miércoles, 17 de marzo de 2021

“La vida de los otros” cumple 15 años y es más relevante que nunca

Ignacio M. García analiza la premiada película "La vida de los otros" (2006) y las lecciones que trae para el presente. 

Artículo de El American: 



El 15 de marzo de 2006 se preestrenó en Berlín la película La vida de los otros (Das Leben der Anderen), que supuso el debut como guionista y director de Florian Henckel von Donnersmarck, y con la que consiguió ganar multitud de premios, tanto en Alemania como internacionalmente, entre los que destacan el Óscar, el BAFTA y el César a la mejor película de habla no inglesa en 2007.

La vida de los otros se desarrolla en Berlín Oriental, cinco años antes de la caída del muro, y muestra el agobiante espionaje y terrorífico control que ejercía el Gobierno socialista, especialmente sobre los intelectuales y artistas, a través de la Stasi —la policía secreta comunista—.











La película hace un excelente trabajo al plasmar esta atmósfera opresiva y asfixiante, contándonos la historia de Gerd Wiesler, interpretado por Ulrich Müche —tristemente fallecido poco tiempo después del estreno de esta película—, un meticuloso e implacable espía de la Stasi, que pasa de ser un idealista y leal defensor del Partido Comunista a convertirse en un “hombre bueno”.

Según Florian Henckel en una entrevista para The New York Times, la idea de La vida de los otros se le ocurrió mientras escuchaba la Appassionata de Beethoven, al recordar una conversación de Lenin con Maksim Gorki, en la que le decía que su canción favorita era, precisamente, la Appassionata, pero que no podía escucharla porque «me dan ganas de decir cosas amables y estúpidas, y dar palmaditas en la cabeza a la gente que, viviendo en este sucio infierno, pueden crear tanta belleza», cuando lo que tenía que hacer para que triunfara su revolución socialista era «golpear esas cabezas sin piedad».

Según el director de La Vida de los Otros, se imaginó a Lenin escuchando la Appassionata y que, conmovido por ella, no hubiera conseguido hacer triunfar la revolución, por lo que nunca habría existido la Unión Soviética. «De repente me vino a la cabeza la imagen de una persona sentada en una habitación deprimente con unos auriculares en la cabeza, escuchando al que supone que es el enemigo del Estado, y el enemigo de sus ideas, y lo que realmente está escuchando es una música hermosa que lo conmueve», dijo Henckel.

«Me senté y en un par de horas había escrito el tratamiento», dijo el guionista y director, que parte de esta simple, pero impactante idea, de un espía con auriculares que escucha cómo su víctima toca al piano la Sonata para un hombre bueno, y termina conmovido, de tal manera, que deja de observar la vida de su enemigo y pasa a vivirla y sentirla, a ponerse en su lugar y dejar de verlo como un enemigo, e incluso decide ayudarlo, desencantado y asqueado por la misión que le han asignado.

El capitán Gerd Wiesler en un fotograma del trailer de la película La vida de los otros. (YouTube)
El capitán Gerd Wiesler en un fotograma del trailer de la película La vida de los otros. (YouTube)

La misión que debe cumplir es vigilar al dramaturgo Georg Dreyman (interpretado por Sebastian Koch), escritor aparentemente fiel al régimen, pero a quien el ministro de Cultura quiere quitarle a su novia, una bella actriz de la que se ha encaprichado.

El ministro quiere explotar la amistad de Georg Dreyman con un director de teatro defenestrado por el gobierno, para intentar descubrir algún tipo de actividad subversiva con la que poder encarcelarlo, y así tener vía libre con su novia.

Cuando Dreyman se entera de que su amigo se suicida por no poder trabajar al estar en una lista negra, desgarrado, toca al piano esta sonata y es cuando el espía toma la decisión de convertirse en un “hombre bueno” y ayudarlo, a pesar del grave riesgo que correría en caso de ser descubierto. 

Hay una escena en La vida de los otros aplicable al día presente. En una conversación que tuvieron sobre su amigo caído en desgracia, el ministro le dijo a Georg Dreyman —con gran cinismo e hipocresía— que él, a diferencia de su amigo, «sabe que el partido necesita artistas, pero que los artistas necesitan aún más al partido». Esto demuestra que bajo el socialismo no hay libertad artística de ningún tipo, y la cultura es una mera herramienta de propaganda de los gobernantes.

Dreyman intenta romper una lanza por su amigo alegando que se excedió en sus palabras, pero que fue un simple error y sigue siendo un leal partidario del socialismo y un excelente director que no merece estar en la lista negra, a lo que el ministro responde de forma amenazante: «¿quién habla de una lista negra? ¡Esas cosas no existen! ¡Debería elegir sus palabras con más cuidado!».

O le meteremos en la lista negra, le faltó añadir. Esta situación del mundo de la cultura bajo la constante amenaza política, de la que hace 15 años nos advertía la película sobre lo que sucedía hasta hace 30 años en Alemania del Este, sigue siendo de máxima relevancia en 2021.

La vida de los otros, lecciones para el presente

Actualmente vivimos sometidos a la llamada cultura de la cancelación. Especialmente el mundo de la cultura y el espectáculo, prácticamente monopolizado por la izquierda, no tolera opiniones que difieran del pensamiento progresista y socialista. Este revisionismo no solo afecta a personajes ficticios como Pepe Le Pew o The Muppets, sino también a personas reales como Gina CaranoTim AllenJon Dolmayan o Winston Marshall, siendo esto solo algunos ejemplos de multitud de situaciones que, en esencia, son similares a las de la película La Vida de los Otros.

Se estima que la Stasi contaba con 91,000 funcionarios y casi 200,000 informantes extraoficiales que vigilaban la actividad política de los ciudadanos de la República Democrática Alemana con la intención de detectar —y atajar— comportamientos subversivos o contrarrevolucionarios. El afán del Gobierno socialista por controlar hasta los pensamientos generó un terrible ambiente de paranoia, en el que muchas veces amigos, colegas, maridos, esposas y familiares se dedicaban a espiarse y denunciarse entre ellos.

Se estima que estos últimos delatores civiles llegaron a las 300,000 personas, de una población de apenas 16 millones de habitantes. Los documentos con las informaciones de los delatores se calcula que ascendieron a 33 millones de páginas

Estos números, impresionantes para la tecnología de la época, son un juego de niños comparados con el volumen de información que actualmente manejan las Big Tech y que, por lo que parece, tampoco tienen muchos miramientos a la hora de utilizar para imponer su agenda política.

Quizás sea el momento de volver a ver La vida de los otros, escuchar su Sonata para un hombre bueno, y replantearnos si este clima de censura, delación y caza del disidente que las redes sociales facilitan y fomentan, obligándonos a pensar y comportarnos como la izquierda considera que han de hacer las “buenas personas”, lejos de convertirnos en mejores nos está llevando hacia una sociedad enferma, como la de los oscuros tiempos de la Stasi en Alemania del Este.


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