Luís I. Gómez sobre el último episodio de terror islámico en España y sobre lo que echa en falta ante los atentados.
Artículo de Desde el Exilio
"El 11 de marzo de 2004, terroristas islamistas hicieron volar por los aires un tren en Madrid. 192 personas murieron, otras 2000 resultaron gravemente heridas. En las elecciones celebradas tres días después, el candidato socialista se impuso frente al presidente conservador. Los socialistas habían prometido poner fin a la participación de España en la guerra contra el dictador iraquí Saddam Hussein. Y con la retirada de nuestros soldados del Medio Oriente musulmán, muchos españoles esperaban poder evitar ataques similares al de Madrid en el futuro. Estaban equivocados, algo que han tenido que aprender dolorosamente la semana pasada con los atentados de Barcelona y Cambrils.
En los últimos años nuestras fuerzas de seguridad habían tenido éxito evitando decenas de ataques y desarticulando células terroristas islamistas. La amenaza del terror no había desaparecido. No lo había hecho, porque los piadosos asesinos en masa del califato no son una reacción a las atrocidades occidentales, sino que están motivados por una ideología viciada, mortal y religiosa, que continúa ganando adeptos entre los musulmanes en todos los continentes: “Y si te encuentras con los infieles, baja la cabeza, hasta que hayas hecho una masacre entre ellos. “(Sura 47: 4-5)
Pero la mayoría de los políticos y comentaristas en España, también en el resto de Europa, siguen empeñados en negar la existencia y la esencia de este neo-jihadismo. Los rituales habituales post-atentado son la prueba palpable de nuestra ceguera: [...] Como si no hubiésemos aprendido nada tras los miles de ataques de los fanáticos del Allahu-Akbar en todo el mundo. Y autoinculpación, ese redescubierto cilicio de occidente.
Lo que yo echo de menos en estos eventos pseudoterapéuticos son manifestaciones de ira, rebelión e indignación – los impulsos naturales de toda criatura que ha sido atacada y mantiene intacto su instinto de conservación. A los fanáticos asesinos del califato no se les derrota presentándonos como inofensivos, amables y nobles, sino combatiéndolos con todos los medios posibles y necesarios. Si queremos tener éxito en esta guerra necesitamos voluntad de luchar, amor irreductible por la propia civilización y sus principios y el coraje necesario para soportar los momentos de fealdad que, sin duda, surgirán de la batalla."
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