Carlos Rodríguez Braun analiza otro cliché, referente a la separación de iglesia y Estado y al fin verdadero y último del Estado: Eliminar toda "fortaleza privada" del individuo dejándolo solo y bajo el único amparo y dependencia del poder del Estado.
Artículo de su blog personal:
"La consigna clásica de la modernidad sobre la religión es el laicismo, o la separación entre Iglesia y Estado. Desde la Ilustración, la defensa de la religión quedó identificada con el atraso, y el laicismo con el progreso. Incluso los liberales cometieron el trágico error de atacar a la Iglesia por su labor educativa, con lo que facilitaron aún más la invasión del Estado sobre las libertades individuales –lo hicieron también al defender la desamortización, como vimos.
La religión, a la defensiva, como la libertad
Pero sea más o menos liberal, el llamado progresismo se ufana del Estado laico. Y lo más progresista es colocar a la religión como se coloca también (y no por casualidad) a la libertad, el mercado, o las empresas, es decir, en una posición defensiva. Así como para la libertad no vale el viejo principio de que todo el mundo es inocente hasta que se demuestre lo contrario, la misma sospecha se cierne siempre sobre las religiones, particularmente las que nos resultan más cercanas, las judeocristianas.
Los liberales decimonónicos, y también muchos posteriores, no comprendieron que el Estado moderno se construyó contra la Iglesia, y se construye contra la Iglesia. En ese proceso la educación cumplió un papel fundamental. Buena parte la Ilustración es antirreligiosa y antiliberal. Y así hasta hoy: no por azar, los mayores enemigos de las religiones judeocristianas, los comunistas y los nazis, han sido también los mayores enemigos de la libertad.
El apego al laicismo de la modernidad se viste de progreso cuando es, aquí como en tantos otros campos, solo un disfraz de la antigüedad más reaccionaria. Lo que pretende no es emancipar al individuo de la Iglesia sino someterlo al poder político y legislativo. En ese sometimiento, el llamado progresismo desarrolla una estrategia implacable consistente en atacar sin descanso cualquier institución que pueda amparar a la persona, desde la propiedad privada hasta la familia, desde la moral hasta la religión. El objetivo es derribar las que Schumpeter llamaba “fortalezas privadas”, dejando a la persona sola, sin que exista nada entre ella y el poder. Y así como un día se prohíben los toros, todos los días se transmite la idea de que la Iglesia está formada por un hatajo de corruptos, ladrones y viciosos que perpetran los delitos más monstruosos.
El Estado no tiene más religión que él mismo
En cambio, el progreso está encarnado por el Estado moderno, que no tiene religión alguna, o mejor dicho no tiene otra religión más que él mismo. De ahí que se haya apropiado de la ética y haya moralizado profunda y engañosamente la política, del mismo modo que ha controlado la educación, que en el fondo no es más que un mecanismo de control político, uniformización ideológica y desmoralización masiva de la población.
El progreso, en realidad, no aspira sólo a separar el Estado de la Iglesia. Lo que de verdad anhela es que el Estado nunca se separe de usted.
(Este artículo fue publicado en Expansión el 7 de agosto.)"
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