"Es de estas cosas que están prohibidas decirlas en voz alta en público: el Estado del Bienestar corrompe la democracia. La gente ha tomado el Estado del Bienestar como algo que desborda el original Estado del Bienestar de posguerra. Los políticos lo toman como algo que no tiene límites. ¿Sabíais que en un pueblo de mil habitantes, debe haber un equipo de fútbol como parte de los servicios públicos que garanticen la práctica de deporte, etc?
El Estado del Bienestar ya no es algo que hace que aquellos con más problemas para generar riqueza, vivan con unos servicios básicos garantizados por los impuestos que pagan sus conciudadanos. El Estado del Bienestar puede que teóricamente fuera eso hace décadas, pero hoy es una máquina monstruosa que toca todos los rincones de la vida privada de la gente para que los políticos, convertidos en gestores, accedan a la reelección.
El debate público brilla por su ausencia, el choque de ideas, los puntos en común, los acuerdos, la disensión, las formas distintas de encarar los problemas y de llevar a cabo un servicio público. No hay nada de eso porque existe un pacto tácito entre los políticos electos por gastar y construir un mito alrededor de ese gasto. Se venden como imprescindibles y nos niegan toda alternativa.
Eso es la antipolítica. Es un juego bastardo de toma y daca en el que sacando de un saco sin fondo se puede prometer de todo con alegría, no hay freno, no hay control, no hay vigilancia del gasto. Ok, hay un Tribunal de Cuentas, ya estoy tranquilo. Súpertranquilo.
Basta subir las pensiones, levantar una casa de la juventud, ampliar los arcenes y abrir otro canal de televisión autonómica, para reforzar el Estado del Bienestar y que la gente vuelva a votar al político de turno. Todo financiado por la deuda. Un chollo: políticos que no hacen política. Políticos borrachos de poder que se dedican a gastar el dinero ajeno como si fuera el suyo propio.
De ahí pasamos directamente a las elecciones: puedo prometer y prometo, etcétera. ¿Qué clase de democracia es ésta? Pues una democracia para niños gorditos. Niños gorditos que viven en el sótano jugando al Wow sin parar y que gritan para que su madre les baje chocolatinas.
Exigir al Estado que nos baje chocolatinas, compradas por los tres gatos que crean riqueza, es un billete de ida hacia el abismo. No debería de haber sorpresas pues, cuando desde fuera nos marcan la política a seguir. No hay respuesta por parte de los coleguitas que dirigen la nave del Estado. Tampoco hay respuesta por parte de los niños gorditos. Es todo un "dejar hacer", a ver si a alguien de fuera se le ocurre cómo pagar las chocolatinas. Dejar que otros tomen las decisiones, sirve para echarles la culpa y salir de rositas.
Y mientras se cede la soberanía nacional (recordemos que sin nación no hay libertad) a unos tipos desconocidos (que no tomarán decisiones de forma desinteresada), aquí la fiesta de la reelección la va pagando una deuda que no deja de crecer. La media de edad de un político está en torno a los 45 años o más. Son veinte años de estar montado y luego dejar la patata caliente de la deuda al siguiente. Un chollo para el político que no hace política, un chollo para el tipo extranjero que sin ser elegido toma las decisiones, un chollo para el que organiza el Forum de Barcelona o la mandanga de turno (siempre hay una mandanga), un chollo para todos menos para el que paga impuestos, crea puestos de trabajo o simplemente curra para otros intentando sacar adelante a su familia.
¿Qué solución hay para esto? Sencillamente limitar la acción de la administración: "usted no puede ir más allá de esta línea y no puede endeudarse más allá de esta cantidad". Punto. Claro que esto, que es de perogrullo es la cosa que todo político teme/odia y jamás aprobará. Y aquí todos tienen el mismo color, no se salva ni uno."
Artículo de Crónicas de un mundo feliz
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