martes, 3 de febrero de 2015

De la operación de Bernhard a la operación Draghi

Antonio España muestra las similitudes entre la actual operación llevada a cabo por parte de Draghi y el BCE con la llevada a cabo por los nazis para boicotear la economía del Reino Unido durante la II Guerra Mundial. 
Lo mejor es que mientras que los nazis la efectuaron para provocar inflación y perjudicar la economía y poder adquisitivo de su población (favoreciendo a los nazis), hoy se hace justo con la excusa contraria, esto es, para fortalecer la economía de Europa y la de sus ciudadanos (solo que favorece a gobiernos y sector financiero)...

Artículo de El Confidencial:
Posiblemente han visto ustedes la película dirigida por el austriaco Stefan Ruzowitzky y protagonizada por el actor de la misma nacionalidad Karl MarkovicsLos falsificadores ("Die Fälscher" en su título original). Premiado en 2008 con el Oscar a la mejor película de habla no inglesa, el filme narra una operación secreta real llevada a cabo por los alemanes durante la II Guerra Mundial, la Operación Bernhard. Entre 1942 y 1945, los nazis orquestaron un complot para falsificar libras esterlinas y así dañar gravemente la economía de las islas británicas generando inflación, a la vez que financiaban las actividades encubiertas de las SS y la Gestapo. Pues bien, fíjense que con lo mismo que los nazis querían destruir la economía inglesa es con lo que hoy el Banco Central Europeo y quienes le apoyan pretenden reflotar la europea: con inflación.
Es cierto que la escena del pasado 22 de enero, cuando Mario Draghi anunció la puesta en marcha del esperado programa europeo de expansión cuantitativa, a todas luces carecía de los tintes dramáticos de la película –y de la vida real–, en la que un grupo de 140 prisioneros judíos, escogidos por su dominio de las artes gráficas, son forzados a reproducir libras esterlinas mientras permanecen recluidos en el campo de concentración de Sachsenhausen, a unos 35 kilómetros de Berlín. No obstante, y aunque en la Operación Draghi no haya una impresión física de billetes, sino una anotación en la cuenta corriente que los bancos tienen en el BCE, en términos estrictamente económicos, una actuación y otra apenas difieren. En lo esencial,se trata de poner en circulación dinero de nueva creación indistinguible del ya existente.
La idea de fabricar libras esterlinas falsas con el objetivo de financiar el espionaje y minar la economía inglesa fue del líder de la Gestapo,  Reinhard Heydrich, que, a su vez, convenció al jefe de las SS, Heinrich Himmler, para que la apoyase. En un primer momento, se pensó en lanzar desde el aire los billetes falsos, anticipándose al conocido helicóptero de  Friedman. Sin embargo, no sabemos si por ser conocedor del efecto Cantillon o porque simplemente lo intuía, Heydrich descartó esta forma de proceder, optando por introducir las libras falsificadas en el mercado de divisas, donde pensó que infligirían más daño. Como contrapartida, la calidad de las falsificaciones tendría que rozar la perfección –no en vano tenían que “colocarse” ante ojos expertos– y, por descontado, toda la operación habría de conducirse en el más absoluto secreto.
Richard Cantillon fue un economista irlandés afincado en París que vivió entre los siglos XVII y XVIII, cuyas teorías se adelantaron a su tiempo. Víctima de la influencia aplastante de Adam Smith, Cantillon descubrió algo que hemos repetido por aquí en numerosas ocasiones: que la forma en la que el dinero de nueva creación se introduce en la economía no es inocua, sino que produce ganadores –los primeros receptores del nuevo dinero– y perdedores –los últimos en recibirlo–. Y esa era la idea de Heydrich, beneficiar a los espías del III Reich –primeros en recibir las libras– y perjudicar a sus enemigos, el pueblo inglés –los últimos a los que llegarían. Piensen ahora en el programa puesto en marcha por Draghi y pregúntense a quién beneficia. Desde luego no a los pensionistas ni a los que reciben una nómina fija, ¿no es verdad?
Volviendo al frente económico de la II Guerra Mundial, el primer intento de la operación fracasó al no conseguir los nazis reproducir las libras con la calidad necesaria. Y, aunque el autor original de la idea murió asesinado, Himmler siguió con el plan, convencido como estaba del poder del arma secreta que suponía la inflación –fresca en su recuerdo, estaba la terrible hiperinflación de Weimar ocurrida en la Alemania de los años 20. Le encomendó la continuación de las actividades al comandante Bernhard Krüger –quien prestó el nombre a la operación–, que se recorrió los campos de concentración reclutando entre los prisioneros a los especialistas necesarios, trasladándolos a Sachsenhausen e instalándolos en barracones separados en condiciones más humanas, tal y como magistralmente ilustra la película que les mencionaba al inicio.
El segundo intento tuvo mayor éxito en lo que al proceso de falsificación se refiere y enseguida comenzó la impresión masiva de billetes falsos de 5, 10, 20 y 50, alcanzando un ritmo de producción de 400.000 libras esterlinas al mes –unos 16 millones en libras de hoy. En total, se fabricaron 9 millones de billetes por un valor de más de 134 millones de libras, equivalentes al 1,3% del PIB de Gran Bretaña a la finalización de la contienda. Una enorme cantidad que fue introducida en los mercados internacionales por medio de colaboradores como el financiero millonario Friedrich Schwend, quien, con nombre falso, pagaba sus importaciones. Y a través de los agentes del III Reich que operaban por todo el mundo y que usaban las falsificaciones para comprar oro, divisas, materias primas y, por supuesto, armas.
Curiosamente, cuando el Banco de Inglaterra (BoE por sus siglas en inglés) detectó –por casualidad– la falsificación y tomó conciencia de la extensión del problema, se planteó si debía denunciar el suceso o bien, ante el riesgo de pérdida de credibilidad de la libra, mirar para otro lado. Churchill y el Gobernador del BoE, optaron por lo segundo y, de hecho, durante años los billetes falsos circularon junto a los auténticos hasta que se decidió retirarlos progresivamente. De algún modo, se dio legitimidad al dinero falsificado.
Fíjense la similitud con el modus operandi del BCE en el programa recientemente anunciado. El instituto emisor plantea “imprimir” 60.000 millones de euros –estos, auténticos, eso sí– cada mes durante diecinueve meses hasta llegar a poner en circulación algo más de 1,1 billones de euros, equivalente al 11% del PIB de la Eurozona. Y todo ello a través de su propia “red de agentes”, los bancos centrales nacionales, y la inestimable –y nada desinteresada– colaboración del sector financiero, encantado de colocarle al BCE el papel, público o privado, a cambio de los nuevos euros.
En definitiva, en ambas operaciones, uno de los objetivos es beneficiar a los primeros receptores del nuevo dinero y el otro es generar inflación. Sobre a quién se busca beneficiar con el QE europeo ha quedado establecido que no hay ninguna duda. Ahora bien, sobre la meta de generar inflación, ¿por qué creen que lo que en su día se hizo para debilitar la economía hoy la va a fortalecer?

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