miércoles, 30 de mayo de 2012

Son los incentivos económicos, estúpido. (Economía, Política. 709)


María Blanco habla sobre uno de nuestros graves problemas actuales: la falta de incentivos económicos para invertir en nuestra economía, debido a la pésima gestión y el intervencionismo realizado por los políticos, que adquieren debido a su poder, más y más recursos a costa de la escasez del resto de agentes para tapar su mala gestión y la de sus protegidos:

"Otra semana más, la situación de nuestra economía es dramática. Da la sensación de que cada decisión que se toma es definitiva e irreversible. Cada viernes esperamos las decisiones tomadas por el gabinete con una mezcla de temor y esperanza. Todo es demasiado complejo. Las causas y las consecuencias en economía no siguen un único camino: un hecho puede tener muchas causas interconectadas y dar lugar a múltiples consecuencias. Siendo la economía una ciencia humana, es normal que los fenómenos económicos sean dinámicos, no lineales e impredecibles. Eso no quiere decir que no se puedan estudiar, que no se puedan adelantar tendencias probables, analizar a posteriori el comportamiento de las variables. La ciencia sirve.
Lo que no sirve es olvidar lo que no cuadra con nuestro interés para presentar una política económica que nos beneficie. Por ejemplo, si uno actúa para conseguir votos o poder, no vale de nada elaborar una política económica basada en un modelo que presupone la búsqueda del máximo beneficio económico, o la búsqueda del máximo beneficio social. No ya solamente porque esos agregados sean mera ficción, sino porque la solución que se obtiene es inaplicable. Y ahí estamos. Los gestores no buscan el bien común. Buscan votos. Pero la teoría económica no contempla esa posibilidad. Tal vez con la excepción de la Escuela de la Public Choice.
La insuficiencia de las buenas intenciones
Pero supongamos que un gestor con la mejor intención aplica una política económica que aparentemente beneficia a los más perjudicados. Si no tenemos en cuenta los incentivos ocultos que generan en el resto de la población, no vale de nada. Mejor dicho, sirve para empeorar las cosas. La historia económica de España nos ofrece muchos ejemplos. Uno muy gráfico es el establecimiento de límites en los precios máximos en los productos de primera necesidad. Eso fue lo que pasó en Castilla en 1539. La situación del pueblo era muy mala. Para evitar hambrunas, el soberano decide limitar el precio máximo al que se vendía el grano destinado a hacer pan. Y ¿qué sucede? Los productores de grano ven perjudicado su negocio, del que comen. Ellos también se empobrecen. Por un lado, dejan de ganar los beneficios derivados de la venta a precios mayores al precio máximo. Antes de la restricción había consumidores dispuestos a pagar el trigo más caro. Por otro lado, la comparación ingresos versus costes empeora. Su negocio es cada vez menos rentable y, como es lógico, cambian su cultivo a otro en el que las condiciones sean más favorables. Hay escasez de trigo. No se produce pan porque no es rentable: hay hambrunas.
Esa lección de la historia está vigente en nuestros días, aunque no se trata del pan, sino de otro “producto” que se ofrece y se demanda: el ahorro destinado a la inversión.
Inversores a la fuga
Todo el mundo busca financiarse: para pagar la hipoteca, para pagar a los proveedores, para pagar a los funcionarios, para pagar a los acreedores. Y eso sucede entre los empresarios, las familia, y también entre los gestores públicos. ¿Quién tiene ventaja? El gestor público, porque tiene capacidad para quitar dinero a los demás. ¿Con nuestro consentimiento? Supuestamente, en ese “pacto social” estaba previsto que utilizaran nuestro dinero para financiar el “estado de bienestar”, que es como decir un unicornio para cada uno. Pero, como comprobamos día tras día, lo están empleando para cubrir su mala gestión y la de sus protegidos (Rodrigo Rato es el modelo). Y para conseguirlo gravan el capital, ese dinero que podría crear empleo, de manera indirecta, especulando en el mercado financiero. Como desde hace siglos. Y como los productores de trigo del siglo XVI, los inversores se van a otros lugares donde las condiciones sean mejores. Como haríamos todos.
Cuestión de incentivos
¿Cómo romper este círculo vicioso que tanto daño nos está haciendo? Xavier Sala i Martín propone nuevo impuesto sobre la deuda de forma que cuanto más endeudado estuviera un banco, más impuestos pagaría. Según Sala i Martín: “Los tipos impositivos podrían estar ligados al riesgo que tiene el banco de no pagar los intereses. Ese riesgo se puede medir fácilmente a través de los credit default swaps, es decir, a través de la prima de seguro que los acreedores de los bancos deben pagar para asegurar contra el impago de los intereses por parte de los bancos”.
De esta forma, los bancos malos tendrían que cargar el sobre coste en los consumidores, y los clientes se cambiarían a aquellos bancos más responsables.
Le veo un fallo a la propuesta XSiM: no cuenta con que los legisladores son parte implicada. Jugamos con distinta baraja y la nuestra está marcada. ¿Cómo incentivar a los gestores públicos para que actúen con la lógica correcta?"
Fuente: Voz Populi

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