miércoles, 16 de enero de 2013

¿Cuándo fue que tú y yo firmamos el tal “contrato social”? (Política, Economía. 1.163)

El siguiente artículo fue adaptado de un discurso improvisado hecho por Thomas Woods, de ahí el tono coloquial acerca de la inmoralidad de la coacción del Estado y de los partidarios del Estatismo para someter a todo ciudadano bajo sus leyes, impuestos, regulaciones y dictados sin opción a oposición:

Traducido por Josep Purroy:
“Si a vosotros, los libertarios, no os gusta la existencia de un gobierno poseedor del monopolio de la coerción, la seguridad y la justicia; no os gustan los los impuestos, nos os gustan las regulaciones, y no os gusta el status quo, entonces ¿por qué no hacéis las maletas y os vais? Implícitamente vosotros estáis de acuerdo con las normas vigentes. Si no os gustan estas normas, ¡entonces idos fuera!”
Este es el argumento común ofrecido por los estatistas cuando un libertario empieza a hablar de la inmoralidad de la coacción del Estado, sus impuestos, sus regulaciones, la confiscación de los ingresos y la propiedad, y el monopolio de la justicia, la seguridad y la moneda.
Si bien este argumento es muy débil, merece la pena centrarnos más en él, ya que muestra con bastante precisión cómo el estatismo está profundamente arraigado en la mentalidad de la gente.
La primera respuesta y más sencilla a este “desafío” estatista es: “¿Por qué soy yo el que debe salir?, ¿por qué la carga moral recae sobre mí, cuando en realidad eres tú el que me está apuntando con un arma? Yo solo soy una persona pacífica que pide no ser despojado, mientras que tú me estás apuntando con un arma con la intención de expropiarme y utilizar mi propiedad y mis ingresos para financiar los programas de gobierno que tú crees acertados.”
No creo que sea nada controversial decir que, en términos morales, es el estatista el que tiene la obligación de demostrar que tiene el derecho intrínseco a coaccionar y amenazar a otros. Mientras esto no se haga, el amenazado no tiene la obligación de probar su derecho a ser dejado tranquilo, sin ser molestado. La responsabilidad recae sobre el agresor, no el agredido.
Este es el punto más básico. Mientras que el estatista no responda de dónde viene su derecho natural a despojar a otros para su propio beneficio o para el beneficio de los demás, la “negociación” queda atascada y no tiene derecho a seguir adelante con su expolio. Todo conflicto podría terminar aquí.
Sin embargo, por el bien del debate, vayamos más adelante. Vamos a hablar sobre el argumento de que tu consentimiento está explicitado en el simple hecho de tu estancia en el país. “Si estás aquí y todavía vives aquí, ¡entonces estás automáticamente consintiendo las normas vigentes!”, gritan los estatistas.
Éste es otro raciocinio sin ninguna sustentación y lógica alguna. Supongamos que te muda a un nuevo vecindario y de repente, tu vecino comienza a arrojar basura en la puerta de tu casa. Según la lógica estatista, si no estás de acuerdo con el comportamiento de tu vecino, entonces eres tú el que se tiene que ir de allí. Si no te mudas de casa, entonces automáticamente estás autorizando que tu propiedad sea violada de esta manera.
¿Tiene sentido? Pues eso es lo que los estatistas están defendiendo, aunque en realidad no utilicen este ejemplo.
Ante esta situación, los estatistas recurren a la regla de la “aceptación implícita y tácita”. Más específicamente, ellos dicen que al mudarte a este barrio, tú estarías implícita y tácitamente aceptando el comportamiento de tus vecinos no pudiendo, por lo tanto, reclamar ante sus reglas.
El problema con este razonamiento es que no tiene en cuenta la condición moral y legal de quienes hacen las leyes. Por ejemplo, supongamos que te invito a venir a mi casa. Al llegar, abro la puerta y te digo: para quedarte en mi casa debes ponerte esta nariz de payaso. Esto, sin duda, te parecerá bastante extraño, más aún si te digo: “Hey, esta es mi casa y estas son mis reglas. Si quieres entrar, debe ser así”. En este caso, siendo yo el dueño, tú no puedes simplemente decir: “Mira, voy a entrar en tu casa, sí, y no voy a utilizar la nariz de payaso”. Si hicieras eso, estarías invadiendo mi propiedad y no respetar las leyes que hay dentro de ella, que fueron establecidas antes de tu entrada. Esto, por lo tanto, es algo que tú no tienes derecho a hacer.
