David Gordon reseña la reciente obra de Chivvis sobre el economista Jacques Rueff y su oposición a Bretton Woods (y sus motivos), que acabó finalmente en desastre y su alternativa hacia un verdadero patrón oro (en contra de lo que finalmente se hizo).
Artículo de Mises.org:
The Monetary Conservative: Jacques Rueff and Twentieth-Century Free Market Thought
por Christopher S. Chivvis
Northern Illinois University Press, 2010
xiv + 234 páginas
El economista francés Jacques Rueff fue el principal oponente en el siglo XX del patrón de intercambio de oro, y su defensa del patrón de oro clásico merece un estudio detallado. En esta destacada biografía intelectual de Rueff, Christopher Chivvis, un politólogo que trabaja para la Corporación RAND, muestra que la creencia en la estabilidad monetaria dominó la larga y distinguida carrera de Rueff.
El compromiso de Rueff con el libre mercado surgió de sus días de estudiante en la Escuela Politécnica, «un venerable campo de entrenamiento para los futuros servidores del Estado francés» (p. 19). Aquí estuvo bajo la influencia del economista Clément Colson, un fuerte partidario del libre mercado, aunque no era un partidario estricto de laissez faire al estilo de Paul Leroy-Beaulieu, el líder de la «Escuela de París». Rueff adoptó la posición que había aprendido de Colson y la mantuvo durante toda su vida profesional: aunque el libre mercado era en su mayor parte deseable, también había un papel para el estado. No compartía plenamente lo que en un ensayo en honor a Mises llamó la «intransigencia» de este último, aunque en las deficiencias del patrón de intercambio de oro lo igualó o lo superó.
El argumento fundamental de Rueff es éste. El mayor peligro para el sistema de precios de mercado es la inflación, que impide, si no impide del todo, la coordinación del mercado. Lo que lleva a un gobierno a inflar es el gasto deficitario. Si los programas del gobierno no se pagan con impuestos, el mercado se desorienta. La gente toma decisiones de inversión y consumo que carecen de base en las preferencias genuinas debido a los falsos precios que guían sus acciones. La inflación fue «el trabajo del diablo, porque respeta las apariencias sin destruir nada más que las realidades» (Rueff, qtd. en p. 105).
Rueff argumenta que la inflación lleva al totalitarismo.
El análisis de Rueff sobre las consecuencias de la inflación está claramente enraizado en la crisis de entreguerras y pretende ser una explicación de la misma. Enfrentado a una cacofonía de demandas tras la Primera Guerra Mundial, un gobierno europeo tras otro fue llevado por el camino del gasto deficitario, la inflación y finalmente el racionamiento y la fijación de precios. La fijación de precios sólo creó falsos derechos... a medida que el desorden social aumentaba, también lo hacía el atractivo de las soluciones totalitarias a los problemas de la sociedad. La destrucción de los derechos de propiedad y el desarraigo de los fundamentos legales y constitucionales de la sociedad crearon el ambiente perfecto para el surgimiento de las dictaduras totalitarias, que llegaron a ser vistas como el único medio de reprimir la inflación y restaurar el orden. (p. 108)
La batalla contra la inflación debe librarse tanto en el sistema monetario internacional como en cada economía nacional, y aquí la lucha de Rueff contra el patrón de cambio del oro se pone de manifiesto. En los acuerdos de Bretton Woods después de la Segunda Guerra Mundial, el dólar estadounidense era convertible en oro a un tipo de cambio fijo, pero el dinero de otros países sólo tenía que ser convertible en dólares.
