Jorge Vilches analiza cómo en función de las encuestas actuales, tendremos a Pedro Sánchez (PSOE) para rato...
Artículo de Voz Pópuli:
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, charla con el vicepresidente segundo, Pablo Iglesias, en el Congreso. EFE/J.J. Guillén
En los últimos días han salido dos encuestas de intención de voto, y ambas confirman el fracaso de todos. Sánchez podría haber liderado la lucha contra la pandemia y sacar rédito a la venta de la esperanza de la recuperación, pero no lo ha conseguido. Una pegatina en la caja de vacunas no ha sido suficiente para rentabilizar la posición privilegiada de estar en el Gobierno. Ahora bien, tampoco ha sacado rédito el PP.
En el año de la pandemia, los populares no han reventado las encuestas, lo que es significativo ya que los españoles han dicho en esos mismos estudios que la gestión gubernamental ha sido un desastre, y que desprecian el pacto con Bildu y el indulto a los golpistas. Quizá una de las claves fue que los socialistas atraparon desde marzo de 2020 al PP en el discurso del servicio al Estado, de unidad “para salvar vidas”. Era una buena trampa porque suponía poner al PP entre la sumisión al Gobierno socialcomunista -que eso era en realidad “la unidad”- o la imagen de oportunista. La decisión fue someterse, previa protesta, para evitar la campaña mediática que alejara a los electores centristas y moderados. De ahí que haya subido cuatro puntos, lo que no está mal, pero es insuficiente.
Esa ligera subida del PP es aceptable para la maquinaria socialista, que ha sabido contener la debacle, porque se sabe con los medios propagandísticos suficientes como para remontar. No se olvidan de que el poder desgasta, pero que la oposición mucho más, y aplauden con fruición las chispas que saltan con el proyecto de ajuste de Casado en el PP. El resultado es que la pandemia, la deriva totalitaria y la alianza gubernamental con los independentistas no anima al electorado del centro derecha. Ni siquiera Vox puede rentabilizarlo.
El duelo por el centro
Los pactos de Sánchez con Bildu y ERC y su descarado blanqueo no se traducen en un cambio significativo en las encuestas. El votante socialista es capaz de aguantar lo que sea, es fiel hasta las trancas, y acepta cualquier mentira, fracaso o indignidad con tal de que gobiernen los suyos. La fidelidad de voto al PSOE es altísima, por encima del 75%, incluso en las encuestas para medios del centro-derecha.
La podemización del PSOE y su acercamiento a los que quieren romper el orden constitucional han comportado el rechazo de una parte pequeña del socialismo. De hecho, esos electores espantados por el sanchismo son la pieza codiciada por el PP y Ciudadanos. Son útiles para marcar el centrismo del proyecto de Casado, tanto como para que Arrimadas demuestre que su giro al centro-izquierda es sincero.
Este viaje de Cs tendrá mucho coste y necesitará tiempo. Tiene un suelo electoral aceptable, el 6%, pero se desangra a partes iguales en favor de PP, Vox y la abstención. Presentarse como la calma en la tempestad es muy lírico pero poco práctico por las dificultades que tiene para ser creíble: su ambición de convertirse en el “socio preferente” del PSOE ha hecho que se deje de hablar de la derecha tripartita. A lo más que pueden aspirar es a convertirse en un grupo parlamentario pequeño que influya en alguna decisión del gobierno de turno.
El sorpaso de Vox
Hay algo en Vox que lo frena. ¿Que las encuestas o los encuestados mienten? Puede ser, pero cualquier aseveración en este sentido es una cuestión de fe. El proyecto de sorpaso al PP no funciona, ni siquiera con la moción de censura de septiembre de 2020. Las encuestas indican que Casado acertó en su respuesta a Abascal, y que éste no supo presentarse como el líder de la oposición al socialcomunismo. En noviembre de 2019 obtuvo el 15% de los votos, que es el mismo porcentaje que indican ahora las encuestas.
Los voxistas van a intentar en Cataluña el sorpaso. Parece su única obsesión. Esto se nota y les resta credibilidad. En esas elecciones quedará asentada la coalición Frankenstein porque el poder se va a jugar entre ERC, el PSC y los podemitas catalanes. Formarán un 'gobierno de progreso' para iniciar una 'nueva era' tras una 'década de estancamiento'. Querrán vender que es el momento de 'lo social', mientras el independentismo protagonizado por ERC lavará su imagen de haber derrochado dinero y tiempo para una secesión todavía no madura. Por eso Sánchez ha elegido a Salvador Illa como candidato, lo que dice mucho del electorado de izquierdas en Cataluña.
Obstáculo para la alternativa
Otro efecto de esas elecciones será la desbandada en Ciudadanos por la certeza del fracaso. No solo se irán los votantes, sino también los dirigentes. La imagen será la de partido en descomposición. Esto dificultará la resurrección de los de Arrimadas a nivel nacional, lo que será un obstáculo para la formación de una alternativa al gobierno socialcomunista.
El conjunto da que tendremos a Sánchez mucho tiempo. El trasvase de los votos en las encuestas no indica sorpresas ni la construcción de una mayoría alternativa. PP y Vox no pueden gobernar ni sumando. Tendría que resucitar Ciudadanos duplicando el porcentaje para tener un grupo parlamentario suficiente, pero eso supondría quitar votos a los socialistas, o rescatar los que se han ido al PP, o todos los suyos que en noviembre se abstuvieron, en torno a un millón.
El colchón de los nacionalistas, unos 34 escaños, es un complemento decisivo para PSOE y Unidas Podemos, que se apuntalará en Cataluña el 14-F. Solamente si en las próximas generales el PP gana aunque sea por la mínima al PSOE para tener la iniciativa en las negociaciones, con un Vox firme en los 50 escaños, y un Ciudadanos con la treintena de diputados, podría hablarse de alternativa. El tema está hoy por hoy complicado.
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