viernes, 9 de marzo de 2018

La trampa liberticida de la brecha salarial

Juan Rallo analiza la trampa liberticida de la brecha laboral. 
Artículo de El Confidencial: 
Foto: La Comisión 8-M da el pistoletazo de salida a la huelga feminista con una cacerolada en la Puerta del Sol, en Madrid. (EFE)
Una de las principales razones aducidas para justificar la huelga feminista de este 8 de marzo es la brecha salarial: es decir, la diferencia que, en términos promedios, existe entre el salario de los hombres y el salario de las mujeres. El hecho de que, en términos promedios, los hombres cobren más que las mujeres suele equipararse instintivamente con la existencia de algún tipo de discriminación estructural hacia la mujer dentro del mercado laboral: de hecho, parte de las huelguistas de este jueves también levantan su voz contra la perversidad misma del sistema económico capitalista, al que responsabilizan de su explotación por razón de 'género'.
Sin embargo, la llamada brecha salarial por género, si bien existe en todos los países desarrollados, puede explicarse en gran medida por el hecho de que hombres y mujeres desarrollan un trabajo de una cantidad y calidad distintas: o dicho de otro modo, no se cobra distinto por el mismo trabajo, sino que se cobra distinto por distinto trabajo. Partiendo de un diagnóstico equivocado, terminan incurriendo en una prescripción no solo errónea sino también liberticida. Vayamos paso a paso.
1. La brecha salarial es un fenómeno global
La brecha salarial entre hombres y mujeres es un fenómeno que existe en todos los países del mundo y que, asimismo, ha ido reduciéndose con el paso del tiempo. En España, la brecha salarial bruta es del 22,8%, esto es, el promedio de las mujeres ingresa un 22,8% menos que el promedio de los hombres (en 2015, el salario medio de los hombres españoles fue de 25.992 euros y el de las mujeres, de 20.051 euros).
Una parte importante de esta brecha salarial global se debe a que las mujeres trabajan bastantes menos horas que los hombres dentro del mercado laboral, de modo que sus remuneraciones totales también son inferiores (el año pasado, en España, los hombres trabajaron 36,4 horas semanales frente a las 30,4 de las mujeres). Por eso, la forma más razonable de presentar la brecha salarial es 'por hora trabajada': a saber, cuánto cobra por hora más un hombre que una mujer.
Si efectuamos esta corrección, la brecha salarial subsiste a escala global, pero se reduce apreciablemente: en España, por ejemplo, ya no es del 22,8% sino del 14,2%, tanto en 2015 como en 2016. A este respecto, nuestro país exhibe una menor brecha salarial que otras sociedades europeas como Alemania (21,5%), Reino Unido (21%), Austria (20,1%), Portugal (17,5%), Finlandia (17,4%), Suiza (17%), Islandia (16,3%), Holanda (15,6%), Francia (15,2%), Dinamarca (15%) o Noruega (14,9%).
Ahora bien, ¿a qué se debe que los hombres ganen estructuralmente más que las mujeres por cada hora que trabajan? ¿Acaso los empresarios minusvaloran sistemáticamente su trabajo?
2. La brecha salarial se explica esencialmente por diferencias en las cualidades personales, en el puesto de trabajo, en el sector en que se trabaja y en el impacto que supone la maternidad
Cuando medimos la brecha salarial por hora no solemos medirla en términos ajustados, esto es, no solemos tomar en cuenta las diferencias que existen entre los distintos trabajos desempeñados por hombres y los desempeñados por mujeres. O dicho de otra manera, no comparamos los salarios de trabajos idénticos sino de trabajos distintos. Por ello, si nuestro objetivo es el de aproximar la posible discriminación salarial en contra de las mujeres, es necesario calcular la brecha salarial ajustada: a saber, ajustada por el distinto tipo de trabajo desempeñado y por la distinta aptitud del empleado para ocuparlo.
'Grosso modo' (aunque hay cierta variabilidad por países), dos tercios de la brecha salarial no ajustada pueden explicarse por 1) las diferentes características de hombres y mujeres (los hombres acumulan, hasta el momento, mayor experiencia laboral aunque cuentan con un nivel educativo ligeramente peor); 2) las diferencias en el puesto de trabajo (los hombres, como media, disfrutan de más contratos indefinidos, de categorías profesionales más elevadas y de mayores responsabilidades de gestión), y 3) las diferencias en el sector económico en el que se trabaja (los hombres, como media, tienden a trabajar en sectores mejor pagados).