La afirmación central de Rueff era que el déficit de los Estados Unidos era producto del sistema de Bretton Woods... el problema radicaba en la creciente utilización de los dólares como reservas de divisas, lo que permitía a los Estados Unidos tener un déficit en la balanza de pagos sin experimentar ninguna contracción del crédito interno. Aunque teóricamente los dólares podían convertirse en oro, lo que provocaba una contracción de la base monetaria de los Estados Unidos, en la práctica era muy poco probable que los países se contrajeran cuando podían simplemente reinvertir sus dólares en los mercados monetarios de los Estados Unidos, que, a diferencia del oro, devengaban intereses..... Sin embargo, mientras esto sucediera, el déficit de los Estados Unidos seguiría asolando el sistema y el vínculo del dólar con el oro se haría cada vez más tenue. (págs. 163-64)
Rueff resultó tener razón, y bajo Nixon, el sistema de Bretton Woods se derrumbó. Pero EEUU lo sustituyeron por un arreglo aún más expansivo, justo lo contrario de la solución que favorecía a Rueff:
El remedio de Rueff para esta situación fue el fin del uso de los dólares como reservas de divisas y el retorno al dinero convertible. Si se eliminaba el uso del dólar como moneda de reserva y se restablecía el patrón oro, escribió, el déficit de Estados Unidos requeriría automáticamente una restricción en la base monetaria de Estados Unidos, una contracción en los Estados Unidos y una reducción del déficit de Estados Unidos. En otras palabras, el retorno al patrón oro impondría disciplina a Estados Unidos, obligándolos a gastar dentro de sus posibilidades, y al mismo tiempo reduciría el impulso inflacionario mundial que el sistema de Bretton Woods estaba generando. El déficit llegaría a su fin, al igual que el crecimiento arbitrario del crédito gubernamental. (p. 165)
La firme defensa de Rueff del estándar de oro clásico lo enfrentó a la economía keynesiana, y Rueff demostró estar a la altura del desafío. Desarrolló un penetrante análisis crítico de la Teoría General de Keynes. En resumen, Keynes argumenta que la suma del consumo y el gasto de inversión puede ser insuficiente para generar pleno empleo si el acaparamiento de dinero es generalizado. Rueff responde que, dada la flexibilidad de los precios, la demanda para mantener el dinero no causará desempleo. En cambio, desplazará los recursos para satisfacer esta demanda.
Rueff atacó el argumento de Keynes basándose en que un cambio de la demanda de bienes y servicios a la demanda de liquidez o saldos de caja no podía tener un efecto significativo a largo plazo en una economía. La afirmación se ilustró más fácilmente en el caso del patrón oro, en el que un aumento de la demanda de efectivo crearía un incremento de la demanda de oro y, por lo tanto, desplazaría los recursos de la producción de otros bienes y servicios hacia el oro. Esto, a su vez, tendería a aumentar la rentabilidad de la producción de oro, incrementando el empleo en ese sector, y resolviendo así el desempleo que había creado el cambio original de consumo. Rueff tuvo más dificultades para explicar cómo funcionaría este mismo mecanismo bajo un sistema no metálico, pero insistió en que así era. (p. 135)
Se podría desear que Chivvis se hubiera esforzado más en explicar el razonamiento de Rueff.
Si nos fijamos en el artículo de Rueff «The Fallacies of Lord Keynes' General Theory» (disponible en The Critics of Keynesian Economics, ed. Henry Hazlitt, pp. 238-63), es fácil excusar la exposición truncada de Chivvis. Rueff tiene su propia manera de explicar las cosas, en gran parte influenciado por su formación como ingeniero en la Politécnica, y a menudo es difícil de seguir. Por esa razón, el artículo ha sido descuidado (aunque Rothbard lo cita en El hombre, la economía y el Estado), pero es un gran esfuerzo de sorprendente originalidad y profundidad.
Gran parte de The Monetary Conservative ofrece un relato detallado, aquí pasado por alto, de la larga carrera de Rueff en los altos círculos financieros. Uno sólo puede admirar la consistencia de la defensa de Rueff del dinero sano desde los días de Raymond Poincare en los años veinte hasta Charles de Gaulle en los años cincuenta y sesenta. Espero que el libro de Chivvis lleve a un renacimiento del interés en este gran economista y defensor de la libertad.
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