martes, 9 de marzo de 2021

El autoritarismo duro en las universidades

José Carlos Rodríguez analiza el creciente autoritarismo duro en las propias universidades. 

Artículo de Disidentia: 

La falta de libertad en el ámbito académico es uno de los graves problemas de la actualidad. Para entender este fenómeno se ha creado en Center for the Study of Partisanship and Ideology (Centro para el Estudio del Partidismo y la Ideología), CSPI. Vamos a prestar atención a su segundo estudio, publicado muy recientemente, y que está a cargo de Eric Kauffman.

¿Cuáles son las historias que hay detrás de este sectarismo? El informe recoge varias de estas historias. Un profesor de sociología de los Estados Unidos, en el curso de una investigación sobre la libertad académica y de expresión, ofrece este testimonio al investigador: “Un profesor en el estado de East Georgia La universidad fue despedido por «acoso sexual» por no estar de acuerdo con la política de acoso sexual de la escuela. He escuchado muchas historias, de fuentes fiables, por las que profesores, estudiantes y graduados son sometidos a juicios secretos sumarios del título IX, y vieron cómo sus vidas académicas fueron arruinadas”. El llamado Título IX ampara estos procesos secretos, que deciden si un estudiante o un profesor ha violado alguna de las normas sobre discriminación sexual, violencia sexual o acoso.

Este profesor de sociología no da su nombre, como el de muchos otros que han compartido sus experiencias con Kaufmann. Así, un profesor conservador dice: “Sí, todos los años me llaman al despacho de mi jefe por alguna controversia sobre el currículo del curso. En ocasiones he sido malinterpretado. En otras ocasiones tengo que justificar mi trabajo con los estudiantes”. Un profesor de ultra izquierda, dice así mismo: “Me han despedido de mi departamento como coordinador de programas porque soy una feminista crítica de género. En la actualidad, los estudiantes tienen una solicitud de apoyo a mi despido, porque por el momento tengo el respaldo de la asociación de profesores de mi facultad. Yo también me enfrento a una “oportuna” investigación sobre la ética de mi investigación. Supuestamente es algo rutinario, pero es la primera vez que he sido investigada por ello”.

Un profesor de derechas del área de comunicación refiere esta historia: “Un profesor que se negó a referirse a un estudiante por un pronombre falso (un hombre quería ser llamada «ella») recibió la visita de la gente de ‘diversidad’, que examinaron todo su trabajo y su laboratorio. Se le sometió a unas pautas administrativas específicas para ver cómo iba a tratar con este estudiante».

Un profesor conservador de Historia, también en los Estados Unidos, contó cómo «El profesor Dennis Gouws del Departamento de Humanidades, ha sido sometido a años de acoso, denegación del año sabático (que consiste en permitirle no dar clases para que se concentre en la investigación), declarado en libertad condicional y obligado finalmente a permanecer en silencio bajo la amenaza de despido. La razón fue su crítica, hablada y por escrito, del feminismo de género”.

Un Tory partidario de abandonar la UE, le confiesa a “Sí, de hecho he perdido dos trabajos senior porque voté dejar (la UE)». Otro partidario del Brexit, un laborista de izquierdas, dice: “Sí, evito hacer declaraciones políticas. También he recibido una fuerte desaprobación por parte del jefe de departamento hacia el tipo de investigación que hago y ha utilizado el sistema de aprobación ética para evitar que ciertos temas de investigación sean estudiados”.

Kaufmann distingue entre dos tipos de sectarismo en las aulas. Por un lado está lo que llama el Autoritarismo duro: recibir decisiones disciplinarias o recibir amenazas por haberse expresado, o apoyar el despido o las medidas disciplinarias contra los profesores cuyas opiniones sean controvertidas. Y luego habría un Autoritarismo blando: apoyar las visiones sobre discriminación política, así como las experiencias de hostilidad o autocensura en la investigación, la enseñanza u otros aspectos de la vida académica. Kaufmann señala que, “aunque es raro que se despida a un académico, especialmente por motivos ideológicos, se han dado varios casos preocupantes recientemente en los que la vida se le ha hecho tan incómoda a la persona, que se le ha forzado al profesor disidente a abandonar”.

Este autoritarismo que menciona el autor ha ido en aumento. La Fundación para los Derechos Individuales en la Educación (FIRE) ha elaborado una base de datos de incidentes, que “han crecido de forma continuada en los 2000’, a causa sobre todo de los activistas de izquierda, y alcanzaron un pico en 2015, cuando Nicholas Christakis fue acosado por un grupo de estudiantes de Yale, y Jonathan Haidt y Greg Lukianoff publicaron su artículo seminal sobre el fenómeno en Atlantic, The coddling of the american mind. Desde entonces, este tipo de incidentes se ha estancado en número, a un nivel más alto que en la década anterior.

