martes, 6 de julio de 2021

Las ortodoxias de la diversidad

Juan Soto analiza las ortodoxias de la diversidad que se dan hasta el colmo de la contradicción con las políticas identitarias, a raíz de la expulsión y señalamiento al PSOE en la marcha del Orgullo, y las inmoralidades que conllevan. 

Artículo de El Confidencial: 





La fuente de Cibeles aparece iluminada con los colores de la bandera LGTBI. (EFE)











En 2019, cuando sacaron a los miembros de Ciudadanos del desfile del Orgullo LGTB al grito de “homófobos”, voces de la órbita del PSOE se jactaron y justificaron la expulsión. Ciudadanos y PP gobernaban en varias comunidades autónomas con el apoyo de Vox, y pese a las diferencias claras (diáfanas) entre los naranjas y los verdes en asuntos relativos a la homosexualidad, los de Arrimadas estaban contagiados para una parte del activismo. Me pregunto con qué cara se quedarían los del PSOE el otro día, cuando fueron ellos los señalados y expulsados de la marcha del Orgullo bajo la acusación de “tránsfobos”.

Digan lo que digan los activistas LGTB más jóvenes, algo que no se puede negar es que el PSOE trajo el mayor salto adelante en los derechos de ese colectivo hasta la fecha con la reforma legal de Pedro Zerolo. Recuerdo muy bien aquellos días, cuando ser heterosexual todavía no te hacía sospechoso de pensar de una determinada manera, y tampoco ser homosexual te ataba a ninguna ideología. Recuerdo la alegría por los amigos que al fin podrían casarse, la increíble noticia de estar entre los primeros del mundo en la consecución de un derecho. Aquella reforma fue la cristalización de un largo periodo en que la mayoría de los españoles aceptaron la naturaleza plural del deseo, y la prueba es que el PP no la derogó cuando llegó al poder.

Sin embargo, en días como los del desfile, pequeños grupos pueden arrebatar la voz del colectivo: bastan unos cuantos exacerbados para copar los titulares, como si la marcha fuera un cuerpo pensante y hubiera decidido una expulsión determinada. No es así hoy, ni fue así en 2019. La polémica en torno a la ley trans ha alcanzado a un movimiento que se plantea, en sí mismo, como un mural de la diversidad, y ha vuelto a corromper, como ocurrió en 2019, parte de su sentido. La diversidad, dirán quienes expulsaron al PSOE (o a Ciudadanos), es un estado de las cosas precario que se defiende a base de limpieza y purga. Olvidando, claro, que la diversidad ideológica y de puntos de vista también es fundamental.

 Esta me parece la mayor paradoja de los llamados movimientos por la diversidad: su deslizamiento hacia ortodoxias, es decir, hacia homogeneidades ideológicas impuestas por ciertos 'influencers' y por la parte más minoritaria (y activa) de las propias minorías. El proceso se da en muchos campos y es fácil de entender: pequeñas facciones radicales logran imponer unos códigos y unas fronteras en grupos necesariamente heterogéneos. Por desgracia, esta inclinación es cada vez más potente, así que hay que subrayar algo perogrullesco: es absurdo imponer una confesión ideológica cerrada a una pluralidad tal como la de quienes están unidos por algo tan casual como la inclinación o la identidad sexual. Absolutamente absurdo.

placeholderMarcha del Orgullo LGTBI a su paso por el Palacio de Cibeles. (EFE)
Marcha del Orgullo LGTBI a su paso por el Palacio de Cibeles. (EFE)

La gente LGTB no es diversa solamente por la variedad de sus gustos o sus parámetros de identidad de género: también son diversos porque son individuos, y cada cual piensa y ve el mundo como le parece. Ser homosexual, como ser mujer, trans o del Betis, no implica tener que pensar de una determinada manera. Sin embargo, las políticas identitarias parten de la base de que uno piensa y vota en sintonía con su identidad. ¡Qué esclavitud! Así, no debiera haber mujeres de derechas, ni gais, ni transexuales, a no ser que estén absolutamente alienados, cercanos a la traición. Pues bien: a mí esta obligatoriedad ideológica me parece una forma de opresión. Una que casualmente se les escapa a los que están todo el día con la opresión en la boca.
Ninguna persona de ningún colectivo, por gratitud a la tendencia ideológica que ha hecho posible la igualdad de sus derechos, debería quedar atada a esa tendencia ideológica. Nadie le debe nada a ningún partido por pertenecer a un grupo social. Los derechos humanos son innegociables, y el de la libertad de pensamiento es uno de ellos. Las personas con una identidad tradicionalmente marginada gozan hoy de la misma libertad que cualquiera para pensar y votar, por la sencilla razón de que los derechos son bienes absolutos, y no circunstanciales. Por este motivo, me parece una inmoralidad decidir la expulsión de un partido político de una marcha donde hay otros presentes. Y no me apetece entrar al fondo de la cuestión: lo barata que es hoy la acusación de 'transfobia'. Tanto como lo ha sido la de 'machista', de la que figuras destacadas del PSOE han participado con gran regocijo.

 Cuando el PSOE justificó la expulsión de Ciudadanos en 2019, cometió un error moral. Pero también cometió otro pragmático, como se ha hecho evidente en los últimos días. No estaban comprendiendo cómo funciona una purga, ni calcularon que era cuestión de tiempo que les ocurriera a ellos. Espero que los gritos del otro día en el desfile les hayan hecho reflexionar sobre los peligros del pensamiento 'mira bonita'.

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