jueves, 10 de mayo de 2018

¡Mamá, hay una central nuclear bajo mi cama!

Luís I. Gómez analiza el alarmismo creado) y como ha entrado de manera perenne en las mentes) de todo lo relacionado con nuclear, poniendo diversos datos en perspectiva para evidenciar este alarmismo. 
Artículo de Disidentia: 
Todos los niños pasan por una fase que podemos definir como de pensamiento mágico. La hija de un amigo mío, tiene apenas tres años, le pide todas las noches que mire debajo de su cama porque teme que puede haber un tigre escondido. Los adultos tampoco estamos libres de las ideas mágicas: algunos pinchan con alfileres muñecos de cera, otros se encomiendan al gurú de moda para rediseñar su casa en los principios del Feng Sui y no faltan los que dan un enorme rodeo cuando ven una torreta de emisión de telefonía móvil. Cosas de la radiación, dicen.

Magia y radiación


No se puede ver, oír, tocar, saborear, oler, no podemos captarla con nuestros sentidos. La radiación es un magnífico tigre bajo la cama. El escritor británico de ciencia ficción Arthur C. Clarke formuló tres leyes, la última de las cuales es: “Cualquier tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia”. Debido a que desafía nuestros sentidos, la energía atómica parece una obra de brujería. No es de extrañar que nos asuste tanto como a la pequeña de mi amigo su tigre.
Fue en 1917 cuando Ernest Rutherford logró en Manchester dividir por primera vez el “átomo” (griego antiguo para “indivisible”). A partir de entonces la ciencia del átomo emprendió una alocada carrera que tras 28 años llegaría a convertirlo en el arma más terrible. Tras la conmoción de Hiroshima y Nagasaki, el uso civil de aquella magia energética pasó al primer plano. Y empezó a ganar seguidores en todo el mundo. Tantos, que allá por el 1946 los creadores de un nuevo traje de baño de dos piezas decidieron llamar a su “invento” por el nombre de un atolón famoso por las pruebas nucleares: bikini.
Por todas partes se construyeron centrales nucleares que proporcionaban cantidades ingentes de energía. Si bien en los 60 la ausencia de emisiones de CO2 no era importante, no olvidemos que se usaban para enriquecer uranio en plutonio para las armas nucleares tan de moda durante la guerra fría. Y esa y no otra es la razón por la que un tipo de reactor avanzado, el reactor de sal líquida de torio, cayó irremediablemente en el olvido. Aunque era más seguro, resultó desafortunadamente no apto para la producción de plutonio para bombas. En la década de 1980, Alemania desarrolló intensamente la idea. Se construyó en Hamm-Uentrop un reactor de torio de. Después de Chernobyl, fue inmediatamente cerrado de nuevo. Alemania pudo haber sido pionera… perdió la oportunidad.
Se perdió una oportunidad porque lo que se quedó en nuestras cabezas fue que todo lo que lleva “átomo” o “nuclear” en el nombre, no solo es perjudicial para la salud, sino que básicamente representa objetivos siniestros. Energía atómica, desechos nucleares, armas nucleares, toda la misma sopa. Irrevocablemente contaminados quedaron en nuestro cerebro conceptos como reactor, accidente, fisión nuclear, reprocesamiento… Luego están las imágenes: el triángulo de advertencia de radiación amarillo-negro, las torres de enfriamiento gigantes de hormigón gris, el poder estatal altamente equipado. Ante tal superpotencia mágica, ya no se trata de discutir sobre pros y contras, sino de la vida y la muerte. La pegatina del sonriente sol con el eslogan “nuclear-no-gracias” se convirtió en algo similar a la ristra de ajos contra los vampiros.
Los reflejos de “escondámonos” y “ataquemos” en situaciones de peligro potencial son mecanismos de supervivencia naturales que se nos han dado a todos. Si el escenario de miedo ante el que respondemos  se basa en la experiencia, o es un producto de nuestras intuiciones mágicas o simplemente se formó a través de múltiples eslóganes millones de veces repetidos no parece ser importante en nuestras post-democracias. Cada voto cuenta y la política tiene que tomarlos en cuenta.
En general, las vagas sensaciones viscerales, si compartidas por muchos, no nos presentan un futuro peor que las estadísticas bien seleccionadas pudieran hacerlo, y todos todavía tenemos una idea clara de cómo es un hongo atómico y qué hace. Ya sabemos: la tecnología supuestamente segura de la energía nuclear no solo ha fallado una vez. Pero parémonos a pensar justamente sobre esto: ¿Fue realmente tan grave? ¿Y eso sigue siendo cierto para la energía nuclear civil de la próxima generación?