En el caso de Gran Bretaña, se observa la misma tendencia, pero con un aumento más significativo, aunque más tardío. Civitas, un think tank liberal británico, elaboró un informe en diciembre de 2020 que tuvo, entre otros hallazgos, el de que el 53 por ciento de las 137 universidades británicas habían recibido demandas por haber censurado discursos por una presunta “transfobia», en el período 2017-2020. En casi una de cada cuatro había campañas puestas en marcha por grupos de presión para restringir la libertad académica, o la libertad de expresión.

Son pocas las decisiones disciplinarias que terminan con el despido de un profesor o investigador, por motivos estrictamente ideológicos. Pero la experiencia de un profesor no sólo consiste en cumplir la normativa; está llena de la gestión de espacios y recursos, y se desenvuelve en un ambiente de interacción con otros profesores, directivos y alumnos. Es decir, que hay multitud de mecanismos informales que pueden hacer la vida de un profesor, un infierno. Lo mismo, y con más razón, se puede decir de los alumnos.

Hay una espesa tela formada por la ideología, las actitudes sectarias y acosadoras autojustificadas y la ley. Todo ese conjunto de normas, creadas e impuestas por una minoría decidida y activa, y sancionado por la mayoría, que acepta el acoso, la cancelación, el ostracismo social y económico de los discrepantes, o que no se atreve a oponerse, distorsiona la investigación y la enseñanza, y arruina la aspiración de vivir en una sociedad que ama el conocimiento y acepta la diversidad y el progreso.

Según sea la materia, la disposición de quienes hacen vida académica a acallar las ideas distintas a las suyas es mayor o menor. También depende de la posición que ocupe. Así, por ejemplo, “entre los estudiantes de doctorado, los resultados son más extremos que entre otros académicos, con el 80 por ciento de los doctorandos estadounidenses dispuestos a discriminar contra los académicos que tienden a la derecha”. “Yo estimo que en Gran Bretaña los académicos de derechas tienen entre un 50 y un 100 por ciento más probabilidad de experimentar amenazas disciplinarias que los izquierdistas o centristas”.

Pero, ¿cuántos profesores apoyan expulsar a un compañero porque no piensa como ellos? Sendas encuestas, elaboradas una para los Estados Unidos y la otra para el Reino Unido, muestran un apoyo numeroso a la adopción del despido de profesores que tienen visiones polémicas. En el caso de los Estados Unidos, ese porcentaje bascula entre 7 por ciento que apoyaría un despido para el profesor que tuviese una posición de la diversidad con tintes negativos y el 18 que lo apoyaría en el caso de señalar que las mujeres o ciertas minorías tienen un menor desempeño que los hombres, o que los blancos.

Hay que decir que, según este criterio, la práctica totalidad de los intelectuales progresistas de finales del XIX y comienzos del XX (Richard Ely, John M. Keynes, los Webb, el juez Holmes…) quedarían automáticamente expulsados de sus cátedras, juzgados y cargos.

En el caso de Gran Bretaña, la minoría sectaria es más consistente: bascula entre un 8 por ciento que expulsaría a un profesor que dijera que hay que restringir la inmigración, a un 12 por ciento que tenga una visión positiva de los imperios, o un 13 por ciento que hiciese de menos a las mujeres y las minorías.

Con todo, lo más chocante de esos datos (se pueden comprobar en las páginas 22 y 23), es el alto porcentaje de quienes se quitan de en medio, bajo el paraguas inmoral del no sabe/no contesta/soy neutral. En el caso de los Estados Unidos, los consentidores son más de un 40 por ciento, con la excepción del asunto de las restricciones a la libre inmigración. En Gran Bretaña, los consentidores son, grosso modo, el 40 por ciento en “la diversidad es negativa”, el 35 en “la familia tradicional es mejor” y “el imperio es bueno”, pero un 60 por ciento en “las mujeres y las minorías quedan por debajo”. Eric Kauffman ha tenido el talento de elegir el gris para esa masa de profesores que son como un retrato que no mire al pintor: da igual donde los mires, están de perfil.

La intolerancia, según descubre el informe, “es más alta entre los académicos que se reconocen muy a la izquierda, especialmente si son activistas”. El 40 por ciento de quienes pertenecen a la extrema izquierda en los Estados Unidos, el 41 de los extremistas de izquierda en Gran Bretaña y el 51 por ciento en Canadá apoyan la expulsión de un profesor por una u otra opinión. Pero más llamativo que eso es que los más jóvenes, “independientemente de si son de izquierda radical o moderada, tienden a ser más iliberales que los mayores”.

En conclusión, la intolerancia absoluta, o el autoritarismo duro que dice Kaufmann, es un fenómeno ascendente, que está vinculado a las generaciones más jóvenes. Está liderado por la izquierda más consciente y amparado por una ideología que se ha autoimpuesto como la única válida. Y la víctima de todo esto es la libertad y la búsqueda del progreso en el conocimiento.

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