"El 85% de los economistas consultados en una reciente encuesta en centros académicos europeos expresa que el salario mínimo perjudica precisamente a los sectores sociales que pretende ayudar. Entonces, ¿por qué en nuestro país insistimos en mantener su existencia e incluso elevarlo de vez en cuando? Porque tiene ventajas aparentes y de corto plazo, pero sus efectos indeseables ocurren de forma más sutil y a lo largo del tiempo.
Por lo tanto, corresponde a uno de esos fenómenos con los cuales el periodista Henry Hazlitt separaba a los buenos de los malos economistas, legisladores y estadistas. La clave es pensar en el efecto de una medida no sólo en un grupo y enseguida, si no en otros grupos y en el mediano plazo.
Si procediéramos así todos en el país, cambiarían radicalmente nuestros comportamientos privados y públicos. No privilegiaríamos lo que se ve bien, si no lo que genera el bien.
El salario mínimo en particular sería visto como lo que es: un impedimento jurídico para que la gente joven sin habilidades y la gente adulta con menos talento obtengan un trabajo formal para integrarse al proceso productivo de nuestra sociedad. Simplemente quedan fuera del mercado oficial de trabajo, mientras se favorece visiblemente a quienes ya tenían un empleo formal.
Pero son justamente los jóvenes y las personas menos productivas quienes más necesitan adquirir habilidades y avanzar en responsabilidades, por lo cual el salario mínimo resulta siendo un mecanismo perverso.
Además, y esto debería ser innecesario decirlo, el tener a toda la población trabajando es mucho más productivo que tener una mayoría ganando un poco más, a costa de una minoría que sólo adquiere frustraciones, deudas o trabajos al margen de toda protección legal. Pero además hay que decir algo que no se entiende aún muy bien: el salario nominal no es lo importante.
Lo que importa es cuánto compran esos X dólares cada año, es decir, la relación de escasez relativa entre los salarios y los bienes y servicios que pueden comprar. Eso a fin de cuentas es la productividad. En otras palabras, más dólares no significan en sí mismos mayor calidad de vida. Y obviamente mientras más gente esté empleada, más riqueza se creará, para poder ser adquirida con igual o menor cantidad de dólares.
Si entendemos que el salario es un costo que el capitalista deduce de la ganancia empresarial (la plusvalía marxista no existe ni existió nunca), necesariamente veremos que es un problema de oferta y demanda. Como cualquier otro recurso que se utilice para producir, el trabajo asalariado sólo puede volverse algo disputado si es escaso. Traduciendo esto último a lenguaje común, mientras más capital y proyectos empresariales existan en nuestro país, más escasa en relación a éstos resultará la gente.
Por ende, al capitalista no le quedará otro remedio que entrar en una especie de subasta por ese recurso humano ahora escaso. Es precisamente lo que pasa en Irlanda, Hong Kong o Suiza, donde sus empresarios no son más o menos “benévolos”. Muchos proyectos, relativamente menos gente disponible.
Entonces la libertad contractual beneficia al trabajador por partida doble: pone a los empresarios a competir por él mediante salarios y aumenta la cantidad de bienes disponibles. Pero todo esto se vuelve imposible si es costoso contratar (por ser costoso despedir luego) o si el Estado fija el salario mínimo para distintas ocupaciones. La movilidad social se dificulta, y de paso se vuelve oneroso el ser arriesgado, proactivo y creativo en nuevos proyectos.
Recordemos que al menos el 85% del empleo se genera en las PYMES, tanto en Ecuador como en EE.UU. Por lo tanto, no estamos castigando precisamente a las grandes empresas cuando regulamos el empleo y sus beneficios. Estamos volviendo más costosos y poco competitivos a los pequeños y medianos emprendimientos, consagrando la posición de los grandes, que sí pueden pagar estos costos excesivos con menor afectación para ellos. Por lo tanto, la fijación de un salario mínimo por encima del salario de mercado causa daño a los sectores más pobres y a los empresarios modestos que son su fuente de oportunidades. El aumento progresivo del salario real por productividad y por aumento de proyectos empresariales, sencillamente quedan fuera de la escena.
Si algo hay valioso en un país, es su gente. Por eso, la actitud realmente humanista es entender la forma en que las leyes económicas nos dan sustento para la acción benévola, para la cual no bastan las buenas intenciones. Llamarle “neoliberalismo” o “economicismo” a las conclusiones de la ciencia económica, no libra de responsabilidades el comportamiento desinformado. Las consecuencias del intervencionismo son siempre desastrosas, aunque se ejecuten con una sonrisa en el rostro y grandes promesas para la población. Es hora de imitar la libertad de las naciones más exitosas en cada plano de la sociedad, y al menos ser un poco críticos con el estatismo como forma de convivencia social."
