martes, 19 de abril de 2016

El oscuro secreto de la incertidumbre política

Sensacional artículo de Javier Benegas al respecto del "oscuro secreto de la incertidumbre política" y el denominador común de los diferentes partidos políticos (la nueva y la vieja política). 


Artículo de Voz Pópuli: 



Nada más alejado de las preocupaciones y angustias del común que los plomizos discursos que los líderes de los diferentes partidos pronuncian casi todos los días a cuenta de sus frustradas maniobras para una investidura imposible. Ni nada más inquietante que sus propuestas de acuerdo, donde se les clarean las ideas  No hay política vieja o nueva, lo que hay es cálculo demoscópico para acceder al presupuesto. En eso hace tiempo que unos y otros están coaligados, aunque no se pongan de acuerdo en el reparto.
El presupuesto es una tarta de la que todos quieren una parte. Es sencillo de entender. Los líderes de los partidos necesitan acceder al presupuesto para crear, conservar y extender sus redes clientelares; es decir, acrecentar su poder. En esto no hay excepciones. Por más que algunas formaciones resulten temibles en lo ideológico, antes dedicarán sus esfuerzos al pilla pilla presupuestario que a construir el paraíso en la tierra. Al fin y al cabo, sin soldada no hay tropa. Y sin tropa el Poder es un intangible. No seamos ingenuos, en pleno siglo XXI nadie hace la revolución por altruismo. La austeridad y el puritanismo de Robespierre pertenecen a otra época. Hoy, sentar las posaderas en el sillón y descubrir que sólo se vive una vez es todo uno, incluso para los que se creen ungidos.
Se explica así que en el Ayuntamiento de Madrid, donde los comunistas gobiernan, se haya decidido gastar hasta el último céntimo del remanente del pasado ejercicio: 560 millones de euros, 93.176 millones de pesetas. No es sólo una cuestión ideológica, sino también la vieja estrategia política del clientelismo. De no dilapidarse, ese dinero podría traducirse en una importante rebaja de la presión fiscal que los madrileños soportan o, al menos, en un mejor servicio en cosas tan básicas como la recogida de residuos sólidos y la limpieza de las calles, por ejemplo. Pero no, es más rentable desde el punto de vista del gobernante abrir una nueva vía de gasto, como adquirir 200 autobuses ecológicos, porque el medioambiente y la salud no se negocian. La contaminación está formada por partículas en suspensión en el aire… pero también por esa niebla que es el derroche, donde se gesta la deuda que habrán de respirar los contribuyentes.
Dentro de la lógica del político, el remanente está para gastarse. Nunca para aligerar las cargas de los ciudadanos. De hecho, que haya remanente es un error impropio del profesional de la política. La regla de oro es gastar como si no hubiera mañana, que lo recaudado siempre sea insuficiente para así justificar presupuestos cada vez más disparatados y los correspondientes incrementos tributarios. Hablar de reformas fiscales como remedio para el sostenimiento del sistema es otro engaño. A un aumento de la recaudación siempre le sigue un incremento del gasto, nunca ahorro. Es una simple cuestión de incentivos.
El Poder y la permanencia en el sillón es directamente proporcional al número de estómagos agradecidos. Derramando euros en polideportivos, autobuses, parques, jardines y todo lo que se tercie es como se ganan lealtades y votos. Por el contrario, ahorrando el político se vuelve antipático y hace muchos enemigos.   
En un país donde la mayoría quiere ser funcionario, el gobernante que gasta a manos llenas es un ídolo, un benefactor bendecido por los grupos de interés y, también, por el ciudadano raso, que se cree afortunado porque una parte muy menor de su propio dinero vuelve a él en forma de alguna prebenda. Desde empresarios que buscan suculentos contratos, pasando por empleados públicos que quieren consolidar derechos, hasta quienes simplemente pasan por ahí a ver si cae algo, todos ven en la prodigalidad del político, en su derroche, el mejor de los augurios. Esa cultura del gasto es lo que llaman certidumbre. Para ellos es saber que podrán seguir en su zona de confort; para el contribuyente, la certeza de que le apretaran las tuercas.
El hecho de que no haya Gobierno es en parte una bendición, al menos en lo que respecta a quien sobrevive al margen o a pesar de la política, aunque tenga sus costes. Porque lo primero que hará el próximo Gobierno, sea cual fuere, será subir los impuestos y las cotizaciones. Así lo llevan advirtiendo unos y otros de manera reiterada. En eso están todos de acuerdo, incluso antes de hacer campaña. Lo que sea necesario con tal de no meter mano a un gasto público que es el humus donde, según ellos, se origina la vida.
Meter en vereda el gasto no se ha de traducir necesariamente en una reducción del número de camas de los hospitales, en menos policías en las calles o en aulas saturadas. Ésta es la recurrente falacia del “hombre de paja”. Desconfíen de quien esgrima estos argumentos para cortar de raíz el debate. En realidad, se trata de eliminar todo aquello que no sea imprescindible, porque los recursos son finitos. Ocurre que ahí, en el vasto territorio de lo superfluo es donde están los intereses. Satisfacerlos es hacer carrera; cuestionarlos, el camino más rápido hacia la puerta de salida.
Los ayuntamientos no existen para cambiar costumbres, educar al ciudadano y reconstruir su pensamiento so pretexto de hacer de él un mejor ser humano. La misión de un gobierno municipal es que los semáforos cambien de color cuando deben, las farolas se enciendan, la basura se recoja y las personas puedan dedicarse a sus quehaceres porque las cosas funcionan. Para todo lo demás están las entidades privadas, las asociaciones y las fundaciones a las que cada cual puede sumarse libremente. Las “grandes causas” son demasiado a menudo líneas de negocio travestidas de altruismo. Los ideólogos las patentan para crear mercados cautivos, a mayor gloria de sí mismos, de los suyos y de cualquier espabilado que añada el ingrediente emocional a los más burdos negociados.
Lo mismo cabe decir de las Comunidades Autónomas y, también, del Gobierno. Quien quiera un mundo feliz a base de derrochar dinero ajeno que lo obtenga de quien voluntariamente quiera dárselo. Una cosa es servir al ciudadano y otra muy distinta vaciarle los bolsillos y, además, tratarle de idiota dando por hecho que no sabe qué le conviene. Resulta que el progreso no es derrochar sino ser cada vez más eficientesEl derroche produce la peor de las poluciones: corrupción a mansalva. Sin embargo, ésta es la incertidumbre: los 121 días que llevamos sin saber a quién hay que dirigirse para trincar del presupuesto.

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