Artículo de El Confidencial
"Hay dos mitos que sobreviven en el imaginario laboral popular, a pesar de que todos los días se estrellan contra la realidad. Uno es que el trabajo se reparte [...]
Como la jornada de 35 horas puso de manifiesto en Francia, o previamente cualquier país del este de Europa antes de la caída del telón de acero, el trabajo solo es susceptible de reparto a cambio de una pérdida generalizada de condiciones de vida globales, de todos los ciudadanos. El aumento de los niveles de ocupación, sin venir acompañados de un aumento simultáneo de la producción de bienes y servicios demandados realmente por la población, no garantiza más que una igualación en la carestía, cuando no en la pobreza.
[...] La única función del Estado aquí es garantizar que se den las mejores condiciones posiblespara que los empresarios inviertan, ahorren pues, en desarrollar productos y servicios que los consumidores demandemos después, para así generar y satisfacer nuevas necesidades que, a su vez, provocarán un aumento del nivel de ocupación. Lo único que debería hacer el gobierno es no obstaculizar la creación de empresas, interviniendo en la economía lo menos posible, sin orientaciones, sin políticas de fomento del empleo ni definición de sectores estratégicos, y mucho menos machacando a impuestos a empleados, autónomos y empresarios. El empleo crece porque cada vez hay más tartas, no por dividir las pocas que ya hay.
El segundo de los mitos, tan grave y equivocado como el anterior, es el que asocia recompensa económica (digamos salario) con preparación y esfuerzo. Si bien no cabe duda de que ambas condiciones son necesarias, no son en absoluto suficientes.
[...] La razón hay que buscarla, como casi siempre, en la diferencia entre demanda (los trabajos que hoy se requieren) y la oferta (quienes se acercan al mercado buscando trabajo).
Nuestro sistema educativo es incapaz de reaccionar con la velocidad requerida. Mientras en Vietnam los alumnos de 8 años tienen clases de programación, en nuestras aulas los ordenadores son casi una entelequia. Mientras que en China y en la República de Corea los alumnos salen del colegio para acudir a academias de especialización durante tres o cuatro horas diarias, nosotros debatimos si los deberes son necesarios. Mientras que en India o en EEUU las universidades son dueñas de sus programas de formación, pudiendo modificarlos de forma inmediata si las condiciones de integración laboral lo requieren, en España la suma de las 10 agencias de evaluación y acreditación autonómicas y la nacional imposibilitan la labor, buscando todas que todas las universidades impartan los mismos contenidos, en busca de la quimérica e indeseable igualdad.
Ese es el gran error de la enseñanza en España. No solo no se fomenta la competencia entre universidades, sino que se persigue. Da igual que un catedrático sea bueno o no en el aula, que ganará prácticamente lo mismo allí donde ejerza, tenga alumnos o no. Mientras que un decano en España se ocupa básicamente de labores administrativas [...] en EEUU el 50% de su tiempo lo dedica a buscar financiación de las empresas. Porque las empresas se implican en la formación al ser las primeras interesadas en conseguir alumnos. [...] como rezaba aquella extraordinaria pancarta colgada en la fachada de la facultad de Ciencias Económicas y Empresariales (¡Empresariales!) de una universidad de Madrid, “Fuera empresas de la Universidad.”
[...] Llorar porque nuestros padres tenían trabajo en un sistema autárquico mientras mandamos un tuit desde nuestro smartphone coreano, japonés o californiano no parece razonable. Lamentar la enorme cantidad de horas que le hemos dedicado a algo es absurdo ante quienes lo harán en una fracción del tiempo, por una fracción del coste. Es hora de entender que el mercado no premia el esfuerzo, sino el valor añadido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario