jueves, 28 de mayo de 2020

De Carrillo a Iglesias, pasando por el FRAP

Santiago Navajas analiza la raíz ideológica del compromiso de buena parte de la izquierda con la violencia y la destrucción del Estado de Dercho y la sociedad abierta, a raíz del pasado del padre de Pablo Iglesias (Unidas Podemos). 

Artículo de Libertad Digital: 

Hay que tener bien presente el compromiso de buena parte de la izquierda con la violencia y la destrucción del Estado de Derecho, la sociedad abierta y el capitalismo liberal.El comunista Pablo Iglesias | EFE

La anécdota personal de que Cayetana Álvarez de Toledo se acordase del pasado del padre de Pablo Iglesias, perteneciente a una organización terrorista, tiene que elevarse a categoría política: el compromiso de buena parte de la izquierda con la violencia y la destrucción del Estado de Derecho, la sociedad abierta y el capitalismo liberal.

En su obituario sobre Santiago Carrillo, el propio Pablo Iglesias escribió:

Créanme si les digo que, siendo hijo de un militante del FRAP y habiendo militado donde milité, tiene su mérito admirar a Carrillo.

¿Por qué debería parecernos extraño que admirase a Carrillo? Permítanme algo de memoria histórica. De la que se ocupa de la verdad, no de falsear la Historia construyendo leyendas.

Desde Robespierre y Marx, la extrema izquierda tiene grabado en su ADN ideológico que la violencia es el camino para derrocar el orden social existente. De ahí los atentados que acabaron, en España, con la vida de Cánovas del Castillo, Canalejas y Dato, o la quema de instituciones religiosas y los asesinatos durante la II República. Pablo Iglesias llegó a reivindicar en su programa de televisión la guillotina de la Revolución Francesa como madre de la democracia. De la democracia al estilo de Corea del Norte y Venezuela, se entiende.

Este camino de violencia política, que hizo que Habermas tachase a sus estudiantes que asaltaron la Escuela de Frankfurt de "fascistas de izquierda", siguió a través del maoísmo y el guevarismo en las revoluciones china y cubana. Si hay un principio marxista que une a leninistas y maoístas es el de la violencia armada como método connatural al postulado de la lucha de clases. Si abjuras de este principio te conviertes en un revisionista y, lo que es peor, un socialdemócrata.

Y esto, un revisionismo socialdemócrata, es lo que comenzó a tomar forma en la extrema izquierda cuando en 1963 Kruschev denunció los crímenes de Stalin. En esas mismas fechas Santiago Carrillo también giró en su estrategia y optó por la reconciliación nacional pacífica en lugar de la lucha armada. Esto fue interpretado por gran parte del aparato y los militantes comunistas como una traición y un compromiso derrotista, ya que ellos seguían apostando por la violencia, el terrorismo y el derramamiento de sangre.

Frente a Carrillo, al que veían como un "antifascista institucional", organizaciones como el Frente Revolucionario Antifascista Patriota (FRAP), al que el propio Iglesias reconoce que pertenecía su padre, se consideraban revolucionarios cuya violencia estaba legitimada. Los verdaderos terroristas, según su punto de vista, eran las Fuerzas de Seguridad del Estado, contra las que cabía ejecutar, nunca mejor dicho, atentados de guerrilla urbana. En su imaginación, los miembros del FRAP y otros criminales ideológicos se veían como heroicos resistentes contra el fascismo cantando Bella Ciao y La Internacional, bajo retratos del Che Guevara y Mao, fumando porros y leyendo a Marcuse o a Frantz Fanon. Es decir, como si fuesen Paul Henried en Casablanca pero en cutre. En realidad, eran calcados al sucio asesino nihilista interpretado por Robin Williams en El agente secreto.

Entiéndase, para el FRAP los terroristas eran luchadores que actuaban en defensa propia contra la violencia institucionalizada. Mientras, Santiago Carrillo, sostenían los comunistas auténticos, se vendía por un plato de lentejas a los franquistas que habían organizado la Transición. Carrillo se habría pasado al reverso tenebroso de la fuerza democrática, mientras que los marxistas-leninistas adictos a la violencia presumían de ser Jedis. Como ocurrió con otros grupos de extrema izquierda, empezando por la ETA, el FRAP empezó ejerciendo violencia de baja intensidad, hasta llegar al atentado con víctimas mortales. Carrillo era un "comunista de derechas", como con desprecio lo cataloga Pablo Iglesias, porque optaba por la reforma del sistema liberal a través de vías pacíficas. El FRAP, por el contrario, era comunismo puro porque pretendía destruir el "orden burgués" a través de la violencia armada. Esto es lo que había aprendido en casa Pablo Iglesias y era por lo que consideraba a Carrillo un traidor a la causa al que admirar una vez convertido en inofensiva momia egipcia.

Leer hoy día un documento de aquellos izquierdistas recuerda la retórica entre cursi y estupefaciente, simulando ser técnica, que acostumbran a emplear Pablo Iglesias, Irene Montero y su principal muñidor de lirismos filosóficos, Íñigo Errejón.

Si bien es cierto que aún la forma principal de lucha del FRAP es la lucha de masas política, sin embargo, ya hay manifestaciones del cambio cualitativo que se está produciendo, como son los enfrentamientos violentos con las fuerzas represivas (...) formas embrionarias de la lucha armada, las cuales tenemos que, no sólo popularizar y generalizar, sino desarrollar hacia formas superiores de lucha armada.

En la exculpación que hace Iglesias de las actividades de su padre en el FRAP, o las complicidades del dirigente de Podemos con el entorno de Otegi o las dictaduras sudamericanas, subyace la idea de que la violencia de extrema izquierda está justificada. Este es gran pecado original de la izquierda, incluyendo al PSOE. Un pecado original que sólo será borrado cuando reconozcan a los criminales revolucionarios y golpistas dentro de su tradición que han causado tanto daño, sufrimiento y terror. La izquierda ha de purgar, tradición no le falta en cuanto a purgas, a la Pasionaria, a Largo Caballero, a Durruti... De esa tradición se derivó que mucha gente en la izquierda, incluso durante la Transición, sintiera más empatía por los terroristas que por la policía, por los etarras que por la Guardia Civil, por Txabi Etxebarrieta que por José Pardines. Querían acabar con la dictadura, sí, pero para implantar su república dictatorial.

Los herederos de los que pretendían implantar dicha república dictatorial están ahora en el Gobierno. Sus objetivos para destruir: la policía profesional, la judicatura independiente y el sistema educativo objetivo. Donde no alcanzó la violencia armada puede que triunfe la astucia retórica. No hay duda de que el padre de Pablo Iglesias tiene que estar orgulloso de un hijo al que enseñó adecuadamente. Aunque quizás el dirigente podemita alcance la lucidez de aquel verso de Kipling para explicar la debacle de su país en la violencia:

Nuestros padres mintieron, eso es todo.

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