Unas revoluciones que han acabado devorando a sus padres intelectuales (entre otros) ante la errónea creencia de que podrían "controlar al tigre de las masas desatadas".
Artículo de Mises Hispano:
La revolución de izquierdas es uno de los mayores engaños de la historia. Tanto para los intelectuales que añoran la metralla como para las gentes marginalizadas que consiguen campos de concentración en lugar de la utopía anticapitalista que se les prometió.
“Las revoluciones devoran a sus hijos”. Esta observación, por parte de un periodista era verdad solo en parte. En realidad, las revoluciones devoran a sus padres. En particular, las revoluciones izquierdistas en la historia devoran a los intelectuales izquierdistas que las producen. Por “izquierdistas” quiero decir revoluciones que buscan explícitamente usar el poder del gobierno para reordenar la sociedad. Rehacer la sociedad para que se ajuste a cualquier versión de “justicia” resulta atractivo para sus promotores.
Por supuesto, en esas revoluciones reformistas, los intelectuales son solo un aperitivo. Las revoluciones reformistas de la historia pasan rápidamente al primer plato: los marginados y minorías que fueron habitualmente al principio los defensores más apasionados de la revolución.
Las revoluciones de izquierdas del siglo XX han seguido todas este patrón: amamantadas por intelectuales utópicos, el poder es rápidamente tomado por emprendedores políticos que juegan con los instintos más primarios de la gente común. Incluso en los lugares más “civilizados”, como en la Alemania “todo vale” de Weimar o en la Cuba “patio de recreo de las estrellas” de la década de 1950, estos recién entronizados son felices viendo a esos intelectuales y sus amigos “pervertidos” enterrados, torturados, colgados de la farola más cercana.
La letanía es deprimente. Especialmente para cualquier radical con contrato permanente que toma dinero del contribuyente para alabar la violencia. Es conocido que Mao presumía de “enterrar vivos a 46.000 intelectuales”, con lo que quería decir que los envió en bloque a campos de concentración para que se callaran y murieran. Es conocido que el movimiento comunista radical de Pol Pot ejecutó a miles de intelectuales, incluyendo a cualquiera que llevara gafas. Incluso los regímenes supuestamente “molones” como el de Fidel Castro crearon campos de concentración para homosexuales, mientras que la Unión Soviética ilegalizó la homosexualidad durante más de cincuenta años, superando con mucho al odio del peso ligero Putin.
Lo más curioso, dado su estrellato universitario, es que el héroe Che Guevara ejecutara alegre y personalmente a homosexuales, a los que detestaba, mientras ayudaba a crear la red de campos de Fidel en todo el país para torturar a gays y afeminados para que renunciaran a sus perversiones supuestamente malvadas que eran supuestamente el producto del capitalismo moralmente corrosivo.
¿Por qué las revoluciones reformistas disfrutan ejecutando tanto a los intelectuales de izquierdas como a los “grupos muy vulnerables” tan cercanos al núcleo izquierdista? Porque el poder tiene su propia lógica. Porque cualquier gobierno basado en la violencia tiene que mirar constantemente a su espalda. Y eso significa que tiene que apelar a los instintos más básicos de las masas. Si las masas odian a los gays, o a los judíos, o a los intelectuales, entonces el gobierno hará lo que se le dice, llenando los gulags con gays, judíos e intelectuales. Lo que odia la gente corriente, lo odia el gobierno omnipotente.
¿Por qué son los intelectuales tan ciegos a este horrible patrón? Presumiblemente, esperan que esta vez sea diferente y que los radicales universitarios y esta vez sus políticos favoritos aguanten. Si la historia sirve de guía, no lo serán. Por el contrario, su revolución les será arrebatada por emprendedores políticos y se convertirá en su peor pesadilla: una revolución que sea antiintelectual, antigay, racista y antisemita. No importa lo puro que sea el nacimiento de la revolución, la historia sugiere que se convertirá en esto.
No es agradable de señalar. Ninguno de nosotros quiere izquierdistas radicales ahorcados en farolas o ejecutados en la oficina del Che para su diversión. Lo que queremos es que los reformadores promotores de violencia tengan un poco más de respeto por el fuego con el que juegan. Que estudien un poco de historia. Para entender por qué, siempre y en todo lugar, es tan peligroso cabalgar el tigre del gobierno ilimitado.
La izquierda piensa que puede controlar al tigre de las masas desatadas. No puede y de hecho será la primera en ser ahorcada. Y eso sería muy triste para todos, derechas e izquierdas.
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