Según cuenta el profesor y filósofo José Antonio Marina, en los 50 hubo una plaga de ratas en los arrozales chinos. El gobierno quería luchar contra ella, pero en un territorio tan extenso resultaba prohibitiva una campaña de desratización. Tras mucho discutir se llegó a una conclusión. El pueblo chino era muy numeroso, más de 1.000 millones, así que si cada chino mataba a unas pocas ratas el problema podría quedar resuelto. Dicho eso, se fijó un presupuesto para dar una pequeña cantidad en metálico por las ratas muertas que cada uno pudiera presentar. El plan parecía perfecto, pero no funcionó.
Muchos de los chinos que cultivaban arroz vieron que les salía más rentable dejar de cultivar arroz y criar ratas en jaulas para matarlas y pedir la recompensa. Como dice Marina: ‘No tenían que estar preocupados ni por el agua, ni por el tiempo, ni por las plagas, ¡ni por las ratas!’.
A soluciones claras y sencillas, consecuencias imprevistas.
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