miércoles, 27 de junio de 2012

El Estado del Bienestar como burbuja. (Política, Economía. 758)


Un excelente artículo sobre las burbujas gestadas, y la razón de éstas y falsos mitos y acusaciones mostrando una realidad que muchos intentan negar en su miopía y negación de la realidad:

"El manual políticamente correcto de la actual crisis económica es muy sencillo: “el capitalismo ha causado un grave desbarajuste financiero que ha acabado por extenderse a toda la economía. Por esta razón, el Estado debe reforzar su control sobre la misma y asumir un papel más activo para evitar futuras crisis”. ¿Responde este relato a la realidad?
Centrémonos en EEUU, donde se originó la crisis que luego ha llegado a Europa, y vayamos por partes. Es innegable que el sistema financiero ha estado en el centro de la crisis, pero no podemos separar su funcionamiento del actual sistema monetario. Por esta razón, debemos remontarnos a los años 70 para encontrar los orígenes de esta crisis, ya que entonces se produjo el salto de un sistema monetario e internacional basado en el “patrón oro-dólar” a un nuevo paradigma en el que cada banco central adquiere un poder absoluto para emitir moneda sin respaldo alguno.
Aunque este nuevo modelo abría la puerta al crecimiento desmedido del sistema financiero, también iba a permitir el crecimiento espectacular del endeudamiento público. La siguiente gráfica muestra la evolución de la deuda federal de EEUU desde que el Presidente Nixon liquidó el vínculo entre el dinero y el dólar. Como puede observarse, dicha decisión permitió que el Estado aumentase su poder de forma espectacular… sin necesidad de subir los impuestos.
Este compadreo entre banca y Estado se exagera a partir de 2001. A comienzos de dicho año, la Reserva Federal fijaba los tipos de interés al 6%, pero apenas doce meses después los situaba ya por debajo del 2%. Llegado 2003, el precio del dinero alcanza el 1%, quedando instaurada una auténtica “barra libre” de crédito que aún hoy sigue en pie.
Esta estrategia de “estímulo monetario” alentó un crecimiento económico artificial que descansaba principalmente en dos grandes burbujas. La primera era la de las finanzas, y se concentraba principalmente en el sector inmobiliario. La segunda, que cada vez resulta más evidente, era la del Estado del Bienestar, y se ha manifestado en la crisis de deuda pública que han sufrido decenas de países en los últimos años. En todos ellos, el peso del gasto estatal sobre la economía nacional es elevado.
Pero vayamos por partes. Analicemos primero la burbuja financiera. Es innegable que, en dicho ámbito, las “hipotecas subprime” fueron el principal detonante del colapso. Sin embargo, el relato habitual de este aspecto de la crisis obvia que la acción política en este campo fue fundamental para fomentar el desajuste. No solamente hablo de la política monetaria que encauzó este proceso, sino del rol que tuvieron en la crisis Fannie Mae y Freddie Mac, los dos grandes gigantes hipotecarios creados por el gobierno de EEUU para expandir (más aún) el crédito a la vivienda.
Ambas agencias contaban con la garantía de que el gobierno federal acudiría al rescate, tal y como acabó ocurriendo posteriormente. Además, desde mediados de los años 90, Washington había decidido que el 42% de las hipotecas tramitadas por ambos entes deberían ocuparse de personas de bajos ingresos, un porcentaje que aumentó al 50% en 1999.
George W. Bush explicó claramente en 2002 que el objetivo de esta política era “usar el músculo poderosos del gobierno federal” para que el mayor número posible de personas tuviese acceso a una nueva vivienda. En diferentes intervenciones públicas, el ex presidente reiteró el objetivo político de esta estrategia, confirmando que no se trataba, ni mucho menos, de una acción nacida del mercado libre, sino de un caso más de intervencionismo político en el ámbito económico. Para saber más del rol de Fannie Mae y Freddie Mac en la Gran Recesión, no dejen de leer este brillante artículo de Manuel Llamas.
Sin abandonar la cuestión de la burbuja financiera, es importante abordar dos asuntos más. En primer lugar está la supuesta desregulación de la que habría gozado Wall Street. Según el relato habitual de la crisis, el sistema financiero estaría cada vez menos controlado por los políticos, y dicha falta de supervisión habría permitido la crisis. Nada más lejos de la realidad. Los estudios de Boettke y Horwitz han demostrado que por cada norma financiera desmantelada entre 1980 y 2009, el gobierno de EEUU creó cuatro nuevas normas. Además, entre 2000 y 2008, la SEC (comisión supervisora del sector financiero estadounidense) aumentó un 25% su plantilla y emitió una media de 74 nuevas regulaciones… ¡cada año!
