Artículo de El Economista:
En noviembre, los estadounidenses deberán escoger entre dos candidatos anormalmente malos y peligrosos a la Presidencia: Donald Trump y Hillary Clinton. El primero es una criatura del populismo nacionalista y la segunda, de la socialdemocracia imperialista.
La disyuntiva es terrorífica, porque ambos prometen recortar libertades civiles y económicas sin ningún tipo de reparo: Trump pretende regresar a una especie de mercantilismo pre-capitalista orientado a la protección oligopolística de los grupos de interés frente a la competencia extranjera; Clinton ambiciona con continuar incrementando la burocracia estatal a costa de sablear con mayor saña a los contribuyentes; Trump promueve una restricción adicional de las libertades civiles bajo el pretexto de luchar contra el terror: cierre de fronteras, deportaciones, espionaje, tortura y cerco a la prensa; Clinton a su vez también defiende una agenda exterior radicalmente belicista contra todos aquellos que no sean estrechos aliados de EEUU.
Sendos candidatos presidenciales rechazan de frente los principios que una vez constituyeron el germen del florecimiento de EEUU: los principios políticos y económicos del liberalismo frente a la sumisión servil al gran Gobierno. Pero, ¿hay alternativa a unos candidatos tan nefastos? Sí, sí la hay y esperemos que su voz sea cada vez más escuchada en los maniqueos medios de comunicación estadounidenses y europeos: el Partido Libertario con el exgobernador de Nuevo México, Gary Johnson, a la cabeza.
Probablemente Johnson no sea el candidato más liberal que jamás haya presentado el Partido Libertario -mucho menos yendo de la mano de su compañero a vicepresidente, el exgobernador de Massachusetts, William Weld-, pero es una persona que, en caso de alcanzar la presidencia, contribuiría a ampliar la frontera de las libertades civiles y económicas de los estadounidenses. Y es que, para Johnson y para el resto de liberales-libertarios, toda manifestación de la libertad individual merece ser defendida frente a sus enemigos: la libertad religiosa, la libertad de movimientos de personas, la libertad sexual, la libertad de prensa, la libertad para comerciar dentro y fuera del país, la libertad para ahorrar y retener tu propiedad frente a la rapiña estatal, la libertad para emprender y competir, la libertad para escoger la educación de tus hijos o la libertad para producir, distribuir y consumir sustancias estupefacientes y psicotrópicas.
Frente al neo-mercantilismo de Trump, Johnson promueve el libre comercio, la inmigración responsable y la competencia abierta frente a la captura lobística de las instituciones; frente a la pale-socialdemocracia de Clinton, Johnson defiende la soberanía personal a la hora de escoger los servicios sociales básicos; frente a la creciente conculcación de las libertades civiles so excusa de reforzar la seguridad, Johnson propugna revigorizar los derechos fundamentales contenidos en las enmiendas de la Constitución aboliendo la Patriot Act y poniendo fin al espionaje masivo de ciudadanos inocentes por parte del Estado; frente al belicismo agresivo de Clinton, Johnson defiende un repliegue militar dirigido a proteger a EEUU y sus aliados de las agresiones exteriores pero no a ser el iniciador preventivo de tales agresiones.
Es muy difícil que Johnson alcance la presidencia por cuanto la nominación de Trump y de Clinton pone de manifiesto la deriva liberticida de una parte muy importante del electorado estadounidense. Pero la presencia de Johnson sí debería sacar del simplismo político a todos aquellos que rechazan tanto a Trump como a Clinton pero se sienten forzados a escoger -intelectual o electoralmente- entre uno de esos dos males. Existe una alternativa que proporciona soluciones realistas y eficaces a los problemas sociales y económicos de fondo de EEUU: y esa alternativa no se llama ni nacionalismo mercantilista ni socialdemocracia imperialista. Se llama liberalismo.
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