Es muy usual la defensa del empleo de las energías renovables argumentando solo sus puntos postivos y el ataque solo del resto de "energías" tales como las combustibles como el petróleo u otras como la nuclear empleando argumentos negativos.
Pero lo que no se paran a pensar nunca y a explicar o comunicar es justo lo contrario, como las muertes que provocan las denominadas renovables, o el deterioro económico, retraso, y el desempleo que provocan éstas.
Esto es de lo que habla el siguiente artículo brevemente:
Artículo de Negocios.com
"A diferencia de lo que afirman constantemente los ecologistas, las energías renovables no sólo suponen ningún avance a nivel económico y medioambiental sino que, muy al contrario, hoy por hoy constituyen un brutal retroceso para el conjunto de la humanidad que debería ser evitado a toda costa. Los verdes –que representan una variante del socialismo– insisten en la necesidad de fomentar las renovables con dinero público para generar electricidad “limpia y sostenible”, vendiendo así como una “revolución” lo que, en realidad, no es más que una vuelta al pasado. Piensen sino cómo se producía energía hace apenas 200 años, y el rosario de calamidades y penurias derivado de aquella situación. Y es que, a principios del siglo XIX, el 94% de la energía que se consumía a nivel mundial procedía de fuentes renovables, como luz solar, madera o molinos de viento y agua, tal y como recuerda el profesor Bjørn Lomborg, autor del polémico libro El ecologista escéptico.
La utilización de recursos fósiles era un hecho absolutamente marginal, exclusivo de las entonces incipientes economías industrializadas, e inexistente justo antes de esa época. Es decir, la humanidad ha sobrevivido, prácticamente, a oscuras a lo largo de casi toda su historia, valiéndose de los limitados recursos renovables que le ofrecía la naturaleza. Dicho pasado era, sin duda, muy “sostenible”, según la visión de los ecologistas, pero también enormemente pobre. Sin embargo, la Revolución Industrial, y la consiguiente explotación de combustibles fósiles, supuso un salto cualitativo en el desarrollo humano que, para muchos, resulta hoy difícilmente comprensible.
En apenas dos siglos –una gota en el tiempo–, el hombre pasó de calentarse con fuego a emplear complejas máquinas de vapor y, posteriormente, la electricidad, el automóvil y, en definitiva, todo un nuevo mundo de avances tecnológicos que ha permitido mejorar exponencialmente nuestra calidad de vida hasta cotas, hace poco, inimaginables. En la actualidad, los habitantes de los países avanzados disfrutan de 50 veces más energía y 37.500 veces más luz que hace 250 años, además de poder viajar 250 veces más lejos. Asimismo, la renta per cápita se ha disparado por más de 20 gracias al capitalismo. La humanidad ha avanzado más en el último siglo que en toda su historia anterior, y el combustible que lo ha hecho posible ha sido el carbón, el petróleo, el gas natural y, más recientemente, la energía nuclear.
De hecho, a pesar de que los estados de algunos países ricos han impulsado de forma muy intensa la generación de energía verde en las últimas décadas, lo cierto es que ésta no ha dejado de descender. Las fuentes renovables pasaron de producir el 13,12% de la energía mundial en 1971 –primer año que existen estadísticas globales– al 12,99% en 2011, pese a haber inyectado decenas de miles de millones de euros en su desarrollo. Además, la solar y la eólica son algo marginal, ya que la inmensa mayoría de este tipo de energía procede de la biomasa (madera y otros vegetales). Además, su uso se concentra hoy en las economías más pobres del planeta: África obtiene casi la mitad de su energía de renovables frente al 8% de los países ricos. Por si fuera poco, las renovables son mucho menos “limpias” de lo que, en principio, cabría pensar. No en vano, la explotación de madera y la extensión de los biocombustibles contribuyen de forma muy intensa a la deforestación de los bosques y a la reducción de las tierras de cultivo, con el consiguiente encarecimiento de muchos alimentos básicos para la población más pobre del planeta como, por ejemplo, el cereal.
Otro aspecto muy poco conocido de las energías verdes es su elevada peligrosidad. Las emisiones de CO2, los vertidos de petróleo y los accidentes nucleares son los tradicionales focos de alarmismo mediático, pero lo cierto es que las renovables provocan más muertes que la energía atómica. Los informes elaborados por organismos científicos, tales como la World Nuclear Association, The Paul Scherrer Institute (PSI) o el Proyecto ExternE de la Comisión Europea utilizan la ratio de muertes por Teravatio hora producido (TWh) a fin de analizar la seguridad real de cada fuente energética. La nuclear, que produce casi 6% de la energía mundial, tan sólo ha causado 0,04 muertes por Twh, muy inferior a las defunciones asociadas a la energía hidroeléctrica, situada en 1,4 por TWh si se incluyen los más de 170.000 muertos que provocó el colapso de la presa china de Banqiao a mediados de los años 70. De hecho, el desarrollo de energía solar y eólica provoca más muertes que la temida energía nuclear: la solar, que apenas produce el 0,1% de la energía mundial, registra una ratio de 0,44 muertes por TWh producido, casi 10 veces más que la fuente atómica, mientras que en el caso de la eólica la ratio desciende hasta 0,15. Las defunciones causadas por estas fuentes renovables se deben, sobre todo, a los accidentes producidos en la instalación de placas solares (tejados de las casas) y en la construcción de los aerogeneradores (de gran altura).
La energía con mayor índice de mortalidad es, de lejos, el carbón. Y no sólo por los habituales derrumbamientos y explosiones en las minas sino, sobre todo, a causa de la contaminación atmosférica que genera la difusión de sus partículas. La ratio de defunciones en este caso alcanza un promedio de 161 muertes por cada TWh a nivel mundial, mientras que la nuclear sigue liderando todos los índices de seguridad en producción de energía. El problema de estos análisis es que tan sólo evalúan la mortalidad directa derivada de las distintas fuentes, ya que, en caso de poder analizar su impacto indirecto sobre el desarrollo económico, y el consiguiente avance del nivel de vida, los resultados serían mucho más extremos...
En perjuicio de las energía verde. Todo ello no significa, ni mucho menos, que las fuentes limpias tengan que desaparecer en el futuro, pero lo que resulta inadmisible es que algunos gobiernos sigan apoyando con dinero ajeno (subvenciones) lo que el mercado (todos nosotros) ha rechazado por su propio interés. "
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