades Autónomas.

EL DESCONFINAMIENTO

En condiciones óptimas, y como sugería en este mismo medio hace varias semanas, lo ideal sería poder comenzar la reactivación de la vida social y económica bien preparados:
  • Conociendo el estado actual de prevalencia de la epidemia (el porcentaje de la población que ya ha pasado la enfermedad, y que por tanto debería ser inmune), mediante un muestreo serológico representativo por edades y geografías.
  • Con mascarillas de protección individual disponibles en cantidad suficiente.
  • Con test en cantidad suficiente para que cualquiera pudiera conocer fácilmente si está o no infectado
Sin embargo, el estudio de prevalencia, que fue por primera vez mencionado por las autoridades el 6 de abril, aún no ha comenzado, y ya se anuncia que, como muy pronto, sus resultados estarán disponibles hacia el 20 de junio (casi dos meses a contar desde hoy, y cerca de tres desde que sugerí su importancia en Twitter por vez primera).
En cuanto a las mascarillas, actualmente existe una demanda global muy superior a la oferta, lo que ha provocado escasez en todos los países desde el inicio de la epidemia. Y justo cuando empezaba a ser posible encontrarlas en las farmacias, el Gobierno ha decidido establecer un precio máximo. Política que, con alta probabilidad, provocará aún un mayor retraso en que las mascarillas estén disponibles para todos en España, pues los fabricantes desviarán su producción a otros mercados donde los intermediarios compradores puedan obtener un beneficio mayor.
Finalmente, y por mucho que nos pudiera gustar disponer de test de detección de la enfermedad baratos y precisos en abundancia, no es tan sencillo como parece. Por un lado, es crítico que la sensibilidad y especificidad de los test sea lo más alta posible. Si no, puede llevarnos a tomar decisiones de altísimo riesgo (si el test da un falso negativo, y crees que no tienes el virus cuando realmente lo tienes, es posible que actúes con menos prevención, contagiando ampliamente a los que tienes a tu alrededor). Por otro, los test PCR son MUY delicados de hacer e interpretar, y no se pueden hacer fácilmente en cantidades masivas. Un país como Alemania no ha sido capaz aún de realizar más de 60-70.000 al día, y a ese ritmo tardaría cerca de 4 años en testear a toda su población. En cualquier caso, y como demuestra la experiencia de Corea del Sur, país donde no se han realizado más de 20.000 al día en ningún momento, no parece que sea absolutamente imprescindible para un control y seguimiento adecuados de la enfermedad.
En resumen, en parte por limitaciones técnicas, y en parte por ineptitud en la gestión de la crisis por parte de los responsables gubernamentales, no estaremos tan preparados para el desconfinamiento como nos gustaría hasta dentro de dos meses, como mínimo (y viendo cómo se retrasan en todo, desde las comparecencias en televisión a la publicación de RD, pasando por la realización del estudio de prevalencia, probablemente aún más tiempo).
Sin embargo, continuar en la situación actual más allá del 11 de mayo, con los hospitales seguramente bastante más vacíos de lo habitual en esa fecha, producirá probablemente daños superiores, económica y sanitariamente, a los que evitará en forma de nuevos contagios. Si el Gobierno considera que hay que prorrogar el Estado de Alarma, debe indicar claramente cuáles son los parámetros hospitalarios que así lo aconsejan, y establecer un calendario claro de reactivación de la vida social y económica tan pronto como esos parámetros alcancen los valores deseados. Eso sí, en ningún caso hay que esperar a que los hospitales estén virtualmente vacíos de pacientes de COVID, o a que no se produzcan apenas muertes por la enfermedad. Este Estado de Alarma se ha transformado en un sempiterno Estado de Miedo, en el que los ciudadanos somos rehenes del horror que hemos vivido, y en el que el Gobierno nos trata como a niños, hurtándonos mucha información necesaria, y sin transmitirnos la cruda realidad: que este virus está aquí para quedarse mucho tiempo entre nosotros.
