Para reir un rato. Esta sería la captura de Ben Laden si la operación la monta nuestro gobierno:
Despacho oval de la Moncloa. Reunión de urgencia. Están presentes el presidente del Gobierno -Zapatero, Rajoy, el que le toque-, la ministra o ministro del ramo, los asesores y un par de generales habituales del telediario. Enfrente, una pantalla de imágenes por satélite y otra de Google Earth para que los presentes sepan, al menos, por dónde van los tiros. También hay línea directa de audio con el equipo operativo que en este momento hace rappel de un helicóptero Blackhawk Down en la casa de Osama ben Laden. La emoción es casi tanta como en una final Madrid-Barça. El presidente se come las uñas y la ministra o ministro van continuamente al servicio. O al revés. Se masca la tragedia.
Suena el audio. Hay comunicación con el CPA -Comando Paritario de Ataque- compuesto por los soldados y soldadas españoles y españolas Atahualpa Chiapas, Mamadú Bongo, Vanesa Pérez y Fátima Mansur, que van armados y armadas con fusiles HK G36E con visores holográficos, infrarrojos y otra parafernalia. Los fusiles son consecuencia de una discusión previa sobre si es éticamente aceptable que un soldado lleve armas en una democracia ejemplar como la española. Como no daba tiempo a consultarlo con el Tribunal Constitucional, se decidió votar. El ministro o ministra de Defensa y sus espadones de plantilla votaron en contra. «No se vaya a escapar un tiro -apuntó un general, el encargado de llevar el botijo- y la liemos parda.» Pese a tan prudente opinión, el resultado fue que el comando fuese armado, por cuatro votos contra tres.
Empieza la acción. Suena el audio. «Estamos en la puerta -informa la legionaria Vanesa, jefa del comando- y solicitamos permiso para entrar.» Rajoy, Zapatero o el que sea, miran a sus asesores. La tensión puede cortarse con un cuchillo. La señora de la limpieza -se llama Menchu y es ecuatoriana- que en ese momento barre el despacho, le guiña un ojo al presidente y levanta el dedo pulgar. «Permiso concedido», dice el presidente con voz ronca. El general Romerales, que es del Opus Dei, se santigua furtivo. El titular o titulara de Defensa lo apuñala con la vista. «Ya está el gafe dando por saco», murmura alguien por lo bajini.
Más audio. «Estamos frente al objetivo», informa la lejía Vanesa. «Descríbalo», ordena el presidente. «Pijama, barba, legañas. Lo normal, porque estaba durmiendo», es la respuesta. «¿Algún otro objetivo a la vista?» Carraspea el audio y suena la voz de Vanesa: «Hay también una mujer en camisón, y se la ve cabreada. Solicito instrucciones». Los del gabinete de crisis cuchichean en voz baja. Al fin asienten, y el presidente se acerca al micro. «Procedan con exquisito respeto a la ley de Igualdad y Fraternidad», ordena. Un breve silencio al otro lado de la línea. Luego se oye a la jefa del comando: «Me lo expliquen», solicita. «Actúen sin menoscabo de la dignidad e integridad física de los objetivos», aclara el ministro o ministra. «Lo veo difícil -es la respuesta- porque tras arañar al soldado Bongo, la presunta señora Laden le está mordiendo un huevo al soldado Chiapas después de quitarle el Hacheká y metérselo por el ojete. Los gritos que escuchan ustedes son del compañero Chiapas.» De nuevo hacen corro los del gabinete, cuchicheando. «Intímenla a que deponga su actitud -ordena el presidente-. Pero que la intime la soldado Fátima para que no haya violencia de género ni de génera.» Respuesta: «La intimamos, pero pasa mucho de nosotros y nosotras».
«Bueno, vale -responde el presidente tras pensarlo un poco-. Olviden a la señora Laden y céntrense en el objetivo principal. Intímenlo a él.» Acto seguido, durante unos angustiosos segundos, se escucha la voz de la soldado Fátima hablando en morube, seguida por la voz de Ben Laden. «¿Qué le han dicho?», inquiere tenso el presidente. «Que se rinda o...», responde la legionaria Vanesa. «¿O qué?», pregunta el presidente, y Vanesa responde: «Eso es precisamente lo que ha contestado él: ¿O qué?». Transcurren unos segundos de indecisión. «Solicito -dice Vanesa- permiso para afearle al objetivo su conducta.» Esta vez, el presidente no cuchichea con los asesores. «Aféesela», decide enérgico. «Demasiado tarde -informa la jefa del comando-. Se ha ido...» «¿Cómo que se ha ido?...» «Pues eso. Que ha cogido la puerta y se ha ido. Con su mujer detrás. Lo que oyen ustedes es al soldado Chiapas, que tiene un huevo menos.»
«Aborten, aborten», ordena el presidente. Y por su pinganillo, antes de cortarse la comunicación, los del comando oyen protestar airado al general Romerales. El del Opus. Por el aborto.
Artículo de Pérez Reverte.
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