Tras estos ajustes, la brecha salarial por hora queda reducida a un tercio de la original: alrededor de un 8% a escala internacional (porcentaje que coincide aproximadamente con el de España). ¿Es esta la medición exacta de la discriminación salarial que el empresariado ejerce contra las mujeres? No necesariamente. Aunque no contamos con una explicación definitiva sobre su causa, lo más probable es que esté relacionada con el efecto de la maternidad: y es que, en muchos países desarrollados, no existe prácticamente brecha salarial entre los hombres y aquellas mujeres que renuncian a la maternidad (por ejemplo, en este famoso 'paper' se recoge el caso de Dinamarca). En España, de hecho, la brecha no ajustada por hora trabajada entre hombres y mujeres con menos de 30 años apenas asciende al 3,3%.
Que las mujeres se encarguen preferentemente de la crianza de los hijos influye sobre algunas de las variables que ya hemos tenido en cuenta a la hora de corregir la brecha salarial no ajustada: por ejemplo, las madres intentarán trabajar menos horas (para poder atender a sus hijos) y renunciarán a categorías profesionales más elevadas y también más exigentes. Por tanto, en cierta medida, ya hemos tenido en cuenta los efectos salariales de ser madre cuando hemos calculado la brecha salarial ajustada. Sin embargo, existe una implicación adicional de la maternidad que no hemos tenido en cuenta: en determinados sectores, la remuneración no varía linealmente al número de horas trabajadas. Por ejemplo, un abogado (o un directivo) que trabaje 12 horas diarias ganará más del doble que una abogada que trabaje seis horas diarias o más del triple que una que trabaje cuatro horas diarias: el valor generado por hora es mucho mayor si articulas una muy sólida defensa en 12 horas y ganas el caso que si articulas una mediocre defensa en cuatro y pierdes el caso (en otros sectores, en cambio, el valor generado por hora es el mismo con independencia de cuántas horas se trabaje).
En definitiva, en términos generales, la brecha salarial por hora puede descomponerse en esos cuatro factores: cualidades personales, puesto de trabajo, sector y efectos adicionales de la maternidad. Es decir, los empresarios no pagan distintos salarios por el mismo trabajo, sino distintos salarios por distintos trabajos. Ahora bien, ¿significa todo ello que no existe discriminación social hacia la mujer? Pues tampoco necesariamente.
3. Las diferencias entre hombres y mujeres responden a múltiples causas
Una vez determinadas las causas inmediatas de la brecha salarial, uno debe plantearse cuáles son sus causas últimas. ¿Por qué las mujeres, en términos medios, han acumulado hasta el momento menos experiencia que los hombres? ¿Por qué escogen jornadas laborales más cortas? ¿Por qué optan por trabajar en sectores peor pagados? ¿Por qué no ascienden a categorías profesionales tan altas como los hombres? ¿Por qué se hacen cargo sobreproporcionalmente de la crianza de los hijos y de las tareas domésticas? Las huelguistas suelen resumirlo todo en que vivimos sometidos a una sociedad patriarcal donde los hombres controlan —y explotan— a las mujeres.
Tal explicación es en general bastante pobre, dado que vivimos en sociedades donde existe plena igualdad ante la ley entre hombres y mujeres, y donde, como resultado, todas las personas cuentan con los mismos derechos y oportunidades 'ex ante' para desarrollar sus proyectos de vida (la explicación sí podría ser, en general, determinante para sociedades donde tal igualdad jurídica no existiera). Bajo esa premisa, cabrá explicar la brecha salarial entre hombres y mujeres por las diferentes decisiones libres que toman hombres y mujeres a la hora de participar en el mercado laboral: por ejemplo, la mujer podría sentir un mayor apego afectivo hacia los hijos y, en consecuencia, verse mucho más inclinada que los hombres a criarlos (con todos los efectos profesionales negativos que ello acarrea). Ahora bien, que la hipótesis de la dominación patriarcal sea pobre en términos generales no equivale a señalar que carezca de toda relevancia, al menos por dos vías.
