sábado, 7 de septiembre de 2019

El consenso medioambiental y la derecha

Fernando Parrilla analiza el "consenso" medioambiental y la posición de la derecha. 
La semana pasada se publicó en El Confidencial el artículo “Consenso medioambiental: ¿y dónde está la derecha?”. Los autores tuvieron la honradez intelectual de aclarar que trabajan en un sector que se lucra del consenso medioambiental, y añadieron que también militan en el PP.
Llegué al artículo gracias a la recomendación de Toni Roldán donde cae en la falacia de culpar a los demás de estar cegados por la ideología, colocándose él del lado de los hechos y la ciencia, al mismo tiempo que recomienda algo escrito desde el interés personal y donde los hechos y la ciencia no aparecen por ningún lado.
Tanto el artículo como la recomendación del exlíder de Ciudadanos se basan en dos ideas vagas:
Un consenso medioambiental que, tirando de imaginación, podemos definir como la idea general de protección del medioambiente por medio de mayor control estatal (o supraestatal) sobre las actividades público/privadas que puedan incidir sobre el mismo.
Una derecha que rechaza ese control y/o la ingente propaganda mediática que se destina a conseguir el mismo.
La primera gran contradicción de unir estas dos ideas es que difícilmente se puede hablar de consenso social sobre un tema y luego sacar de ese consenso a toda la derecha. Si existe ese consenso al menos una parte importante de la derecha tiene que estar integrada en él.
Recordemos que el artículo está escrito por dos militantes del PP y es recomendado por un exlíder de Ciudadanos. ¿Cuál es su problema para ver esto? ¿Su única interacción con la derecha es escuchar a Federico Jiménez Losantos por las mañanas? ¿Consideran que la sociedad (o las élites sociales) está formada mayormente por personas de izquierda y centro, siendo la derecha algo marginal?
Lo cierto es que la mayor parte del artículo evidencia un desconocimiento sobre las distintas visiones de la derecha liberal-conservadora que ha intentado ser suplido por una lista de lecturas de verano que no han sido bien digeridas.
Los autores fracasan en explicar dónde está la derecha en el consenso medioambiental, pero sí consiguen mostrar dónde está una parte del centro en España: haciendo lobby para sacar tajada de las políticas públicas sin molestarse en entender la visión de nadie que no se mueva por dinero.
Cualquiera que se haya interesado alguna vez por la política desde la curiosidad, y no por el afán de ganarse la vida, sabe perfectamente en qué tres sitios está la derecha en el consenso medioambiental:
  1. Integrada plenamente en él y colaborando con la ONU y la Unión Europea en políticas globalistas que lo articulen.
  2. Integrada parcialmente en él; apoyando todas las medidas que no sean directamente perjudiciales para sectores locales de su interés (caza, ganadería, etc.) e intentando posponer las que sí lo son sin oponerse a las mismas.
  3. Opuesto frontalmente a él por dos razones que pueden darse juntas o por separado:
  • Rechazo de las medidas impuestas desde entidades supranacionales o estatales por considerar que son asuntos que están en el ámbito privado, local o nacional.
  • Reacción, y a veces sobrerreacción, a una propaganda medioambiental cada vez más simplista, que une la exposición (alarmista) de un problema con la condena al ostracismo a cualquiera que no comulgue con su solución diseñada de antemano desde instituciones políticas.
En los dos primeros puntos no hay ninguna diferencia entre la derecha y la izquierda. De ahí que se pueda hablar de cierto consenso medioambiental. La única derecha que queda fuera del consenso es la más liberal, por su desconfianza del Estado, y la más conservadora (alt-right), por su rechazo al globalismo. A estos se une aquellas personas independientes a los que simplemente les molesta que les tomen por idiotas todos los días del año.
Pero incluso en estos casos estar contra el consenso no quiere decir que tu visión encaje con la del muñeco de paja que el centro-ignorante construye. Un liberal puede estar tan preocupado como cualquiera por el cambio climático, pero puede pensar que la intervención estatal sobre las emisiones de CO2 está siendo inútil y contraproducente (dado su conocimiento de la ineficacia estatal). O un conservador puede pensar que sería mejor que la política de gestión de especies cinegéticas sea decidida a nivel nacional y no europeo (dada su desconfianza ante el poder que los lobbies verdes tienen en Bruselas).
Ambas visiones pueden ser erróneas o criticables, pero no pueden ser sustituidas por un saco de falacias y lugares comunes. Y menos cuando el armador (la ONU) del buque insignia del consenso medioambiental (el cambio climático) ha decidido poner a dirigir la nave a una adolescente.
Repito por si la ideología centrista ha dejado parcialmente ciego a alguien: la abrumadora evidencia empírica ha decidido buscarse una profetisa de 16 años para que todos la sigamos allí donde nos quiera llevar su fe. A lo mejor, no sé, esto debería empezar a ser motivo de preocupación para alguien que se considera centrista y moderado.

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