Lo que suponemos, lo que sabemos

Desde nuestra isla de prosperidad nos resulta muy difícil mirar sin prejuicios aquello que realmente necesitan los países en desarrollo. Aquí, en el hermoso primer mundo, los altos costes de la energía parecen no preocuparnos en absoluto. Para tres mil millones de personas en el tercer mundo, sin embargo, el mayor problema es la falta de energía. No tener un suministro de energía confiable significa que nada de lo que damos por hecho funciona. ¿Medicamentos en frío en el hospital rural? Solo si apagan la luz, porque la celda solar del techo no sirve suficiente electricidad para ambos sistemas. Por la noche, sin sol, es aún más difícil.
La salida de la pobreza se basa en una red de electricidad suficiente y continua para abastecer las propias industrias e infraestructuras. La electricidad, que para nosotros es una cuestión de rutina, en África significaría más alimentos, mejor salud y más paz gracias a la prosperidad resultante. Sin embargo, en estos tiempos de magia que corren, las plantas de energía de carbón y gas y los automóviles que consumen combustibles fósiles no deberían permitirse en África porque el IPCC nos dice que el CO2 que emiten es peligrosísimo. Las energías renovables por otro lado no proporcionan las cantidades requeridas de electricidad… todavía. Queda una sola técnica: la antigua y buena energía nuclear. Pero, ¿qué pasa con los riesgos de la tecnología nuclear? Les traigo unos datos:
  • ¿Es dañina toda dosis de radiación por pequeña que sea?
De acuerdo con la hipótesis “Linear No Threshold“(LNT), el riesgo de cáncer aumenta linealmente con cada dosis recibida. “Cuanta menos radiación, mejor” es la norma de lenguaje habitual en la que se basan los cálculos de riesgo. Algunos institutos no están de acuerdo y dicen que el cuerpo se lleva bien con bajos niveles de radiación y que el efecto de la radiación no se acumula de por vida.
  • ¿A cuánta radiación nos exponemos al comer un plátano?
0,001 Milisievert
  • ¿Cuál es la dosis máxima de, por ejemplo, la población de Alemania debida a sus centrales nucleares?
Diez plátanos al año. Esto es: 0,01 Milisievert anuales. Durante un vuelo a Japón la dosis es diez veces mayor. Una tomografía supondría una dosis entre cien y trescientas veces mayor.
  • ¿Hay radioactividad natural en el planeta?
La dosis media anual debida a la llamada radiación de fondo es de 2,4 Milisievert, doscientas cuarenta veces mayor que la dosis anual que soportamos en Alemania debido a nuestras Centrales Nucleares. El terreno de la ciudad de Ramsar en Irán irradia a sus residentes el equivalente de doce radiografías todos los días sin que por ello allí aumente la mortalidad. Al contrario, las personas envejecen con buena salud.
  • ¿Qué es la hormesis?
Durante millones de años, los seres vivos han estado expuestos a radiaciones. La adaptación ha creado mecanismos que reparan con prontitud el daño molecular causado por radiación, y de manera tan eficiente que también somos capaces de reparar un daño celular existente. Los estudios demuestran que dosis bajas y medias de radiación (así como otros factores de estrés tóxico) podrían ser beneficiosas para la salud a través de este efecto de entrenamiento. En áreas con mayor radiación de fondo, ocurren menos casos de cáncer. Los radiólogos británicos pueden presumir de una esperanza de vida superior a la media. En los estados americanos donde se realizaron pruebas nucleares, la tasa de cáncer de pulmón es mucho más baja que en otros. Y para terminar: el Comité Científico sobre Efectos de la Radiación Atómica de las Naciones Unidas UNSCEAR 2012 ha finalmente admitido que no se puede seguir usando la hipótesis LNT para predecir al cáncer por niveles bajos de radiactividad.
  • ¿Y los muertos?
Tschernobyl: Además de los 45 empleados censados oficialmente, existen diversas estimaciones de las consecuencias a largo plazo de Tschernobyl; según la ONU, se ha informado de otras 58 víctimas por radiación. La Organización Mundial de la Salud calcula e incluye en la cuenta otras 4.000 muertes por cáncer. Greenpeace afirma que se tratarían de 200.000 muertos o más. Sin embargo, el International Journal of Cancer, publica un estudio según el cual es poco probable que las consecuencias del mayor accidente nuclear hasta la fecha sean apreciables en las estadísticas europeas de cáncer, y que hasta ahora no ha habido un aumento de esas patologías en Europa.
Fukusima: Cero muertosLo que costó la vida a 18.000 personas fue el gigantesco Tsunami que asoló las costas de la región. Según el informe de Naciones Unidas, los trabajadores de la central nuclear dañada estuvieron expuestos a un promedio de 140 mSv, por lo que no se espera un aumento en el riesgo de cáncer para ellos.
  • ¿Cuál es la fuente energía más mortífera?
El carbón. No, no es debido a las emisiones de CO2. La explotación y puesta en el mercado de energía obtenida con carbón cuesta 100.000 vidas por billón de KilowatiosHora. El petróleo cuesta 36.000 vidas por billón. La biomasa 24.000 vidas. La energía solar 440 vidas. La eólica (no se cuentan los pájaros) 150 vidas por billón. La nuclear es la que menos muertes genera: 90 por billón de KwH.
Por aquello de dar más perspectiva: cada año mueren 3.000.000 de personas por contaminación del aire con micropartículas y otros 4.300.000, porque cocinan y calientan sus cuatro paredes quemando madera y estiércol.
Pero claro, de estas cosas no nos hablan los chicos del sol sonriente. Ellos tienen otro programa. Lo que nos dicen que tenemos que saber y lo que recordamos es lo espectacular, lo visual, aquello de lo que informan los medios y de lo que hablan nuestros amigos: la gripe porcina, el derretimiento de icebergs, los accidentes aéreos. Y, por supuesto, Hiroshima, Fukushima, Chernobyl (en la misma frase, como si fuesen comparables). Queda claro que todo aquello que no genera pánico no tiene ningún valor informativo, por lo que la cobertura de los medios del mundo entero consiste en gran medida en caídas de precios, súper tormentas y accidentes de todo tipo. Desastres de hoy y ahora.  Además, sobreestimamos los riesgos que todo aquello sobre lo que no podemos influir de forma excesiva. Lo que está más allá de nuestra influencia nos hace entrar en pánico (¡Dios mío, viene una tormenta!).

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