domingo, 29 de noviembre de 2020

II República española. INTRODUCCIÓN

Fortunata y Jacinta inician el análisis en profundidad de la II República. 

En este FORJA 040 inician el análisis con la Introducción a tan célebre y actual momento histórico, dada la interpretación simplista y oportunista que a menudo se hace de ella. 



Segunda República española. Introducción

Buenos días, sus Señorías, mi nombre es Fortunata y Jacinta, esto es “¡Qué m… de país!” y hoy damos inicio a la saga de verano que tendrá como objeto de estudio la historia de España del siglo XX. Aunque sería más correcto decir historia de España ‘de una parte del siglo XX’ porque fijaremos el punto de partida en la Segunda República, tramo al que dedicaremos un mínimo de tres programas. De ahí pasaremos a la Guerra Civil, Franquismo y Transición, periodos todos ellos de extrema actualidad dada la interpretación simplista y oportunista que a menudo se hace de los mismos.

La Segunda República como ideología progresista y socialdemócrata

La progresía de nuestros días tiene una imagen idílica, progresista, armónica y pánfila de la Segunda República española. Pero esa imagen es la propia de un mito tenebroso presentado, eso sí, en forma de leyenda rosa (del mismo modo que se proyecta una leyenda negra contra los cuarenta años del franquismo). Lo cierto es que aquello fue una serie de disparates, uno detrás de otro, que acabó como el rosario de la aurora: ¡No es esto! ¡No es esto!”, exclamaba un famoso filósofo, que precisamente fue «padre espiritual» de aquel «idilio» alocado (Ortega y Gasset).

No obstante, a nosotros tampoco nos interesa proyectar una leyenda negra sobre la Segunda República. Lo que procuraremos hacer en esta serie de programas es estudiar esta compleja y polémica etapa de la historia española reciente en su justa medida: dialécticamente, más allá del bien y del mal, al margen de exageraciones propagandísticas o negrolegendarias. Aunque por cuestiones de tiempo y espacio no nos quedará más remedio que omitir muchos asuntos de tan compleja realidad.

Eso sí, las omisiones no serán producto de una mala fe negrolegendaria: en este punto hay que señalar la profundidad del problema, pues, vistas a través de la lupa –esto es, ampliadas en los detalles– las reliquias y los relatos adquieren interpretaciones imprevistas. Por tanto, a lo largo del verano examinaremos algunos asuntos desde una visión panorámica y sacaremos la lupa en algunos tramos para ir viendo los detalles. Gracias a este hilado fino, iremos cosiendo una imponente trama con su correspondiente urdimbre.

En definitiva, si profundo es el problema, lamentablemente breves son nuestros programas. Los cuales, honestamente, sólo sirven como tábano socrático, para, con su aguijón, despertar la atención de los hispanos de ambos hemisferios y también, sólo faltaría, de todo bicho viviente que sepa hablar, leer y escribir en español, que para eso fue la lengua del Imperio.

Como dejó dicho Gustavo Bueno:«El modelo de la Segunda República como prototipo de una sociedad política democrática para la España del siglo XXI se basa en una idealización puramente subjetiva y nostálgica de un régimen que propiamente no existió jamás, sino como campo de batalla de anarquistas, comunistas, socialistas o falangistas, y con gobernantes de muy dudosa calidad política o intelectual (dejando de lado su pedantería). De hecho, fue reprobado desde dentro por uno de los personajes más ponderados por los propios republicanos, como fue Ortega y Gasset (“No es esto, no es esto.”)»

Es decir, se trató de una complejísima dialéctica de clases en la que batallaban entre sí o en bloque –cuando se establecían alianzas– las generaciones de izquierda y las modulaciones de la derecha. Y estos enfrentamientos ocurrían de manera velada o de manera abierta según los casos. Entonces no se hablaba de cordones sanitarios ni nada de eso. Ahí, en determinadas circunstancias, todo Cristo se iba la cama con todo Satanás. Un ejemplo de esto, y del que se habla muy poco, es la alianza establecida entre los católicos de la CEDA (la Confederación Española de Derechas Autónomas) y el Partido Radical del masonazo del régimen: Don Alejandro Lerroux. A tal dialéctica de clases hay que añadir la trepidante dialéctica de Estados del período de entreguerras que comentaremos brevemente al final de este programa. Nosotros aprovecharemos este capítulo de introducción para hacer algunas aclaraciones previas que puedan ayudarnos a situarnos de cara a un embrollo histórico tan complejo.

Insistir, una vez más, en que nosotros haremos el esfuerzo de tratar estos asuntos al margen de exageraciones propagandísticas o negrolegendarias: hay que ver la estructura compleja de lo real, es la única forma de no ser imbécil. No se puede reducir el análisis, por tanto, al relato de buenos contra malos o de ángeles contra demonios porque hubo de todo: hubo luces y hubo sombras y episodios ni del todo luminosos ni del todo sombríos.

