Artículo de Voz Pópuli:
Hasta seis encuestas diferentes anticipan que Podemos, partido al que se suponía beneficiaba una nueva convocatoria electoral, está perdiendo el apoyo de muchos ciudadanos que el 20D le dieron su voto. Las lecturas que de esta circunstancia hacen sociólogos y politólogos apuntan a diversas causas. Pero la principal es que Podemos, lejos de asumir sus responsabilidades como nuevo agente político con representación en el Parlamento, ha optado por mantener un discurso electoral caracterizado por las exigencias y el ultimátum. Lo que ha trasladado a la opinión pública la idea de que usan la representación parlamentaria obtenida como un medio para alcanzar el Poder. Y es que, tan absortos como están Iglesias y Errejón jugando a ser grandes estrategas de lo suyo, no se han percatado del hartazgo que invade España.
Todos son intransigentes
Siendo justos, hay que decir que el resto de partidos ha actuado de forma muy similar a Podemos, pero se han cuidado mucho de parecer tajantes. En realidad, todos son intransigentes, porque anteponen sus intereses de grupo a las urgencias de una sociedad cansada de imposturas. Si no fuera así, hace tiempo que habría un nuevo gobierno. Sin embargo, las líneas rojas que marcan PSOE, Ciudadanos y PP, dejan entrever un acuerdo futuro. Ponen condiciones, sí, tal cual hacen PSOE y Ciudadanos, que piden la cabeza de Rajoy para no segregar al Partido Popular indefinidamente, pero reconocen que será necesario contar con el PP para llevar a cabo algunas reformas. Cuestión aparte es a qué reformas se refieren exactamente y cómo se sustanciarían en caso de que se produjera un entendimiento tripartito PP, PSOE y Ciudadanos.
Sea como fuere, la sociedad parece dispuesta a castigar aquellas actitudes que apunten a un electoralismo descarnado o, mejor dicho, a un cálculo político donde el interés general esté burdamente supeditado a los intereses particulares de las cúpulas de los partidos, a las ambiciones de sus líderes y sus entornos. Dicho en otras palabras, los partidos con representación parlamentaria y aspiraciones de gobierno, no sólo Podemos, deberán disimular sus ansiedades si no quieren que, en caso de nuevas elecciones, la abstención sea la gran protagonista. Y que nadie se frote las manos, porque las expectativas de voto duran poco en un escenario donde la gente se ha vuelto muy susceptible y reactiva.
Fiscalizar el poder político, no las rentas de los ciudadanos
La única virtud que parecen dispuestos a valorar los españoles es la del reformista responsable, un don que no pivota precisamente alrededor del recurrente federalismo, y aún menos consiste en dar satisfacción a las élites extractivas catalanas, sino que se sustenta en una vocación aperturista, democratizadora y, al mismo tiempo, de delimitación y fiscalización del poder político. Y es que cada vez más personas exigen que Estado y partidos políticos estén claramente separados. Y que si bien se garanticen servicios esenciales, que sea a un precio razonable y sin endosar sobrecostes de redes clientelares.
La insistencia en relacionar el sostenimiento de las cuentas del Estado con un perfeccionamiento de la inquisición fiscal no está en las prioridades del votante, aunque los “mass media” hagan seguidismo de ese consenso expoliador interpartidario que una y otra vez apela a la civilidad de las ovejas. Tengan pues cuidado los inspectores de Hacienda que han recalado en la política. No busquen nuevos filones ni apelen a bolsas de fraude infladas ficticiamente. Limítense a ajustar los presupuestos a los recursos disponibles y busquen la forma de que las administraciones sean mucho más eficientes.
Los españoles han aprendido que las reformas tributarias las carga el diablo. Y exigen estabilidad y certidumbre en materia impositiva para poder planificar sus vidas a largo plazo. Póngase un IVA, sin excepciones para gremios, y déjese quieto por los siglos de los siglos. Lo mismo para IRPF y cotizaciones. Basta de vaivenes, de ajustes y reformas fiscales que siempre llevan implícitas subidas de impuestos encubiertas e, inmediatamente después, incrementos del gasto por parte de los políticos. Si hay que cuadrar las cuentas, apriétenle el cinturón al Estado, autonomías y municipios. Pinchen la burbuja política, que es la madre de todas las redes clientelares y del derroche. Y si aun así necesitan más euros, abran el terreno de juego y eliminen barreras a la actividad económica para que generar riqueza sea más sencillo.
Cuando veas las barbas de Podemos mojar…
Los españoles no quieren mesías, ni discursos grandilocuentes y tajantes. Pero tampoco trileros de perfil bajo y sonrisa bobalicona, que pretendan llegar al Poder por la puerta de atrás aprovechando las terquedades de algunos y las urgencias del establishment. La política no puede seguir girando en torno a los partidos, los nombres propios de sus líderes, sus traiciones, sus séquitos y sus empresarios amigos. No se confundan. El centro no es ideológico sino un lugar físico donde el ciudadano se refugia harto de vendedores de crecepelo, de gobiernos de progreso, o de cambio, que los Zapatero, Iglesias y Sánchez de este mundo prometen, porque ya sabemos cómo terminan. Olvídense también de ese otro tipo de gobierno, más que prudente, impávido, como el que hemos padecido los últimos cuatro años. El mensaje es simple: si los políticos no son capaces de hacer su trabajo, que al menos no incordien; y mucho menos, asusten.
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