Fernando Díaz Villanueva muestra en este artículo un ejemplo de los múltiples que se dan en contra de los intereses de la sociedad y en favor de lobbies y productores que a costa del dinero y de un peor servicio (producto) del consumidor obtienen rentas mayores.
Eso sí, son excelentes propagandistas para hacer creer que dicho beneficio suyo es de todos y para todos.
Expone para ello el ejemplo de lo que ha sucedido con Amazon en Francia, y que tan brillantemente Frederic Bastiat mostrara los perversos resultados que suponían estos actos para el conjunto de la sociedad (muy recomendable también la obra de Henry Hazlitt Economía en una lección, para entender de manera sencilla estos efectos).
El coco de los luditas de nuestro tiempo es Amazon. Culpan a este Walmart internetero de todos los males que afligen a la humanidad y de unos cuantos más. La cosa, como era previsible, viene de Francia, que se empeña en mantener a cualquier coste el título de país más servil de Europa. Allí, en la gran Republique gabacha, la amazonifobia ha llegado hasta la Asamblea Nacional, donde todos se han puesto de acuerdo en algo inaudito, en prohibir que Amazon corra con los gastos de envío de sus libros. Luego dirán que velan por el bien común y toda la sarta de mentiras con la que esta gente se atornilla al poder.
Claro, que con lo de los descuentos y otras golosinas que Amazon regala a sus clientes no van a llegar muy lejos, así que la caballería ligera ha venido en auxilio del politicastro en apuros. Se trata de un tal Jean-Baptiste Malet, un escritor que ha lanzado un libro titulado “En los dominios de Amazon”, en el que acusa a la multinacional de tratar muy malamente a sus empleados. El libro, que se puede adquirir a través de la propia Amazon con su correspondiente descuento, relata desde dentro lo mucho y lo bien que se trabaja en los almacenes de la compañía. Una declaración de parte que vendría muy bien a más de un jefe de logística para mejorar sus tiempos de entrega.
Pero lo que cabrea a esta gente de Amazon no es que haga trabajar de lo lindo a sus empleados –que eso, digo yo, va de suyo–, o que haga descuentillos. La causa última del odio a Amazon es que es una empresa yanqui que ha abaratado los productos, y hasta ahí podíamos llegar. La propuesta de ley que los diputados franceses debatieron hace un par de meses venía ya redactada desde el gremio de los libreros, un actor de esta industria que está empezando a ser innecesario porque, gracias a los libros electrónicos, cada vez se compran menos libros en papel. No es el libro lo que está en crisis, sino su soporte tradicional. Amazon ha entendido de qué va la cosa y tiene a disposición de los lectores miles de títulos en formato digital a precios muy convenientes. ¿Es eso un delito?
Hace dos siglos Frédéric Bastiat, un pensador vascofrancés que llegó hasta la asamblea legislativa, ya advirtió que los más interesados en yugular el progreso son los competidores ineficientes. En su deliciosa “Petición de los fabricantes de velas” da cuenta de una solicitud ficticia de los fabricantes de velas, lámparas, faroles “y de todo lo que concierne al alumbrado” a la cámara de diputados para que ésta prohibiese la luz y el calor del sol, competidor desleal donde los haya. Los fabricantes querían que este “rival extranjero colocado en una condiciones tan superiores” a las suyas desapareciera del mapa por obra y gracia de la ley. Porque de esto va la cosa, de coacción y patriotismo, dos males que arruinan naciones enteras y hacen la vida imposible a la gente común. No se fíe de la Amazonifobia. La mueven los pirracas “de progreso” habituales. Con esto creo que ya está dicho todo."
Artículo de La Gaceta:
"Los más interesados en yugular el progreso son los competidores ineficientes.
Claro, que con lo de los descuentos y otras golosinas que Amazon regala a sus clientes no van a llegar muy lejos, así que la caballería ligera ha venido en auxilio del politicastro en apuros. Se trata de un tal Jean-Baptiste Malet, un escritor que ha lanzado un libro titulado “En los dominios de Amazon”, en el que acusa a la multinacional de tratar muy malamente a sus empleados. El libro, que se puede adquirir a través de la propia Amazon con su correspondiente descuento, relata desde dentro lo mucho y lo bien que se trabaja en los almacenes de la compañía. Una declaración de parte que vendría muy bien a más de un jefe de logística para mejorar sus tiempos de entrega.
Pero lo que cabrea a esta gente de Amazon no es que haga trabajar de lo lindo a sus empleados –que eso, digo yo, va de suyo–, o que haga descuentillos. La causa última del odio a Amazon es que es una empresa yanqui que ha abaratado los productos, y hasta ahí podíamos llegar. La propuesta de ley que los diputados franceses debatieron hace un par de meses venía ya redactada desde el gremio de los libreros, un actor de esta industria que está empezando a ser innecesario porque, gracias a los libros electrónicos, cada vez se compran menos libros en papel. No es el libro lo que está en crisis, sino su soporte tradicional. Amazon ha entendido de qué va la cosa y tiene a disposición de los lectores miles de títulos en formato digital a precios muy convenientes. ¿Es eso un delito?
Hace dos siglos Frédéric Bastiat, un pensador vascofrancés que llegó hasta la asamblea legislativa, ya advirtió que los más interesados en yugular el progreso son los competidores ineficientes. En su deliciosa “Petición de los fabricantes de velas” da cuenta de una solicitud ficticia de los fabricantes de velas, lámparas, faroles “y de todo lo que concierne al alumbrado” a la cámara de diputados para que ésta prohibiese la luz y el calor del sol, competidor desleal donde los haya. Los fabricantes querían que este “rival extranjero colocado en una condiciones tan superiores” a las suyas desapareciera del mapa por obra y gracia de la ley. Porque de esto va la cosa, de coacción y patriotismo, dos males que arruinan naciones enteras y hacen la vida imposible a la gente común. No se fíe de la Amazonifobia. La mueven los pirracas “de progreso” habituales. Con esto creo que ya está dicho todo."
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