jueves, 3 de diciembre de 2015

Brasil y una recesión de impacto

Daniel Lacalle analiza la complicada situación de Brasil, que acaba de publicar una caída del PIB del -4,5% interanual, y que muestra una vez más las malas consecuencias de los estímulos de gastos para solucionar problemas estructurales. 

Artículo de El Confidencial:
Foto: La presidenta de Brasil, Dilma Rousseff (Reuters)Reuters
“I hate say I told you so” The Hives

Hace ya tiempo que hablamos de Brasil y del problema económico creado con el experimento keynesiano de gastar y endeudarse. Gasto descontrolado y negocios ruinosos. La política de más es menos en toda su gloria.
El PIB en Brasil mostraba una caída interanual del -4,5% en el tercer trimestre comparado con una del -3,0% en el segundo, con un desplome trimestral de -1,7% en el tercer trimestre comparado con -2,1% en el segundo.
En el gráfico inferior, mostrado por David Ingles, se ve el impacto del falso estímulo y el desplome posterior.
Las cifras son muy reveladoras.
Desde la llegada de Dilma Rouseff y su política económica, los gastos por intereses de la deuda se han duplicado con respecto al PIB (de un 4% a más de un 8%), y eso sin contar el endeudamiento de las empresas estatales. Recordemos que Moody's y otras agencias alertan de que la deuda pública debe incorporar la que se esconde en empresas estatales y garantizada por el Estado, así el endeudamiento se ha disparado del 50% al 66%; pero incluyendo empresas públicas, salta a más del 90% actualmente.
El déficit público ya se estima cerca del 10% y ha ido aumentando desde cerca del 2% de 2011.
No, no es solo el efecto de las materias primas. El deterioro acelerado de las cuentas lleva registrándose desde 2011, y en 2013, con el petróleo a más de 100 dólares el barril, se duplicaba el déficit, la inflación se disparaba y el crecimiento se ralentizaba.
Ahora va a ser mucho más difícil deshacer los errores del pasado. Como nos ocurrió a nosotros en 2011, Brasil se enfrenta a un largo periodo de ajustes para absorber los desequilibrios acumulados. Y se trata del 40% del PIB de Latinoamérica.
No debemos descartar varias reestructuraciones de deuda y quiebras. Tampoco podemos asumir que acudiendo a la receta de inflacionar y endeudar, que es lo que llevan haciendo desde hace cuatro años, van a salir de un problema de tal magnitud.
Para las empresas españolas, el problema es importante, ya que nuestro país ha sido uno de los mayores inversores en Brasil desde hace años. No es un problema de balanza comercial, como ya hemos explicado en esta columna, porque España importa más de lo que exporta al gigante latinoamericano, pero sí puede causar dolores de cabeza a las inversiones y préstamos realizados.
La banca española ha llevado históricamente a cabo una gestión prudente del riesgo en Brasil y es raro encontrar préstamos en dólares para financiar proyectos en moneda local, o financiados a corto plazo para inversiones a largo. Esos son los préstamos que tienen mayor posibilidad de caer en impago en los próximos meses. Por lo tanto, de momento, la exposición importante a Brasil de algunos bancos no implica más que un doloroso, pero manejable, impacto en márgenes y necesidad de provisionar un porcentaje relativamente bajo de la cartera. Recordemos que gran parte de la financiación es a grandes empresas.
Las empresas españolas han invertido en Brasil mucho, pero fundamentalmente en negocios de menor riesgo. Uno, el energético, que es completamente regulado y sin importantes desequilibrios por devaluación. Otro, tecnología y telecomunicaciones, que han disfrutado de una amplia expansión en el pasado, y, aunque se generen pérdidas y ralentización o un repunte de la mora, permanecen como buenas apuestas a largo plazo. Y un tercer gran bloque es la obra civil, que claramente puede ser el más afectado a futuro, pero cuyos proyectos existentes se han pagado en tiempo y forma.
No se trata de ignorar el riesgo o minimizarlo, sino de acotar ante un desplome de la economía que, al menos desde el punto de vista de la inversión, ya ha sufrido el impacto de la enorme devaluación.
Prestemos atención al efecto contagio en el resto de Latinoamérica, eso sí, y no olvidemos que existe un problema económico junto a uno político, de corrupción y falta de liderazgo. Brasil es un gran país, pero una década de excesos no se soluciona en un año. Y la tentación de arreglar el problema con más madera no es pequeña. Cuidado.  

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