Ahora, imagina el escenario contrario. Supongamos que yo voy a tu casa y te digo: “Tienes que llevar una nariz de payaso”. Además del completo asombro, tu otra reacción probablemente será preguntar cuándo se acordó que es obligatorio usar una nariz de payaso en el interior de tu hogar. A lo que yo respondo: “Bueno, tú te mudaste cerca de mi casa. Y yo uso nariz de payaso en mi casa. Por lo tanto, significa que el mero hecho de que tú vivas cerca de mí significa que tú, de una manera un tanto mística y tácita, también consientes en usar una nariz de payaso en el interior de tu casa, incluso si no te gusta la idea”.
Los estatistas simplemente toman este escenario que es evidentemente absurdo a nivel local y lo expanden a nivel nacional: si vives aquí, entonces tú diste tu consentimiento tácito a todo lo que sucede aquí.
¿Pero es realmente esta la manera en que las cosas deberían funcionar? ¿Cómo sería tu vida si todos te atribuyesen el “consentimiento implícito y tácito”? ¿Cómo sería el mundo? ¿Alguien aceptaría este sistema?
Así que cuando los estatistas dicen “al estar aquí, automáticamente consientes las reglas”, ellos están huyendo de la cuestión principal. Ellos ya están asumiendo nuestra aceptación de lo que aún no se ha demostrado. En el ejemplo de la nariz de payaso, hay una distinción clara entre el tipo que dice que tú tienes que ponerte la nariz en su propiedad y el tipo que dice que tienes que ponerte la nariz en tu propia casa. En el primer caso, el propietario tiene el derecho a imponerte el uso de la nariz (y si no aceptas, eres libre de salir de su casa); mientras que en el segundo no tiene este derecho. Todo depende dequién esté legítimamente ejerciendo su jurisdicción. En su propiedad, él es soberano. En tu propiedad, no lo es.
La misma regla debe aplicarse al Estado. ¿Las personas que hacen las leyes de un país son los dueños verdaderos de ese país? ¿El país les pertenece? ¿Desde cuándo? ¿Adquirieron esta supuesta propiedad del país de manera justa? ¿Hubo el consentimiento del 100% de la població? (cualquier porcentaje por debajo de este indica que hay individuos siendo expoliados) Estas son las cuestiones morales que no pueden ser ignoradas, pero que son totalmente ignoradas por los estatistas.
Y hay, por último, el argumento de que nosotros, los libertarios, estamos constantemente utilizando algunas infraestructuras estatales tales como carreteras, calles, aeropuertos u oficinas de correos. Por lo tanto, el mero hecho de la utilización de estos bienes y servicios significa que estamos dando nuestro consentimiento a la existencia del Estado y al despojo de nuestros ingresos para la consecución de estos servicios.
Otro problema de razonamiento. En primer lugar, el hecho de que yo, inevitablemente, utilice sistemas monopólicos, de los que simplemente no tengo manera de escapar, de ninguna manera indica consentimiento. Decir que usar las calles de una ciudad indica estar de acuerdo con la existencia del Estado es lo mismo que decir que un preso que come los alimentos proporcionados por la prisión está dando su consentimiento en estar preso.
En segundo lugar, siempre es bueno recordar que los libertarios, al igual que todos los demás ciudadanos, también pagan impuestos. Por lo tanto, es nuestro dinero el que se utilizó para construir estas infraestructuras del Estado. Por lo tanto, no hay absolutamente nada contradictorio en su uso. Por cierto, tú tienes todo el derecho a hacer uso de estas infraestructuras, incluso despreciándolas profundamente.
Por último, todo este argumento del “consentimiento implícito” y el “consentimiento tácito” no es más que una patética cortina de humo diseñada para desviar la atención de lo que realmente importa: mis palabras. Y mis palabras reales (lo que realmente pienso, no lo que quieren los estatistas imputarte a mí) no son de consentimiento, sino de discordia y disensión.
Que esto quede claro. Mis verdaderas palabras son: No doy mi consentimiento. Y estas palabras claramente explicitadas y dichas no pueden ser superadas por un “consentimiento implícito” místico que mágicamente llega a existir debido al simple hecho de que yo estoy en un lugar determinado.
Queda claro que todo esto es sólo una estratagema ridícula creada por personas que simplemente quieren tener el poder absoluto, mandar en la vida de los demás y elegir a ganadores y perdedores. Una vez perpetrado el robo, ellos tratan de mantenerlo y justificarlo recurriendo a trucos de comportamiento, diciendo que mis determinadas actitudes significan que en realidad estoy pidiendo ser gobernado, que estoy suplicando implícitamente ser controlado y mandado.
No, yo no pedí nada de esto implícitamente. Y yo explícitamente digo que “No, no doy mi consentimiento para ser robado y controlado”."


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