Está más que demostrado tanto a nivel teórico como a nivel práctico el fracaso que supone el control de precios en una economía, cuyos efectos son diametralmente opuestos a los buscados.
El siguiente artículo realiza un pequeño recorrido mostrando diversos ejemplos de la historia a raíz de la investigación de Robert Shuettinger y Eamonn Butler recogida en su obra "4000 años de control de precios y salarios" (de la que por cierto me está siendo imposible hacerme con un ejemplar de la obra en papel -año 1987- ni de segunda mano).
Artículo de Cronista:
Los controles de precios tan comentados en estos días no son ninguna novedad, así como tampoco lo son sus negativas consecuencias sobre la economía y los consumidores. En su trabajo 4000 años de control de precios y salarios, Robert Schuettinger y Eamonn Butler reseñaron brillantemente las consecuencias de estas prácticas a lo largo de la historia.
El Código de Hammurabi que hace más de 4.000 años impuso un férreo sistema de controles de precios y salarios en Babilonia ocasionó una fuerte caída en la actividad económica y comercial durante su reinado y el de sus sucesores. El límite a los precios y salarios sacaba del mercado a productores y trabajadores que no estaban dispuestos a producir por debajo de sus expectativas, haciendo que disminuya la oferta de bienes, al tiempo que aumentaban los precios.
Otro caso interesante es el de Atenas en el Siglo de Oro, una ciudad estado populosa pero con una región rural limitada para producir alimentos, lo cual implicaba mucha demanda y poca oferta de los mismos. Así las cosas, al gobierno se le ocurrió crear un ejército de inspectores para controlar que los precios de los granos fueran justos. El propio Aristóteles aprobaba esta política al decir que el gobierno tenía que velar porque el grano fuera vendido en el mercado a un precio justo. Pero aún bajo amenaza de pena de muerte, que muchas veces recayó sobre los propios inspectores que no podrían hacer cumplir la ley, el mecanismo se presentó como un fracaso absoluto ya que el precio de los granos continuó subiendo cuando la oferta era menor a la demanda.
No fue distinto el resultado cuando el gobierno de Londres trató de controlar el precio del vino en 1119 y en 1330. La ley establecía que la bebida se vendiera a un precio razonable teniendo en cuenta para ello los costos de importación más otros gastos. De todos modos, ante la escasez que produjeron estos controles y el malestar de la población el gobierno debió ceder en su postura. Algo similar ocurrió durante la Dinastía Tudor, quienes en distintas épocas pretendieron controlar el precio de muchas mercancías. Estas prácticas se hicieron reiteradas durante el reinado de Enrique VIII cuyos excesivos gastos hicieron que el monarca buscara fondos extras disminuyendo el contenido metálico de las monedas, lo cual se tradujo rápidamente en un aumento general de precios.
Contemporáneamente, del otro lado del Mar del Norte, se producía un fenómeno similar en Bélgica. Entre 1584 y 1585 la ciudad de Amberes fue sitiada por los españoles, lo cual generó escasez y el consecuente aumento en el precio de los alimentos. Ante esta situación, el gobierno de la ciudad decidió poner precios máximos, estableciendo severas penas para aquellos que quisieran vender alimentos a precio de mercado. El resultado fue doblemente negativo: por un lado, desalentó la llegada de productos desde el exterior ya que ningún comerciante quería correr el riesgo de atravesar las fuerzas sitiadoras para vender sus productos a un precio menor al del mercado; por el otro, se alentó un consumo descontrolado de los alimentos ya que estos estaban más baratos de lo que marcaba el mercado. La consecuencia de esta medida terminó favoreciendo al Duque de Parma que en 1585 logró ocupar la ciudad de Amberes.
Los tres ejemplos mencionados demuestran a las claras la inutilidad de aplicar controles de precios. Lamentablemente, a comienzos del siglo XXI nuestras autoridades económicas no terminan de comprender que el deseo de controlar el precio de bienes y servicios que se ofrecen en el mercado terminan inexorablemente desalentando las inversiones y la oferta de los mismos, causando el efecto exactamente opuesto al que se busca, perjudicando tanto a productores como a consumidores.
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