Desde mi punto de vista, y con la información de que dispongo, ha llegado el momento, o está a punto de llegar. Debemos comenzar la reactivación. Si lo hacemos con la prudencia y el control adecuados no debemos, en ningún caso, temer la vuelta a una situación ni remotamente parecida a la que estamos padeciendo. Como comentaba hace unos días, los virus se transmiten de acuerdo a una función exponencial. Cada infectado de COVID contagia, de media, a otras tres personas, y esas tres a otras tres cada una, en ausencia de ningún tipo de medida de distanciamiento e higiene, y con el 100% de la población vulnerable (ese número de personas medias contagiadas por un individuo infectado se denomina R0, y algunos estudios han revisado al alza el valor en el caso de este virus hasta niveles superiores a 5). Así es como nuestro enemigo, que llevaba en España como poco desde enero (el primer paciente falleció el 13 de febrero en Valencia), consiguió en dos meses de desidia gubernamental y social llevarnos a la situación actual. Sin embargo, si reducimos ese número, sea 3 o 5, a valores muy inferiores, el número de infectados crecerá, pero de manera mucho más lenta. ¿Cómo podríamos rebajar el R0 de la enfermedad? Entre otras posibles medidas, se me ocurre por ejemplo:
  • Generalizar el uso de mascarillas, idealmente imponiéndolo por ley en espacios públicos. En caso de no haber disponibilidad suficiente del tipo quirúrgico en las farmacias, tampoco sería razón suficiente para prolongar el confinamiento. Países tan avanzados o más que España, como EEUU, Alemania o Austria, recomiendan o imponen su uso, aunque sea en versiones caseras hechas con ropa (si se opta por esta versión, parece que el material ideal es el algodón)
  • Continuar con las medidas de higiene (lavado de manos, uso de guantes, desinfección de superficies en casas y oficinas, etc.
  • Eliminar de momento todos los acontecimientos de más de x (¿50?) personas. Ni fútbol, ni congresos, ni manifestaciones, ni discotecas…
  • Fomentar el teletrabajo
  • Fomentar la flexibilidad horaria, para disminuir en la medida de los posible las aglomeraciones en el transporte público
  • Fomentar uso del transporte privado
  • Reducir aforos en bares y restaurantes, ampliando al máximo posible el uso de terrazas en los mismos (el contagio es más probable en espacios cerrados). El uso de mamparas divisorias puede quizá ser una medida de control adicional
  • Reducir el aforo de cines o teatros para garantizar una distancia mínima entre asistentes
  • Reducir el aforo en establecimientos comerciales
  • Reducir el aforo de playas y piscinas, estableciendo turnos y con control policial
  • Aplazamiento del curso escolar hasta septiembre, excepto las pruebas de EvAU. Si por razones laborales y de edad de los hijos, estos tienen que quedar al cuidado de adultos mientras sus padres acuden a trabajar, habilitar espacios en los colegios, preferentemente guardando distancias entre los niños y usando mascarillas
No todas estas medidas tienen igual sencillez o eficacia en su puesta en práctica (quizá alguna sea incluso imposible), y seguro que existen otras de igual o mayor impacto no incluidas en este texto. Pero la combinación de varias de ellas, sin duda de ningún tipo, contribuirá a reducir muy significativamente el ritmo de contagio de la enfermedad. Además, el hecho de que un cierto porcentaje de la población, por pequeño que sea, haya pasado la enfermedad y con altísima probabilidad sea ya inmune a la misma, disminuye también el R0 y con ello el ritmo de contagio, por obra y gracia de la función exponencial.
¿Qué más cosas deberíamos hacer al abandonar el Estado de Miedo para garantizar que no volveremos a la situación de marzo y abril?