Primero, las decisiones libres que toman hombres y mujeres se toman dentro de un determinado contexto cultural que podría ser el que los induce a tomar tales decisiones y no otras —por ejemplo, que las mujeres se encarguen preferentemente del cuidado de los hijos y de las tareas domésticas—. Y cabe la posibilidad de que ese contexto cultural haya sido determinado históricamente por usos y normas sociales masculinos que tiendan, por tanto, a alterar el comportamiento de las mujeres en su propio perjuicio. Por ejemplo, en Dinamarca, la elección que adopta una mujer entre “carrera profesional versus maternidad” está en parte correlacionada con la elección que previamente tomaron su madre y su abuela. Por consiguiente, no puede descartarse que parte de las preferencias de las mujeres trabajadoras dependan en parte del entorno sociocultural en el que se han criado.
Segundo, aun existiendo actualmente igualdad ante la ley, los efectos sociales y económicos de la ausencia histórica de igualdad ante la ley podrían continuar sintiéndose a día de hoy. Por ejemplo, si el acceso femenino a la abogacía o a la medicina se hallaba, 'de iure' o 'de facto', enormemente restringido en el pasado, entonces muchas de ellas no habrán podido acumular hoy la experiencia con la que sí cuentan los hombres. A su vez, si los puestos de alta dirección solo podían estar ocupados por hombres en el pasado, entonces podría persistir hoy una cierta cooptación masculina que explicara el célebre techo de cristal (aunque, nuevamente, la evidencia sobre este punto es controvertida).
4. La brecha salarial no justifica la demagogia del feminismo radical
En todo caso, aun cuando ambos factores fueran ciertos, cabría esperar que sus inercias se fueran diluyendo con el tiempo (especialmente el segundo de estos factores, ya que las tradiciones sí pueden ser mucho más persistentes) y que su potencia explicativa de la brecha salarial tendiera a desaparecer. Además, aun cuando la 'cultura patriarcal' explicara hoy una parte de la brecha salarial, lo que debería ser evidente es que no es el único factor que la explica: las preferencias de cada mujer y de cada hombre acerca de sus carreras profesionales —área de especialidad, horas de dedicación, implicación en la paternidad, grado de responsabilidad en la empresa, nivel de estrés aceptable, etc.— son muy variadas y complejas, de manera que no podemos explicarlas por un único factor cultural, sino por una pluralidad de factores culturales, genéticos y ambientales de relevancia indeterminada en cada caso particular.
Por ello, debería ser del todo improcedente tratar de acabar con la brecha salarial a través de la intromisión coactiva del Estado en las decisiones libres que adoptan las personas: pues la injerencia del Estado no solo alterará decisiones parcialmente influidas por una potencial 'cultura patriarcal', sino también decisiones no solo —ni mayormente— influidas por ella. Y no es justo que se conculque la libertad de hombres y mujeres inocentes para imponer un objetivo colectivo que, desde las anteojeras particulares del planificador social de turno, sea preferible al que resulte de sus decisiones libres. Lo que en todo caso sí podría tener cabida en nuestras sociedades es que aquellas personas que aprecien la existencia de una 'cultura patriarcal' que perjudica a las mujeres (o, mejor dicho, a algunas mujeres) se movilicen socialmente para tratar de alterarla mediante la persuasión y la información (aunque todas ellas deberían ser conscientes de los potenciales riesgos que implica modificar estructuras institucionales vigentes cuya funcionalidad no llegamos a comprender plenamente: la fatal arrogancia que denunciaba Hayek).
Por desgracia, el objetivo principal de la huelga feminista de este jueves es el de reclamar un mayor intervencionismo y dirigismo del Estado para conculcar los derechos y libertades de hombres y mujeres inocentes con tal de planificar una sociedad al gusto de las feministas que secundan la huelga. No se busca respetar las libertades de cada persona como tal y, a partir de ese presupuesto fundamental, tratar de modificar pacíficamente las costumbres que rigen la interacción entre los ciudadanos, sino al contrario: cercenar esas libertades individuales para imponer coactivamente un tipo de relaciones interpersonales que muchos individuos —con independencia de su sexo— pueden aborrecer. Por eso, la ideologizada huelga feminista de este jueves no ambiciona, en general, mayor libertad e igualdad, sino menor libertad y mayor desigualdad ante la ley. Manipulan los datos para manipular a los ciudadanos y que terminen aceptando un recorte en el régimen de libertades.

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