Esta declaración no implica, sin embargo, que aquí pretendamos la neutralidad, pues de forma contundente nosotros tomaremos partido. Ahora bien, no lo haremos, como quizás muchos esperen, a favor o en contra de la República, a favor o en contra de la Monarquía; a favor o en contra de uno de los bandos enfrentados durante la Guerra Civil; a favor o en contra del régimen franquista, &c. Lo que haremos será tomar partido de forma radical en contra de ese espantajo ideológico llamado Ley de Memoria Histórica. Por ello, plantaremos abierta beligerancia a ciertos relatos y opiniones tendentes a la ocultación y al olvido (destrucción de estatuas y monumentos, tergiversación de los hechos, falsificación de documentos, restricciones legales a la hora de abordar la labor de los investigadores, &c.) Señalar a este respecto que si lo que nos interesa es el estudio fenoménico de los hechos, necesariamente tendremos que aparcar la memoria histórica que apela, como su propio nombre indica, a la reconstrucción psicológica y generalmente ideológica de la historia con fines sectarios y propagandísticos. La historia "científica" –que necesariamente ha de ser filosofía de la historia, entendida en todo caso como una metodología betaoperatoria– tiene como función precisamente la destrucción de la memoria entendida como memoria psicológica: la herramienta del historiador debe ser la razón crítica no la memoria. Por tanto, nada hay más anticientífico que la exaltación de estas llamadas memorias históricas y cuando los dirigentes las reclaman es porque buscan la revancha y no la verdad histórica.

Una vez aclarado este punto esencial, nos gustaría subrayar el hecho incontestable de que la Segunda República española no era de izquierdas: había republicanos absolutamente convencidos tanto de derechas como de izquierdas y, de hecho, la República prohibió por ley a los partidos monárquicos y hacer apología de la Monarquía. Ya veremos en el próximo capítulo que hacia 1917 la presencia de republicanos convencidos era prácticamente insignificante y que fue precisamente la derecha la que trajo la Segunda República, con Alcalá Zamora (líder del partido Derecha Liberal Republicana), Miguel Maura (hijo del histórico Antonio Maura), José Sanjurjo (el león del Rif) y la propia monarquía al abandonar el poder (así se lo recomendó el Conde Romanones a Alfonso XIII como veremos en el próximo capítulo).

Recuerden, por ejemplo, que Clara Campoamor luchó por el voto femenino en España desde un partido republicano de derechas. A esta iniciativa de Campoamor se opuso Victoria Kent en nombre del Partido Radical Socialista y también se opuso Indalecio Prieto. El argumento para oponerse al voto femenino era que las mujeres se dejaban influir por los curas. Este es el tipo de las ideas contra las que arremetemos desde este canal, porque resulta que los ciudadanos en democracia no operamos como sujetos libres y autónomos (ni en democracia ni fuera de ella, claro). TODOS estamos condicionados por intereses subjetivos y personales, atravesados por nebulosas ideológicas, por encima de nuestra voluntad, que diría Marx.

¿Acaso los hombres varones de aquellos días operaban como sujetos libres y autónomos? ¿Eran ajenos a otras formas de subjetivación como por ejemplo los preceptos de la Institución Libre de Enseñanza y los idearios krausistas, la ideología negrolegendaria, las consignas políticas defendidas por los editoriales de periódicos como El Heraldo de Madrid, La Voz, el ABC, La Libertad, El Sol, &c.? ¿No estaban influidos esos señores por otros poderes, por ejemplo, por arengas sindicalistas, anarquistas, socialistas, carlistas? ¿Es que los curas, por cierto, no condicionaban a los hombres, solo a las mujeres?

O sea que las mujeres españolas de los años 30 no debían votar porque no tenían formación política ni posibilidad de defender criterios personales, criterios emancipados de los intereses particulares de la Iglesia. Como si las mujeres no fueran lo suficientemente listas como para saber lo que les interesaba a ellas y a sus familias. Mis dos abuelas han sabido siempre de sobra lo que les interesaba, por mucho que fueran a misa, por mucho que dijeran los curas y por poco que ellas supieran leer. Esas mujeres de pueblo sabían administrar sus haciendas perfectísimamente, porque eran las amas de su casa y generalmente eran las defensoras de la economía familiar.

La idea retorcida de que las mujeres de esa época eran pobres ignorantes incapaces de tomar decisiones solo pudo gestarse en la mente de ciertas élites. El pueblo, la gente de la calle medianamente sana, suele saber perfectamente lo que quiere. Desgraciadamente muy pocos intelectuales se atrevieron a defender esta sabiduría o sentido común del pueblo. Tú imagínate que hoy, en nombre de la tan cacareada democracia, se prohibiera votar a los que ven La Sexta por considerar que están profundamente ideologizados. O se negara el derecho al voto a quienes leen Libertad Digital por la misma razón.