  • Realización de test de anticuerpos y de infección a todo el personal sanitario, y a trabajadores y ocupantes de residencias de mayores
  • Todo individuo con síntomas compatibles con COVID debería aislarse hasta realizarse una prueba PCR. Si resulta positiva, debería guardar cuarentena domiciliaria o en hoteles habilitados a tal efecto en caso de que, de manera voluntaria, prefiera estar allí alojado durante la cuarentena en vez de en su domicilio. Asimismo, debería avisarse a sus contactos recientes para intentar identificar y aislar a otros posibles contagiados
Con todo, quizás el elemento más importante para que no se llegue a repetir la pesadilla colectiva que estamos aún viviendo, es la MONITORIZACIÓN y CONTROL de la epidemia, mediante vigilancia DIARIA de:
  • Parece razonable y no muy complicado realizar diariamente un muestreo aleatorio convenientemente estratificado por geografía, sexo y edad, mediante algunos miles de test. Si el porcentaje de test positivos comenzara a aumentar de manera sostenida, debería encenderse una primera luz de alarma.
  • Cada día entrarán y saldrán de los hospitales pacientes enfermos y recuperados de COVID. Cuando el número de nuevas entradas crezca de manera sostenida, y supere determinado nivel predeterminado, sobre todo si ese número sobrepasa al de altas por la misma enfermedad, debería encenderse otra luz de alarma, algo más llamativa.
  • Porcentaje de ocupación de UCI: si el número de ingresos diarios en UCI comienza a crecer y supera un determinado nivel de ocupación, se encenderá una tercera luz de alarma, y quizá habrá llegado del momento de restringir algunas de las actividades.
Con las medidas propuestas, u otras similares, no solo habremos ralentizado el ritmo de contagio, sino que habremos garantizado que, en caso de comenzar a descontrolarse la epidemia, no esperaremos al “15 de marzo” (fecha de inicio del Actual Estado de Alarma) para tomar medidas restrictivas, sino que las aplicaremos el “28 de febrero”, evitando así el colapso hospitalario, y haciendo que ese potencial segundo confinamiento sea con toda probabilidad menos extremo y más corto que el que estamos viviendo.
El Estado no puede, y no debe, intentar evitar todas las muertes. Cada día, los años anteriores a 2020, han muerto en España un promedio de casi 1.200 personas. Muchos días, los meses de diciembre y enero de cualquier año, fallecen 1500-1600 personas, 300 o 400 más que esa media diaria. Muchas de esas muertes serían supuestamente evitables. Si el Estado prohibiera la circulación de automóviles, 1.000 personas al año dejarían de morir en accidentes. Si prohibiera las calefacciones, la industria y la circulación de vehículos, algunos miles más dejarían de morir por complicaciones respiratorias causadas por la contaminación. Sin embargo, el coste de intentar salvar esas vidas sería increíblemente alto, no solo en términos económicos, sino también sanitarios: acabaría con la vida de muchas más personas que las que lograría salvar.
Tenemos que asumir como adultos que es ya imposible eliminar este virus de nuestras vidas. Aunque siguiéramos confinados muchos meses, no acabaríamos con él. Nos toca convivir con el COVID-19, como poco durante 12-18 meses (hasta que se desarrolle una vacuna o se alcance la inmunidad de grupo), y puede que incluso para siempre, como hacemos con la gripe. Hay que aceptar que millones de españoles van a pasar la enfermedad, y que desgraciadamente algunos miles más fallecerán por su causa. Nuestra misión, y la del Estado, no es eliminar los contagios, sino conseguir que no se descontrolen exponencialmente, para que no vuelva nunca a rebasarse la capacidad del sistema hospitalario. Si lo logramos garantizaremos que, además de aquellas personas que fallecerían en cualquier caso a causa de la enfermedad, no lo hagan otras por falta de capacidad de atención sanitaria.
Ha llegado la hora de abandonar el Estado de Miedo y comenzar, con prudencia, la reactivación económica y social.

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