Artículo de Voz Pópuli:
EFE
"De hecho la gran revolución fiscal empresarial prometida por el magnate lo era precisamente porque apostaba por una ambiciosa reducción del tipo impositivo. Desde un tipo nominal federal que no ha cambiado en casi veinte años y que asciende al 35% (al 40% si se le suma los impuestos locales y estatales) hasta un 15%. Eso es lo que define una revolución fiscal, reducir drásticamente el único parámetro que afecta a todos los obligados tributarios [...]
Por el contrario, la menor disminución del tipo nominal y su combinación con la redefinición de la base imponible se enmarca dentro de un enfoque basado en una premisa: "Yo, Fisco, reduzco el golpe de mi mazo pero a cambio de extender más mis tentáculos y golpear a más contribuyentes". Esta visión no es la de una revolución fiscal, ni mucho menos.
[...]
Actualmente, en EEUU opera el sistema de renta mundial, es decir, si una empresa estadounidense gana dinero en Madrid, para el Tío Sam es como si lo hubiera ganado en Los Ángeles. Resultado: las empresas pagan dos o más veces por lo mismo, porque las medidas correctoras para evitar esta injusticia no son eficaces y además no son instantáneas.
Es un sistema que perjudica especialmente a las multinacionales que radican sus cuarteles generales en EEUU, aunque hoy en día no hace falta hablar de grandes empresas, una mediana empresa puede estar ya creando actividad en el exterior. Por eso el sistema de tributación mundial incentiva que las empresas muevan sus matrices al extranjero o bien que se pongan a la venta para ser adquiridas por una empresa extranjera, y eso significa trasladar trabajo muy cualificado y todas las relaciones comerciales y económicas que se han tejido en la ciudad de origen, al extranjero, entre otras consecuencias.
Sin embargo, en un sistema territorial básicamente se atiende al impuesto en vigor en cada territorio, por lo que se disminuye la importancia del impuesto Yankee cuando las rentas se obtiene en otro país. Reducir esta penalización obviamente tiene positivas consecuencias para la libertad comercial, las inversiones en el exterior y la globalización. Algo que al mercantilista Donald Trump debería ponerle los pelos de punta, [...].
También existen numerosas consecuencias para las empresas y trabajadores estadounidenses. De hecho, hay algún trabajo de investigación que ha llegado a un par de conclusiones interesantes, [...]: que un incremento del 10% de las inversiones en el exterior se correlacionan con un incremento del 2.6% de las inversiones en el interior. Y que un incremento del 10% de la remuneración a los trabajadores empleados en el exterior se correlacionan con un incremento del 3.7% de la remuneración a los trabajadores nacionales.
Rechazar estas ideas casa muy bien con el objetivo de fondo de las políticas redistributivas: es preferible perjudicar al rico a costa de perjudicar al pobre, que beneficiar a ambos. En el caso del comercio exterior, tanto los trabajadores nacionales como extranjeros se verían beneficiados de cambiarse el sistema tributario de EEUU a uno territorial.
Quizá le sería más fácil de entender al ínclito presidente si recordara la política fiscal de Obama, que fue un acérrimo defensor del sistema mundial (todavía más agresivo que el actual) y un beligerante detractor de un sistema territorial menos perjudicial con el comercio y la libertad económica.
Conclusión
[...] queda claro que los burócratas y políticos están tomando más importancia que las ideas originales de Trump en esta materia [...]
Al final, lo que ejemplifica este caso de impuestos es que no debemos esperar un salvador que nos libere de una regulación injusta, de una mala situación económica o de un periodo políticamente olvidable, y que cambie las cosas de raíz, como algunos esperaban que fuera Trump. Ese papel estará siempre reservado a nosotros.
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