El otro asunto que vale la pena analizar es el de las “agencias de calificación de deuda”. Estas compañías han sido asimiladas por muchos analistas como un ejemplo más de los “fallos” del mercado libre, por lo que el capitalismo también ha sido culpado de sus malas valoraciones del riesgo. Tomaré prestados dos párrafos de Juan Ramón Rallo para explicar hasta qué punto esta visión no se corresponde con la realidad:
Hasta 1970, las agencias de calificación prestaban sus servicios a los inversores y no, como ahora, a los deudores (…). De esta manera, el inversor podía tener una idea aproximada del riesgo de la operación y decidir si el tipo de interés que ofrecían valía la pena.En 1975, cinco años después de la quiebra de Penn Central,  la SEC aprobó la denominación de Agencia de Calificación con Reconocimiento Nacional (Nationally Recognized Statistical Rating Organization o NRSRO ) para diferenciar a las agencias de rating que podían prestar calificaciones reconocidas por la SEC de las que no.El efecto de esta denominación ha sido que toda emisión de deuda debía contar, de antemano, con la calificación de una de estas firmas (Moody’s, Standard & Poor’s, Fitch). Así, hemos pasado de un modelo donde era el inversor quien pagaba a las agencias de rating a un modelo donde el deudor es presa de estas agencias, si es que quiere poder emitir deuda.
En el primer modelo, el fracaso era necesariamente penalizado: si sus previsiones no se cumplían y el inversor perdía dinero, la reputación de esas agencias caía. En el segundo modelo, el fracaso resulta irrelevante, ya que en última instancia, las agencias son un cartel que expide licencias para emitir deuda. Los deudores han de pasar por ellas, sean de utilidad o no.Sólo rompiendo este cartel oligopolístico el mercado logrará disciplinar a las agencias de calificación: premiando a las que adopten modelos de valoración realistas y de calidad y penalizando a las que concedan ratings absurdos.
Analizada ya la primera burbuja, la financiera, no quiero olvidarme de otra burbuja que pocos analistas han identificado como tal. Hablo del Estado del Bienestar, el modelo político, económico y social dominante en Occidente desde hace décadas. Desde el fin del patrón oro-dólar, el gasto público derivado de este paradigma no ha parado de aumentar. Los costosos “servicios sociales” que se han multiplicado en los últimos años fueron financiados principalmente con una deuda pública cada vez más abultada, ya que los políticos intuyeron, con acierto, que financiar estas iniciativas con más impuestos podría resultar impopular. Hablamos, pues, de una fórmula perfecta para ofrecerle al electorado un panorama celestial: el gobierno no nos cobra más impuestos… pero al mismo tiempo nos ofrece más “servicios sociales”.
Si analizamos los presupuestos de los gobiernos occidentales a lo largo de la última década, comprobaremos que han aumentado de forma progresiva. Este crecimiento del gasto no se trasladó de forma masiva al bolsillo del contribuyente, sino que se descargó en la emisión de deuda. La alianza entre políticos y banqueros estaba funcionando bien para ambas partes, hasta que las finanzas entraron en crisis… y arrastraron consigo a los gobernantes de decenas de países. Del mismo modo que la burbuja financiera alimentó la burbuja de la deuda pública, el colapso de la primera supuso el pinchazo de la segunda.
Ante este panorama, difícilmente podemos aceptar que esta crisis tenga algo que ver con el capitalismo, tal y como profetizan numerosos gurús e intelectuales. Un relato así obvia el efecto devastador que ha tenido esta gran burbuja crediticia que, alimentando un sector financiero sobredimensionado y cebando un Estado del Bienestar inviable, ha creado graves desajustes en las economías de medio mundo. Es, por lo tanto, hora de asumir que, del mismo modo que parte del sistema financiero se vino abajo por las hipotecas subprime, también será necesario asumir que las promesas del populismo del bienestar eran, en muchos casos, un cheque sin fondos."

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