Juan R. Rallo analiza la acusación (reiterada en el reciente debate para las elecciones de Madrid) que trata de poner a Madrid como la región con más fallecidos por Covid-19, tratando de responsabilizar a su gestión autonómica.
Se indica así dónde están las trampas de los datos empleados y de qué manera se sesgan con objetivos partidistas.
Artículo de El Confidencial:
Uno de los asuntos que centraron la primera parte del debate electoral entre los candidatos a la presidencia de la Comunidad de Madrid fue el fracaso relativo de esta autonomía a la hora de gestionar la pandemia. Desde los partidos de izquierdas, se acusó a Díaz Ayuso de encabezar un Gobierno que lidera el número de fallecidos, dentro y fuera de las residencias, en toda España. Un mensaje que, además, ha calado en muy amplios sectores de la opinión pública, los cuales están convencidos de que las cifras de Madrid son, con diferencia, las peores de todo el país. Pero ¿realmente es así? Como de costumbre, depende de cómo definamos las variables a analizar.
Primero, es verdad que la Comunidad de Madrid encabeza el 'ranking' de número absoluto de fallecidos por covid-19 dentro de España: 14.871, seguida por Cataluña, con 13.917 fallecidos. Sin embargo, y en segundo lugar, estas cifras deben ponerse en relación con el número de habitantes de cada una de las regiones: en tal caso, Madrid ha sufrido 221 muertes por cada 100.000 habitantes, por detrás de las 284,8 de Castilla-La Mancha, de las 278,8 de Castilla y León, de las 256,7 de Aragón o de las 237,1 de La Rioja. Por consiguiente, Madrid es la quinta autonomía con mayor número de fallecidos, no la primera.
Pero es que, además y en tercer lugar, las malas cifras de Madrid se deben esencialmente al impacto que tuvo la primera ola, cuando se impuso el mando único en toda España y, por consiguiente, cuando todas las autonomías aplicaron exactamente las mismas políticas de distanciamiento social. Si excluimos el impacto de la primera ola, el número de fallecidos por cada 100.000 habitantes se reduce hasta 90,7 en la Comunidad de Madrid: una de las cifras más bajas de España. Solo Canarias (25,4), Baleares (49,7), Cantabria (59,9) y Galicia (64,7) presentan mejores datos de fallecidos en el agregado de la segunda, tercera y cuarta ola. Por consiguiente, la política diferencial de la CAM, aplicada especialmente a partir de la segunda ola, no parece que haya arrojado resultados peores a la más restrictiva aplicada por otras autonomías (más bien al contrario, sobre todo teniendo en cuenta la mayor densidad de población en Madrid).
Y, por último, con respecto a las residencias, la ambigüedad es mucho mayor. Madrid sí es, tanto en términos absolutos como relativos, la autonomía donde se han producido un mayor número de muertes con covid-19 confirmado y con síntomas compatibles con el mismo sin covid-19 confirmado: en concreto, 6.208 muertes, o el 16,4% de los residentes, frente a las 5.439 de Cataluña (que ocupa la segunda posición en términos absolutos) o el 11,7% de Andalucía (que ocupa la segunda posición en términos relativos). Sin embargo, si solo contabilizáramos los 1.485 muertos realmente confirmados con covid-19, Madrid no solo no ocuparía la primera posición en términos absolutos (pasaría a la cuarta posición, por detrás de Castilla y León, Andalucía y Cataluña), sino que en términos relativos sería la segunda con menos fallecidos en residencias (el 3,9% del total). Obviamente, en esta métrica habría que otorgar mucho más peso a las cifras de confirmados y de no confirmados pero con síntomas compatibles y no tanto a las cifras únicamente confirmadas: mas, también en esta ocasión, el grueso de los fallecimientos se concentró en la primera ola y, por tanto, bajo ese mando único tan favorable para diluir responsabilidades y repartir culpabilidades.
En definitiva, si bien no cabe decir que Madrid sea la autonomía más azotada por el covid-19 (no, desde luego, a partir de la segunda ola), sí hay razones para señalar que es la que ha concentrado más muertos en residencias durante la primera ola y el mando único. Como ven, suficiente ambigüedad como para que los políticos de cada lado puedan echarse recíprocamente los trastos a la cabeza.
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