Cristinta Losada sobre el fracaso de Podemos en las elecciones y la cuestión de la corrupción y su influencia en el voto.
Artículo de Libertad Digital:
Pablo Iglesias y Carolina Bescansa | EFE
Estaba en vilo a la espera del estudio de Podemos sobre su fracaso el 26-J y confiaba en que les saliera mejor que el pronóstico. Pero no son muy prometedores los avances que ha dado la encargada del informe, Carolina Bescansa. De entrada, dice que Iglesias no es "una variable relevante". Cuando pierdes un millón de votos, es una alegría que el estudio postelectoral de tu partido concluya que no has tenido nada que ver en el desastre. Ni de encargo, vamos. En cambio, me parece más justo que ya no le echen a Izquierda Unida toda la culpa del fiasco. Fue cruel y mezquino el intento de cargarle el muerto al viejo partido comunista después de las grandes loas que hicieron de su asociación con él. Y de aquellas cuentas de la lechera multiplicadoras.
Es posible que IU tenga algo de gafe, visto lo visto y el antecedente de las generales de 2000, cuando el PSOE de Almunia se presentó de la mano de la IU de Frutos y cosecharon los dos una sonada derrota. Se confirma, por lo demás, que si eres el político más valorado en las encuestas, caso de Alberto Garzón, has de andar con mucho cuidado. Ser el mejor valorado es casi, casi, indicio seguro de que no te van a votar. O el anuncio de que te darán pronto el pasaporte para que vuelvas a la vida privada. Eso les ha pasado, en tiempos recientes, a Rosa Díez y a Duran i Lleida, y, más atrás, a personajes tan queridos como Suárez y Anguita. Hombre, igual abrazarse con Anguita, como hizo Iglesias con profunda y visible emoción, también tuvo su coste. Lo que es seguro es que no a todos los votantes de IU, a fin de cuentas un partido con historia, les gustó ver a sus siglas disueltas en la sopa podemita.
Descartados dos posibles culpables del mal resultado de Podemos, la pregunta sigue en pie. Pero me da que el estudio de Podemos va a entrar menos en los fallos de Podemos que en los de otros. Lo digo porque dedican, por lo visto, un buen apartado al PP. A los votantes del PP, en concreto. Y es que, después de cruzar datos, les sale que aproximadamente la mitad de los que votaron al PP consideran que es un partido corrupto. Como lo votan a pesar de la corrupción, dijo Bescansa que eso "tiene que decirnos algo sobre nuestra democracia y sobre el sistema en el que estamos". Yo creo que también nos dice algo sobre el partido Podemos. Básicamente, los votantes valoraron la posibilidad de que hubiera un Gobierno a la valenciana con Iglesias de presidente plenipotenciario, y prefirieron evitarla. Pensaron, digamos, que la corrupción es mala, pero hay cosas peores.
Acaba de aterrizar en las librerías La corrupción en España. Un paseo por el lado oscuro de la democracia y el gobierno, obra de media docena de autores, coordinada por Víctor Lapuente. Hay un capítulo dedicado al castigo electoral de la corrupción, que Bescansa podía leer para entender el enigma. Lo primero que expone es que los casos de corrupción suelen tener un impacto modesto en términos electorales: los políticos acusados no pierden un gran porcentaje de votos y pueden salir reelegidos. Esto sucede en España y fuera de ella. Es la pauta que encuentran los estudios internacionales al respecto.
Por ceñirnos al caso español, en las municipales de 2007, ya precedidas por el descubrimiento de escándalos de corrupción, fueron reelegidos el 70 por ciento de los alcaldes sobre los que pesaban acusaciones. En el libro recuerdan que la prensa se asombró entonces de ese grado de tolerancia al corrupto, con titulares como "Las urnas perdonan a los imputados" o "Inmune a la corrupción". Sí, Bescansa, no es la primera vez que se vota a partidos o candidatos manchados, y esto no es por el “sistema” (¿qué sistema?), sino por una miríada de factores que analizan en el capítulo. Uno de ellos es crucial, se llama información y tiene que ver con la prensa.
Sin información sobre la corrupción, obviamente no habrá castigo electoral. Pero lo importante es que esa información ha de ser creíble. Y si la información va por bandos, si la corrupción se trata de forma claramente desigual en función de qué partido sea el afectado, si está ideológicamente sesgada, será difícil distinguir entre acusaciones fundadas e infundadas, y habrá menos probabilidad de que se castigue en las urnas. Pienso que este es exactamente nuestro caso.
La corrupción y la información sobre ella se han convertido en armas de la batalla política: es la munición basurienta que se arrojan unos partidos a otros, directamente y a través de los medios. El votante puede sospechar, así, que se está magnificando la corrupción del partido al que vota, que el verdaderamente corrupto es el partido al que no vota, o refugiarse en el cinismo del consabido "todos son iguales". Añádase a estas sospechas ladesconfianza en una justicia politizada y tenemos una base de explicación para el escaso castigo electoral a la corrupción en España.
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