Por tanto, ya vamos aclarando que nosotros plantaremos batalla a la memoria histórica y que la República no era una cosa de izquierdas, como suele interpretarse de la forma más simple y burda. También señalaremos en este capítulo de introducción que si la república tuvo cierta prosperidad hay que decir que ésta no salió de la nada, pues se apoyó en las condiciones que heredó de la dictadura de Primo de Rivera. El parque de automóviles, por ejemplo, no podía haber sido construido en dos años por la República, sino que devino como herencia del desarrollo industrial y viario de la dictadura. Y esto pese a que la oposición republicana a la dictadura gritase «gobernar no es asfaltar». No olvidemos, además, que Primo de Rivera supo tratar los agudos problemas militares en Marruecos, estimuló las obras públicas y el desarrollo industrial y, en contraste con Mussolini, respetó las organizaciones obreras socialistas, sin perjuicio, claro está, de las problemáticas, errores y corruptelas que el régimen fuertemente personal de primo de Rivera trajo aparejadas.

Es fundamental entender, por tanto, que la SEgunda República no surgió de la nada, sino como el resultado de procesos históricos muy complejos que en este programa de introducción no podremos más que esbozar con la esperanza de llegar a abordarlos en detalle en futuras entregas. La España de 1930 vivía circunstancias políticas, económicas, industriales e intelectuales especialísimas. No podremos pasar por alto, por ejemplo, el hecho de que en la España de la Restauración se enfrentaron dos grandes corrientes filosóficas: el krausismo y el catolicismo. El primero, de origen alemán, era europeísta, idealista, armonicista y heredero de la visión idealizada de la Ilustración del siglo XVIII, e impregnó profundamente la vida intelectual española a través de la educación: la cátedra de Filosofía de Julián Sanz del Río y la Institución Libre de Enseñanza, por ejemplo. Por su parte, la Iglesia española extrajo renovadas fuerzas de su universalidad, de su larga lista de poetas, pintores, teólogos y filósofos, de su magnífico ritual y de su racionalismo metodológico muy alejado del misticismo protestante, fijando con fuerza su resurgimiento en la acción social y en la educación. La Iglesia favoreció, por ejemplo, la creación de sindicatos católicos, de sociedades de seguros mutuos y de cooperativas de crédito rural, desarrolló sistemas escolares y hospitalarios muy eficaces, métodos pedagógicos nuevos y programas de becas. Hay que dejar claro, sin embargo, que las cosas no eran tan simples como parecen: muchos krausistas eran católicos practicantes y, de cara a desmitificar los logros de la Institución Libre de Enseñanza (tema que merecería, sin duda, un abordaje en profundidad), habrá que subrayar que, salvo pocas excepciones, sus beneficiarios procedían de familias que ya poseían una considerable base económica y cultural. Podríamos señalar, también, que personalidades como Antonio Machado se sentían a la vez atraídos por la tradición católica española, la democracia política y la filosofía secular. O que el poeta comunista Miguel Hernández adquirió su profundo tono espiritual de los antecedentes católicos españoles.

En fin, habría que enumerar la enorme serie de peculiaridades que hicieron de la España de principios del siglo XX una circunstancia histórica extremadamente particular. Cito a modo de compendio desordenado algunas de estas particularidades: la esencial condición de España como Imperio católico; las emancipaciones americanas (con los recientes sucesos de 1898: esto es, la guerra con EEUU y la pérdida de los últimos territorios ultramarinos, que no colonias sino provincias); una monarquía debilitada, un desarrollo industrial desigual, los pronunciamientos militares, Marruecos, el intenso terrorismo anarquista, el desarrollo del socialismo, la gravedad de la cuestión agraria, el auge de los nacionalismos catalán, vasco y gallego (sobre todo a raíz de la pérdida de Cuba y Filipinas porque las ratas huyen cuando se hunde el barco), el carlismo, todos impregnados de profundo –por no decir radical– catolicismo y aupado, de hecho, por sectores católicos nacionalistas, apoyo con el que siguen contando hoy día.

Hay que añadir a todo esto la trepidante dialéctica de Estados del período de entreguerras que comentábamos al principio: los efectos de la Gran Depresión de 1929, los de la revolución de 1917 en Rusia y, por supuesto, las consecuencias de la I Guerra Mundial. Señalaremos, en primer lugar, el auge de la Unión Soviética, que por entonces dejaba atrás los años de la Revolución de Octubre y la consecuente internacionalizada guerra civil y que, con aquello del «socialismo en un solo país» ponía en marcha su Primer Plan Quinquenal, además de reestablecer, no sin polémica, las relaciones diplomáticas normales con los demás Estados. Por otro lado, tenemos la consolidación del fascismo en Italia, que en esos años pondría en marcha la invasión de Libia y Etiopía. También el ascenso del nazismo en Alemania y, asimismo, el quehacer de las potencias imperialistas democráticas (Francia y Gran Bretaña, aunque también Estados Unidos) preparándose en sus respectivos modos para lo que pudiese desembocar dicho período de entreguerras. Lo que llegó fue una guerra todavía más gorda que la Gran Guerra con espectaculares bombardeos como nunca antes se habían visto y el consecuente holocausto nuclear que culminó la guerra en Japón.

Y hasta aquí este capítulo de “¡Qué m… de país!”. Damos las gracias a nuestros mecenas y colaboradores y recuerda “Si no conoces a tu enemigo ni a ti mismo, perderás cada batalla”.


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