lunes, 19 de julio de 2021

Cuba sí es una tiranía

Juan R. Rallo expone cómo Cuba sí es una tiranía, ante las vergonzantes declaraciones de políticos españoles negando la evidencia. 

Artículo de El Confidencial:




Cubanos en El Vaticano. (EFE)












Durante la última semana, hemos podido escuchar algunas vergonzantes declaraciones de políticos españoles —incluso de miembros del Gobierno— en las que cuestionaban la naturaleza dictatorial del régimen cubano o declinaban pronunciarse sobre la misma. La ministra de Asuntos Sociales y secretaria general de Podemos, Ione Belarra, rechazó que pudiéramos analizar el modelo político cubano desde parámetros españoles, y la vicepresidenta Nadia Calviño aseveró que no resulta demasiado productivo cuestionarse si Cuba es o no es una dictadura.

 

A nadie se le debería escapar que estos blanqueamientos, por acción u omisión, de la tiranía cubana solo buscan reforzar la legitimidad internacional del régimen o, al menos, no debilitarla en un momento en que sí se ve asediada internamente. Son mensajes dirigidos a echar desde fuera un balón de oxígeno a la nomenklatura socialista para que tenga más fácil resistir la presión interior. Son, por tanto, mensajes de todo punto rechazables y que deberían ser impropios de cualquier gobernante que exhibiera el más elemental respeto a las libertades individuales.

 

A la postre, y si algún ingenuo tuviera alguna duda sobre la naturaleza política del régimen cubano, le debería bastar con escuchar el discurso que pronunció el presidente-dictador de Cuba, Miguel Díaz-Canel, con el objetivo de amenazar a los manifestantes que osaban clamar por mayor libertad desde las calles de la isla-cárcel. En ese discurso, se podrán encontrar fácilmente los rasgos que caracterizan tanto formal como materialmente una tiranía. Baste destacar, a este respecto, el fragmento en el que Díaz-Canel vocifera contra aquellos contrarrevolucionarios que pretenden romper la unidad entre "pueblo, partido, Gobierno y Estado". Pocas palabras son más definitorias de una tiranía.

Por un lado, que se identifique Gobierno con Estado, reconociendo la inexistencia de separación de poderes —de pesos y contrapesos— dentro del régimen cubano, y que, a su vez, se identifique partido con Gobierno, admitiendo la inexistencia de competencia electoral entre formaciones políticas distintas y plurales, revela que no hay democracia en su sentido formal. Cuba es un régimen monopartidista y sin separación de poderes. Es decir, es una dictadura en el sentido formal del término: no se reconoce una representatividad plural de la ciudadanía que actúe como contrapeso del poder ejecutivo, de modo que un solo grupo de personas (partido único) concentra todo el poder del Estado.

 

Por otro, que el partido único se arrogue la representatividad de todo el pueblo, negando con ello la existencia de intereses diversos, encontrados y en gran medida irreconciliables dentro de la sociedad, o supone un profundísimo ejercicio de ceguera social o, en realidad, pone de relieve algo muchísimo peor: que ese partido único se siente legitimado para erradicar aquellos intereses individuales que no encajen con su ideario oficial. No es tanto que el partido único se sienta representante de una sociedad homogénea, sino que el partido aspira a homogeneizar la sociedad, excluyendo de la misma toda corriente de pensamiento contrario al socialismo (y, en particular, a la línea de pensamiento socialista preconizada por el partido único con el objetivo de exigir lealtad y poder purgar a los disidentes). Precisamente por eso, el Código Penal cubano, en su artículo 76, sanciona los delitos de pensamiento contra el socialismo: "Se considera estado peligroso la especial proclividad en que se halla una persona para cometer delitos, demostrada por la conducta que observa en contradicción manifiesta con las normas de la moral socialista". Es decir, es una tiranía en el sentido material del término: un Estado que abusa de su poder absoluto para reprimir las libertades personales de sus ciudadanos y someterlos a una situación de servidumbre.

En definitiva, no es momento de blanquear un régimen dictatorial que lleva más de seis décadas oprimiendo y empobreciendo a todos aquellos que no comulgan con los dogmas de fe del socialismo. Es el momento de que todos aquellos que defendemos la libertad de cada ser humano a vivir su vida como considere pertinente (siempre y cuando respete el simétrico derecho de otras personas a hacer lo propio) demos nuestro apoyo sin fisuras a aquellos cubanos que se manifiestan para recuperar ese control sobre sus propias vidas que jamás les debió haber sido arrebatado.


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