martes, 9 de marzo de 2021

Lo que el feminismo hegemónico no te cuenta

Juan R. Rallo expone lo que el feminismo hegemónico no te cuenta (solo algunos parámetros), con la intención de imponer un relato sesgado y falaz, y generar así mediante esta trampa argumentativa un sesgo de negatividad de la situación de las mujeres.

Y para ello se basa en la publicación de un reciente informe al respecto.

"Ni todo son malas noticias para las mujeres ni buenas noticias para los hombres. Algunos datos y tendencias que el feminismo hegemónico omite."



Estudio del Instituto Juan de Mariana: https://juandemariana.org/wp-content/...

Incluyo también el artículo del autor resumiendo el contenido del vídeo:

Lo que el feminismo hegemónico suele omitir

A la hora de evaluar la situación de la mujer dentro de nuestras sociedades, el feminismo hegemónico prefiere centrarse y sobredimensionar todos aquellos aspectos en que, por diversas razones, siguen existiendo diferencias entre el promedio de hombres y el promedio de mujeres y en los que la mujer promedio aparece como perjudicada o 'víctima', ocultando al mismo tiempo las mejorías que han tenido lugar en esos mismos apartados o aquellos marcadores en los que el hombre promedio está apreciablemente peor que la mujer promedio. Por suerte, dos investigadores del Instituto Juan de Mariana, Irune Ariño y Santiago Calvoacaban de publicar un informe en el que, por un lado, muestran cuánto ha mejorado la situación de las mujeres en muchos campos y, por otro, nos recuerdan algunas importantes variables en las que el hombre promedio se halla diferencialmente perjudicado.

 

Primero, durante las últimas cinco décadas, hemos experimentado una muy notable incorporación de la mujer al mercado laboral y a los estudios superiores. La tasa de actividad (el porcentaje de mujeres que están en edad de trabajar y que desean trabajar) ha pasado de menos del 30% a mediados de los ochenta a más del 55% en la actualidad, lo que unido a un continuado descenso de la tasa de paro femenino (desde casi el 30% al 18% actual) ha llevado a un sostenido aumento de la tasa de empleo. A su vez, el porcentaje femenino de población universitaria también se ha disparado, desde el 20% en los años sesenta hasta más del 55% en la actualidad (esto es, ya hay más universitarias que universitarios).

Segundo, toda esta progresión profesional también se ha traducido en un estrechamiento de la brecha salarial que, si bien sigue existiendo, se debe a causas distintas de la discriminación directa entre hombres y mujeres (en esencia, las implicaciones laborales de la maternidad). El informe, empero, contribuye a recalcar que, por un lado, la brecha es bastante inferior de lo que suele suponerse y, por otro, que la diferencia entre el salario promedio de los hombres y el salario promedio de las mujeres no equivale a que todas, o una mayoría, de las mujeres cobren menos que todos, o una mayoría, de los hombres. Al igual que existen diferencias salariales entre sexos también existen diferencias salariales dentro de cada sexo, de modo que muchas mujeres cobran más que otras mujeres… y también que otros hombres.

 

Tercero, el hombre promedio también sufre otros 'males sociales' en mayor medida que la mujer promedio. Por ejemplo, la tasa de suicidios masculina es casi el triple que la femenina (11,9 por 100.000 habitantes frente a 4); asimismo, la incidencia de accidentes mortales entre los hombres es 12 veces mayor a la de las mujeres (5,22 por cada 100.000 trabajadores frente a 0,42); a su vez, el número de hombres asesinados (generalmente por otros hombres) es un 60% superior al de mujeres asesinadas, y, por último, el consumo de drogas (y, por tanto, el riesgo de drogadicción) también es más prevalente entre los hombres que entre las mujeres (el porcentaje de hombres que han consumido en alguna ocasión sustancias como el alcohol, tabaco, cannabis, cocaína, éxtasis o metanfetaminas es claramente superior al de las mujeres).

Y cuarto, la confluencia de los factores biológicos con los elementos anteriores conduce a que la esperanza de vida de las mujeres sea muy superior a la de los hombres: 81 años frente a 86. Las mujeres, pues, disfrutan en general de cinco años más de vida que los hombres. Si nos planteáramos cuánto estarían dispuestos a pagar muchos hombres por extender su supervivencia durante un lustro adicional, puede que visualicemos mejor la gigantesca relevancia de esta diferencia.

 

En definitiva, aun cuando uno crea que existen elementos sociales que contribuyen a perjudicar sistemáticamente a las mujeres en algunos ámbitos (y que, por tanto, habría que remediar mediante un progresivo cambio de mentalidad que no venga impuesto desde el Estado), no debería omitirse ni que la mejoría de las mujeres en esos ámbitos ha sido espectacular durante las últimas décadas ni que hay otros ámbitos donde los hombres son sistemáticamente más perjudicados que las mujeres y cuya problemática suele minusvalorarse. Es de agradecer, por tanto, que el Instituto Juan de Mariana contribuya a proporcionar esta más completa imagen en semejante debate.


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