Manuel Llamas analiza los efectos perversos que tiene sobre el empleo los salario mínimos (cuando éstos se sitúan por encima del nivel de la productividad marginal del trabajo), exponiendo el reciente caso de Seattle.
Los discursos vacíos, simplistas y biensonantes son una cosa. Los hechos y las leyes económicas son otra bien distinta. Y precisamente afecta más a los grupos más débiles y menos productivos. Pero importa más un voto que hacer las cosas bien y mejorar el empleo y los salarios (que mejoran por otras vías bien distintas).
Los discursos vacíos, simplistas y biensonantes son una cosa. Los hechos y las leyes económicas son otra bien distinta. Y precisamente afecta más a los grupos más débiles y menos productivos. Pero importa más un voto que hacer las cosas bien y mejorar el empleo y los salarios (que mejoran por otras vías bien distintas).
Artículo de Libre Mercado:
Pablo Iglesias | EFE
Una de las medidas estrella que defiende Podemos es el aumento del salario mínimo interprofesional (SMI). En la actualidad, este umbral está fijado por ley en 655,20 euros al mes en 14 pagas, pero el partido de Pablo Iglesias pretende dispararlo hasta los 950 euros al término de la legislatura. En concreto, esto es lo que establece el programa electoral que presentó en su día al PSOE con el fin de formar gobierno:
Se incrementará el Salario Mínimo Interprofesional de forma gradual hasta alcanzar los 800 euros al mes en 14 pagas al final de los dos primeros años de legislatura, y asegurar después la convergencia con el 60% del salario medio como establece la Carta Social Europea. Al final de la legislatura, dicho salario se situará en, al menos, 950 euros al mes.
Es decir, Podemos quiere subir el SMI un 22% en los dos primeros años de gobierno y elevarlo hasta un 45% al final de la legislatura. ¿Qué consecuencias tendría un aumento de estas características? La teoría económica es muy clara al respecto: los salarios, al igual que los precios de cualquier bien o servicio (en este caso, factor trabajo), no se pueden fijar por ley de forma arbitraria, ya que se acaban generando graves distorsiones.
Imponer un SMI muy alto en comparación con la productividad real de los trabajadores termina creando paro, ya que su contratación, sencillamente, no sale a cuenta. De hecho, este tipo de medidas perjudican especialmente a los trabajadores menos cualificados.
Esta teoría se puede comprobar a través de experiencias muy concretas. La ciudad estadounidense de Seattle ofrece un buen ejemplo al respecto. En 2009, el Gobierno federal de EEUU fijó un salario mínimo de 7,25 dólares la hora, pero los estados e incluso algunas ciudades pueden establecer un umbral superior.
El caso de Seattle es uno de los más destacados, puesto que sus autoridades decidieron un aumento progresivo del SMI hasta los 15 dólares por hora a partir de 2017. En concreto, el 1 de abril de 2015, el salario mínimo quedó fijado en 11 dólares por hora, el pasado enero subió a 13 y en enero de 2017 subirá a 15 dólares, tal y como recoge Gurusblog.
El mal ejemplo de Seattle
¿Cuál ha sido el efecto de este sustancial aumento del SMI? Destrucción de empleo y subida del paro, tal y como explican desde American Enterprise Institute (AEI). Los datos oficiales de empleo muestran que la ciudad ha perdido más de 11.000 puestos de trabajo desde abril de 2015, el paro se ha incrementado en cerca de 5.000 personas y la tasa de desempleo ha crecido un punto porcentual.
Lo más relevante es que se trata del peor comportamiento que registra el mercado de trabajo de la ciudad desde la dura recesión que sufrió EEUU en 2009, tras la quiebra de Lehman Brothers, en un contexto, además, en el que la economía norteamericana crece y crea empleo.
Tal y como refleja el siguiente gráfico, el empleo, incluido el desestacionalizado (línea azul clara), ha caído un 2,7% entre el pasado abril y diciembre (-11.037 puestos de trabajo). De hecho, entre septiembre y noviembre, Seattle ha sufrido la mayor destrucción laboral en cualquier trimestre desde que existen registros, a principios de los años 90.
Asimismo, el número de parados creció en casi 5.000 personas entre abril y diciembre, el mayor incremento desde la Gran Recesión, con la diferencia de que ahora el PIB no se contrae. No en vano, aunque en números absolutos no parezca mucho, en términos porcentuales supone un aumento del paro superior al 38%.
Como consecuencia, la tasa de paro ha subido un punto porcentual tras subir el SMI, desde el 3,45% al 4,53%, el mayor incremento desde 2009 y su nivel más alto desde octubre de 2010.
Y lo más significativo es que en los aledaños de la ciudad (línea azul oscuro), donde el nuevo salario mínimo no se aplica, el empleo ha crecido en 57.000 puestos de trabajo adicionales durante entre abril y finales de 2015, hasta alcanzar un nuevo récord histórico, lo cual evidencia de forma aún más clara el perverso efecto del salario mínimo en esta ciudad.
Podemos y el resto de partidos y agentes que defienden disparar el SMI en España no entienden que la retribución de los trabajadores (columnas en rojo) no depende de una decisión política, es decir, no se puede imponer por ley, sino que depende de la productividad (línea azul).
Fuerte correlación entre productividad y sueldo
Sin salario mínimo, se vive mejor
Subir el SMI eleva de forma significativa la posibilidad de perder el empleo entre aquellos trabajadores cuya productividad es baja, afectando de forma especial a los jóvenes, los mayores de 45 años, las mujeres de mediaba edad y, en general, las personas con escasa cualificación, tal y como muestran los estudios del Banco de España.
Curiosamente, los defensores de este tipo de medidas olvida (o ignoran) que los países sin salario mínimo ni costes por despido disfrutan del paro más bajo y los sueldos más altos de Europa, tumbando así otros de los mitos más extendidos entre la izquierda española. Los datos demuestran que las economías con un mercado laboral más flexible (entre los que se encuentran los nórdicos), sin la fijación de salario mínimo ni costes directos de despido, registran los índices de desempleo más bajos y los sueldos más altos de la UE.
Por el contrario, los modelos más garantistas y protectores, con elevada rigidez laboral, salario mínimo y, sobre todo, altos costes de despido, lejos de favorecer a los trabajadores, sufren tasas de paro más altas, llegando incluso a liderar el desempleo de la UE, y, en general, sueldos inferiores a las economías del primer grupo. Es decir, la libertad en materia laboral beneficia a los trabajadores, mientras que un alto grado de intervencionismo estatal se traduce en condiciones más desfavorables.
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