viernes, 6 de febrero de 2015

¿Las máquinas destruyen el empleo?

Adolfo Lozano refuta la extendida falacia de que las máquinas destruyen empleo y son malas para la humanidad.


Cada vez que leemos la noticia de que ésta o aquella compañía introduce máquinas para hacer esto o lo otro, siempre surgen las típicas quejas que afirman que esto creará desempleo. Por ejemplo, es el caso en el momento que escribo esta líneas de las máquinas de cobro en el gigante textil Zara.
 
Puede que resulte sorprendente que diga esto, pero sí, una máquina comienza por regla general y en lógica creando desempleo. Esa máquina nos hace prescindir de una persona para una o varias tareas. Sin embargo, hemos de hacer hincapié en que como mucho podemos afirmar que Pedro ya no es necesario para cobrar al cliente si una máquina lo hace. Pero no podemos deducir de modo automático que Pedro ya no es necesario para nada, o dicho de otro modo, que el empresario prescindirá inevitable y totalmente de él.
Pedro no será empleado para cobrar, esto es todo cuanto puede asegurarse.
 
A primera vista, pueden suceder muchas cosas lógicas. El empresario puede emplear a Pedro en otras tareas que considera que deben o pueden estar mejor atendidas (por lógica el coste de la máquina es inferior al coste que se ahorra teniéndola pues si no, no la tendría). En esto es fundamental la fuerza de la competencia. Los empresarios viven de servir a los clientes, y de hacerlo mejor que sus competidores. Si realmente ‘disfrutaran’ echando a empleados para ganar más dinero, no tendrían ninguno y, es más, acabarían sin beneficios porque los competidores les sobrepasarían con empleados buenos y eficientes. 
 
También puede que despida a Pedro pero necesite contratar los servicios de otras personas para el mantenimiento de sus máquinas. No olvidemos, además, que las máquinas son diseñadas por personas.
 
Pero pensemos que finalmente Pedro acaba siendo despedido cuando llega la máquina. Éste es el efecto inmediato. Pero los efectos de la máquina no acaban en que Pedro sea despedido. Al reducirse los costes con la máquina, los precios tienden a bajar para los consumidores. Así, los consumidores tienen más dinero disponible sin tener que modificar su consumo y favorecerá la creación de más empleo quizás en otros sectores. Al reducirse (por la reducción de costes con la máquina y la fuerza de la competencia) el precio de lo que vendía Pedro, con el dinero ahorrado sus clientes Juan y Lucas pueden comprar un libro, Joaquín una silla o Marta un cosmético. Cuantos más medios tengamos a nuestro alcance (máquinas) podremos obtener más fines (bienes y servicios).
 
Y las máquinas no sólo reducen los costes, sino que aumentan la productividad. Podemos obtener y satisfacer más fines realizando menor trabajo.
 
Las máquinas además típicamente suelen hacer trabajo gravoso para el hombre (ya no tenemos que cavar manualmente enormes hectáreas), hacer mejores o más fáciles otras actividades humanas (movernos de un lado a otro en coche, metro o avión) o incluso realizar tareas antes no posibles sin ciertas máquinas que crean así nuevos sectores de empleo (obtener petróleo). Es harto difícil defender que es más "digno" trabajar de sol a sol que en una oficina con aire acondicionado.
 
En resumen, al valorar los efectos de una máquina debemos considerar no sólo los efectos instantáneos sino a largo plazo y no sólo los efectos sobre Pedro sino sobre la sociedad en conjunto. Es en el fondo sobre lo que advertía Frederic Bastiat: centramos nuestra atención en lo inmediato que vemos, pero olvidamos los efectos a largo plazo que no advertimos en el momento.
 
Si realmente pensamos que las máquinas son malas porque crean desempleo, acabaremos en lógica defendiendo ideas tan peregrinas y absurdas como que deberíamos usar cucharas en lugar de palas para hacer zanjas y así crear empleo, o que las calculadoras son malas porque crean desempleo entre las personas que saben calcular.
Nadie puede negar que la invención de la imprenta por Gutemberg en el siglo XV desempleó en su original trabajo a incontables copistas.
 
Todo esto, el pensar que las máquinas son malas para el empleo y la humanidad, es una falacia económica con nombres y apellidos. Dicha ocurrencia fue popularizada de Ned Ludd (creador del ludismo) a comienzos del siglo XIX, y como tantos otros sofismas y falsas creencias, sigue siendo creído por innumerables víctimas de cualquier genialidad anticapitalista de última hora.
 
Una de las consecuencias del capitalismo de libre mercado es que tendemos a tener cada vez más tiempo libre y a la vez más capital y bienes disponibles. Gracias en gran medida a que las máquinas trabajan para nosotros.

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