Autor: Juan Fernando Carpio
Fuente: Instituto Ludwig Von Mises Ecuador
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Si procediéramos así todos en el país, cambiarían radicalmente nuestros comportamientos privados y públicos. No privilegiaríamos lo que se ve bien, si no lo que genera el bien.
El salario mínimo en particular sería visto como lo que es: un impedimento jurídico para que la gente joven sin habilidades y la gente adulta con menos talento obtengan un trabajo formal para integrarse al proceso productivo de nuestra sociedad. Simplemente quedan fuera del mercado oficial de trabajo, mientras se favorece visiblemente a quienes ya tenían un empleo formal.
Pero son justamente los jóvenes y las personas menos productivas quienes más necesitan adquirir habilidades y avanzar en responsabilidades, por lo cual el salario mínimo resulta siendo un mecanismo perverso.
Además, y esto debería ser innecesario decirlo, el tener a toda la población trabajando es mucho más productivo que tener una mayoría ganando un poco más, a costa de una minoría que sólo adquiere frustraciones, deudas o trabajos al margen de toda protección legal. Pero además hay que decir algo que no se entiende aún muy bien: el salario nominal no es lo importante.
Lo que importa es cuánto compran esos X dólares cada año, es decir, la relación de escasez relativa entre los salarios y los bienes y servicios que pueden comprar. Eso a fin de cuentas es la productividad. En otras palabras, más dólares no significan en sí mismos mayor calidad de vida. Y obviamente mientras más gente esté empleada, más riqueza se creará, para poder ser adquirida con igual o menor cantidad de dólares.
Si entendemos que el salario es un costo que el capitalista deduce de la ganancia empresarial (la plusvalía marxista no existe ni existió nunca), necesariamente veremos que es un problema de oferta y demanda. Como cualquier otro recurso que se utilice para producir, el trabajo asalariado sólo puede volverse algo disputado si es escaso. Traduciendo esto último a lenguaje común, mientras más capital y proyectos empresariales existan en nuestro país, más escasa en relación a éstos resultará la gente.
Por ende, al capitalista no le quedará otro remedio que entrar en una especie de subasta por ese recurso humano ahora escaso. Es precisamente lo que pasa en Irlanda, Hong Kong o Suiza, donde sus empresarios no son más o menos “benévolos”. Muchos proyectos, relativamente menos gente disponible.
Entonces la libertad contractual beneficia al trabajador por partida doble: pone a los empresarios a competir por él mediante salarios y aumenta la cantidad de bienes disponibles. Pero todo esto se vuelve imposible si es costoso contratar (por ser costoso despedir luego) o si el Estado fija el salario mínimo para distintas ocupaciones. La movilidad social se dificulta, y de paso se vuelve oneroso el ser arriesgado, proactivo y creativo en nuevos proyectos.
Recordemos que al menos el 85% del empleo se genera en las PYMES, tanto en Ecuador como en EE.UU. Por lo tanto, no estamos castigando precisamente a las grandes empresas cuando regulamos el empleo y sus beneficios. Estamos volviendo más costosos y poco competitivos a los pequeños y medianos emprendimientos, consagrando la posición de los grandes, que sí pueden pagar estos costos excesivos con menor afectación para ellos. Por lo tanto, la fijación de un salario mínimo por encima del salario de mercado causa daño a los sectores más pobres y a los empresarios modestos que son su fuente de oportunidades. El aumento progresivo del salario real por productividad y por aumento de proyectos empresariales, sencillamente quedan fuera de la escena.
Si algo hay valioso en un país, es su gente. Por eso, la actitud realmente humanista es entender la forma en que las leyes económicas nos dan sustento para la acción benévola, para la cual no bastan las buenas intenciones. Llamarle “neoliberalismo” o “economicismo” a las conclusiones de la ciencia económica, no libra de responsabilidades el comportamiento desinformado. Las consecuencias del intervencionismo son siempre desastrosas, aunque se ejecuten con una sonrisa en el rostro y grandes promesas para la población. Es hora de imitar la libertad de las naciones más exitosas en cada plano de la sociedad, y al menos ser un poco críticos con el estatismo como forma de convivencia social."
Autor: Juan Fernando Carpio
Fuente: Instituto Ludwig Von Mises Ecuador
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