martes, 29 de enero de 2013

La moneda de Krugman. (Política, Economía. 1.196)

Acerca de la iniciativa (en principio estúpida, pero que va cogiendo peso) de acuñar monedas de platino para incrementar la capacidad de endeudamiento de EEUU (aún más), y el aspecto positivo que se le puede sacar a plantear medidas de este tipo cada vez como más respetables:


"Paul Krugman ha formulado una propuesta en tono de burla que ha dado que hablar—que el Departamento del Tesoro de los EE.UU. acuñe una moneda de platino de 1 billón de dólares (trillón en inglés) a fin de eludir el límite de la deuda federal. En realidad, Krugman no fue el primero en proponer esta solución a la que él mismo llama “tonta” pero fue quien le ha dado una exposición más amplia.

En estos extraños tiempos monetarios y fiscales, ninguna propuesta es tan loca como para ser descartada como tal por todo aquel que generalmente es percibido como cuerdo. Eventualmente, puede tornarse respetable. Ya existe una iniciativa en el Congreso para impedir que el gobierno acuñe la moneda de platino (algo que una oscura norma le permitiría hacerlo), mientras que una petición a la Casa Blanca a favor de esa solución ha ganado algo de tracción. Si consigue 25.000 firmas, la Casa Blanca tendrá que responder...
El irónico debate se ha centrado hasta ahora más en si sería legal que el Departamento del Tesoro utilice la moneda, por ejemplo, para librar cheques contra ella una vez que la deposite en la Reserva Federal, que en lo que realmente sucedería. El principal argumento en contra de la legalidad de esta medida es que sólo el Congreso podría autorizar el desembolso. Pero, dado todo lo que conocemos acerca del gasto fiscal, ¿realmente podemos confiar en que el Congreso no autorizará al gobierno a gastar más dinero? Sabemos a ciencia cierta que en 2000 el gasto fiscal ascendió al 18 por ciento del PBI y que hoy equivale al 24 por ciento. Acabamos de asistir a una tortuosa negociación dirigida a evitar un “precipicio fiscal” que produjo un aumento de impuestos, no recortes de gastos. La percepción generalizada es que los beneficios sociales son el único problema. En realidad, el gasto discrecional subió un 70 por ciento en los últimos doce años. ¿Cómo puede alguien que mantiene su cabeza sobre sus hombros estar tan seguro de que el Tesoro no estaría autorizado, más pronto o más tarde, a gastar la moneda?
Por supuesto, la moneda se sumaría a la ya colosal base monetaria (el total de activos de la Fed ya está llegando a la marca de los 3 billones de dólares). El gobierno usaría el dinero supuestamente para recomprar deuda. Incluso si adquiriese deuda de la Fed en lugar del mercado el dinero acabaría en el mercado, por así decirlo, porque la Fed usaría las ganancias para seguir comprando bonos del gobierno. ¡Sabemos esto porque seguir con las compras de activos es la política oficial de la Fed! Aunque supongo que inicialmente la moneda sería un pasivo en el balance de la Fed como lo sería cualquier depósito, gradualmente se convertiría también en un activo, ya sea porque el dinero pagado en el mercado por el Tesoro acabaría como reservas de los bancos en el banco central o porque el dinero sería pagado directamente a la Fed para recomprar deuda. El efecto, en cualquier caso, sería la inflación.
Estoy, por supuesto, dejando a un lado la divertida cuestión de cómo la moneda se convertiría en muchas partes, pero en una época en la que la Fed no hace prácticamente nada de lo que desea hacer y en la que el dinero es electrónico en lugar de un objeto físico estoy bastante seguro de que encontrará la manera de despedazarla con bastante rapidez. Estoy también haciendo caso omiso de la obvia desconexión entre la denominación de la moneda y el valor real del metal—1 billón de dólares se traduce en varios miles de toneladas de platino, no sólo una moneda. Pero en la era del dinero fiduciario, ¿cuándo fue eso un problema?
Tal vez haya un aspecto positivo en el hecho de discutir este tonto artilugio como si se tratase de una opción real. Muchas soluciones inteligentes al problema les suenan a los principales líderes de opinión y políticos demasiado chifladas incluso para considerarlas en estos momentos. Pero cuanto más locas las ideas inflacionarias (que incluyen el fraude monetario) que entran a circular de manera respetable, mayores serán las posibilidades de que las aparentemente locas ideas anti-inflacionarias, incluyendo la abolición de la Reserva Federal y el regreso del patrón oro, puedan ser productivamente discutidas. Así que, ¡larga vida a los Krugmans de este mundo!
Traducido por Gabriel Gasave
Alvaro Vargas Llosa es Académico Asociado Senior del Centro Para la Prosperidad Global en The Independent Institute y editor de Lessons from the Poor."

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