Ignacio Moncada analiza la dramática (pero silenciada políticamente) situación de las pensiones en España, un Titanic directo hacia el iceberg y cuyo capitán (político) no ha pretendido nunca cambiar de rumbo, pero Sí tiene un bote salvavidas.
Artículo del Instituto Juan de Mariana:
Hace pocos días el Gobierno comunicó que había sacado 8.700 millones de euros adicionales de la hucha de las pensiones para hacer frente a la paga extra de junio. Esta es la mayor cantidad retirada de una sola vez del Fondo de Reserva de la Seguridad Social para poder cumplir con el pago de las pensiones. Pese a que en 2015 la Seguridad Social obtuvo un déficit récord que parecía difícil de empeorar, todo apunta a que 2016 el déficit será todavía mayor.
El Fondo de Reserva se creó para hacer posible el pago de las pensiones en momentos de déficit transitorio. Así, durante los años en los que el sistema tuvo superávit, el fondo se fue dotando hasta llegar a un valor en 2011 de 66.815 millones de euros. Tras esta última disposición del mes de junio, en el fondo sólo quedan 25.176 millones de euros, apenas el valor de tres mensualidades. Por tanto, en poco más de cuatro años la Seguridad Social se ha pulido 41.639 millones, dejando un 37% de lo que había en 2011. Las previsiones apuntan a que el primer semestre de 2018, en menos de dos años, la hucha se quedará vacía. La evolución de hucha de las pensiones es tan alarmante como previsible.
Muchos políticos y economistas afirman que el problema de la Seguridad Social es temporal y pasajero. La propia ministra de Empleo y Seguridad Social, Fátima Báñez, aseguró recientemente que los actuales problemas del sistema de pensiones “son temporales” y se deben a la masiva destrucción de empleo durante la crisis. Sin embargo, la ministra afirma que el sistema público de pensiones es “sólido y sostenible a medio y largo plazo”. Nada de lo que preocuparse, entonces.
En el otro lado del espectro político, Eduardo Garzón, asesor económico del Ayuntamiento de Madrid y uno de los economistas de referencia en la izquierda española, escribió que “la hucha de las pensiones no se está vaciando por arte de magia, sino por culpa de la austeridad”. Por lo visto el problema del déficit de la Seguridad Social se soluciona… ¡aumentando el déficit! Recordemos que buena parte de las “políticas de austeridad”, como la congelación de las pensiones anunciada por Zapatero en 2010, el progresivo retraso de la edad de jubilación hasta los 67 años o el cómputo de los últimos 25 años cotizados para el cálculo de la pensión, precisamente pretenden controlar el crecimiento del gasto en pensiones. Difícilmente un problema que se debe a que el gasto en pensiones es muy superior a los ingresos del sistema se va a resolver, como propone Unidos Podemos, disparando el gasto en pensiones.
La realidad es que la preocupante evolución del déficit de la Seguridad Social y de la hucha de las pensiones no es una turbulencia pasajera ni una mala gestión puntual, sino el síntoma de un problema estructural mucho más grave y profundo. Es cierto que la caída del empleo provocada por la Gran Recesión ha mermado los ingresos por cotizaciones sociales y que una intensa creación de puestos de trabajo paliaría parcialmente el déficit actual. Pero basta analizar las previsiones a medio y largo plazo de nuestro sistema de pensiones para comprobar que ese desfase no sólo no se va a solucionar, sino que de hecho marcha con paso firme hacia el abismo.
Las estimaciones que ofrece el propio INE revelan que en las próximas décadas el número de personas mayores de 67 años en España se va a multiplicar por dos. A su vez, el número de personas en edad de trabajar se va a reducir al menos en un 30%. Incluso asumiendo que tendremos de forma sostenible una tasa de empleo como la que se alcanzó en España durante la burbuja inmobiliaria, en torno al año 2050 alcanzaremos la terrorífica ratio de un trabajador por jubilado. Es decir, en el año en el que a la gente de mi generación nos toque jubilarnos, cada trabajador tendrá que pagar con su renta, además de otros impuestos, una pensión íntegra.
Las implicaciones de esta inevitable realidad demográfica son obvias. Por un lado, vamos a ver cómo las pensiones se van a ir recortando progresivamente. Por otro, también es previsible que se vayan aumentando las cotizaciones sociales o que se instauren impuestos específicos para sufragar el agujero de las pensiones. Pero, como decía el economista César Molinas, podemos ordeñar la vaca de distintas tetillas, pero el problema es que sólo hay una vaca. Es decir, que podemos llamarlo cotización o impuesto, pero igualmente saldrá de nuestro bolsillo.
El problema de la insostenibilidad de las pensiones públicas podría solucionarse transitando hacia un sistema de capitalización, en el que la jubilación no dependa de la suerte que tengamos con la pirámide demográfica ni de la gestión cortoplacista de nuestros manirrotos políticos, sino del ahorro de parte de nuestras rentas en forma de activos productivos. De acuerdo con el Global Pension Index 2015, que elabora la consultora Mercer, los mejores sistemas de pensiones son los de países como Dinamarca, Holanda, Australia, Suecia o Suiza. Lo que todos ellos tienen en común es el haber introducido el sistema de capitalización como un pilar fundamental de sus sistemas de pensiones.
Lo ideal habría sido haber reformado nuestro sistema de pensiones hace décadas, cuando aún había mucho margen. Pero a estas alturas, aunque en España iniciáramos esa transición, el escaso margen demográfico que tenemos haría que la transición fuese costosa para las primeras generaciones. En todo caso, ninguno de nuestros actuales representantes políticos tiene la más mínima intención de abordar el profundo problema de sostenibilidad de las pensiones. Todos los partidos han mantenido un pacto de silencio sobre este asunto y se han movido de acuerdo a la máxima “el que venga detrás, que arree”.
En definitiva, el sistema de la Seguridad Social es como el Titanic: un gigantesco barco que navega a toda máquina rumbo hacia el iceberg. Los oficiales al mando nos repiten sin cesar que toda turbulencia es pasajera y que la nave es tan segura que no se puede hundir. Pero quienes por la fuerza vamos en él ya podemos ver el enorme problema a muy escasa distancia. Quienes gobiernan el timón no tienen ninguna intención de virar el rumbo. ¿Qué hacer ante esta situación? Sólo nos queda una alternativa: ponernos a construir nuestros propios botes salvavidas. Es fundamental que nos pongamos a ahorrar por nuestra cuenta. Planifique su jubilación desde ya. Recuerde que nuestros políticos, a diferencia del capitán del Titanic o de su famosa orquesta, no tienen pensado hundirse con el barco: ellos ya tienen su jubilación asegurada.
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